¡Móviles arriba! ¡Hay que fotografiar ese cuadro!
Los museos son escenarios perfectos para hacerse selfis y eso cambia la experiencia de mirar el arte
De todas las maneras que hay de visitar un museo, una llama especialmente la atención: esa que tienen algunos de mirar una obra de arte solo a través de la pantalla del móvil. Y cada vez resulta más habitual. Uno suele toparse con una nube de brazos con teléfonos en alto que buscan hacerse selfis o fotografiar lo que tienen delante, y así la experiencia de ir a contemplar el arte cambia: ahora es difícil pararse frente a una obra sin que se le plante alguien delante para inmortalizarse junto a esta pintura o aquella escultura. Cosa que solo sucede, claro, en los museos que permiten hacer fotos.
El Louvre deja que sus visitantes hagan fotografías (sin flash, eso sí). Cada año cruzan sus puertas unos ocho millones de personas. De ellas, y lo presencié hace unas semanas, cientos pasean por sus salas sin mirar directamente el arte: se topan con la imponente Victoria de Samotracia, clic; entran en la sala en la que se muestra La libertad guiando al pueblo y La balsa de la medusa, clic, clic. Al llegar a la abarrotada sala de La Gioconda, la competición por la mejor foto es total. No resulta fácil ver el cuadro por la cantidad de gente que hay y los incontables móviles que buscan, clic, clic, fotografiar el cuadro. Otros tantos, cuando consiguen acercarse, en lugar de pararse unos segundos a admirar la obra de Leonardo da Vinci, se giran, posan, clic. Selfi, y a la siguiente sala.
En su breve ensayo No pienses, mira. Ante la obra de arte (Anagrama), Mercè Ibarz defiende hacer fotos al arte, pero principalmente para poder percibir mejor los detalles: “¿Miramos de la misma forma un cuadro en un museo y en una galería de arte que en una reproducción impresa, una foto, una pantalla grande o pequeña, sean o no diapositivas? No. Se pierden cosas. Pero tampoco es para tanto: me gusta hacer fotos de los detalles de una obra, con la fotografía ves más, la cámara ayuda a ver más, a relacionarte con más alegría con la obra”. “Mirar directamente es primordial, pero sacar fotos de los detalles [...] sirve, amplifica la mirada”, apunta la periodista.
Quienes pasean por el Louvre con el móvil en alto capturando todo lo que encuentran a su paso no van por amor al arte —en el sentido literal—, sino que posan frente a la Mona Lisa porque es una de las cosas que hay que ver en París. Y, de camino, quizá se pierden obras maestras como Las bodas de Caná, de Veronés. Evidentemente, en el Louvre son conscientes del objetivo de muchos, y en los recorridos que recomiendan en su web intentan que no pase desapercibido: “Mientras esperas en la cola para encontrarte cara a cara con La Gioconda, puedes aprovechar para echar un vistazo a Las bodas de Caná, justo enfrente, aunque con ese tamaño seguramente lo hayas visto ya. Este cuadro mide casi 70 m² y es el más grande del Louvre”.
Esto mismo critica la arquitecta Sonia Rayos en su cuenta de Instagram: “En la sala más visitada del Louvre, todos miran en la misma dirección. Pero no hacia la pintura más grande, más escandalosa, más luminosa. No. Todos miran a una mujer de gesto mínimo, tamaño contenido y sonrisa discutida: La Gioconda. Y ahí estamos: móviles en alto, codazos, empujones, la expectativa inflada por siglos de mito. Como si verla en persona fuera a desbloquear un secreto universal, porque nos hemos acostumbrado a mirar lo que todo el mundo mira”.
“Me pregunto cuántas personas estarían en el Louvre si se prohibiera el uso de los móviles. Pasead por sus salas, la de los cuadros de Rubens está vacía”, añade. Es cierto, la planta segunda del museo atesora auténticas joyas que se pueden disfrutar sin aglomeraciones. Aunque es probable que mientras estás ante La encajera, de Vermeer, un cuadro de apenas 20 centímetros, te interrumpa alguien con una cámara, clic, y a la siguiente sala.