Universidades públicas asfixiadas
Los lectores y las lectoras escriben sobre la huelga convocada en la Complutense, la violencia institucional contra las mujeres y la indiferencia ante la realidad social
Soy profesor de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Esta semana, muy cerca del final de un apretado primer cuatrimestre, haremos huelga dos días. En mi facultad no existe el acceso premium a la mayor parte de medios online españoles por falta de presupuesto, no hablemos ya de títulos como The Economist o The New York Times. En mi despacho hace frío en invierno y calor en verano a pesar del aire acondicionado, que no está adaptado al tabicado actual, vigente desde hace décadas. Los fondos de la biblioteca se desactualizan al ritmo de los tiempos ante la desesperación de sus esforzados profesionales, las persianas del aulario están permanentemente estropeadas. Desde la semana pasada, se ha cancelado sine die por razones económicas el servicio de atención telefónica al profesorado para problemas informáticos. Podría seguir y seguir sin llegar a hablar de nuestros sueldos. Las universidades públicas de la Comunidad de Madrid, todas, se paran porque quienes gobiernan están asfixiando lo público. Y es preciso un cambio urgente de mentalidad.
Andreu Castellet Homet. Madrid
Violencia institucional
Este 25 de noviembre volveremos a llenar calles y plazas para denunciar las violencias machistas. Pero hay una que a menudo está silenciada: la violencia machista institucional. Es aquella que aparece cuando quienes deberían protegernos no nos escuchan, no nos creen o nos culpabilizan; cuando los espacios de apoyo y de justicia terminan revictimizando a mujeres y menores. Por eso, es imprescindible dar voz a esta realidad y reforzar herramientas como el Observatorio de Violencias Institucionales Machistas, que recoge testimonios para convertirlos en pruebas colectivas, visibilizar estos errores y presionar al Estado para que asuma sus responsabilidades. Este 25-N, recordamos que erradicar la violencia contra las mujeres también pasa por garantizar que ninguna institución reproduzca lo que dice combatir. Porque lo que no nos protege también nos violenta.
Marta Vizcaíno Rubio. Barcelona
Indiferentes
Menos de 30 años y un salario que supera los 2.500 euros al mes. A las seis de la mañana, me quejo del frío cuando subo al coche. Hace unos días, en mi ciudad, Alcalá de Henares, murió una mujer sin hogar intentando calentarse en lo que difícilmente podía llamarse vivienda. La noticia me estremeció, pero solo dediqué unos segundos a pensar en ella antes de seguir con mi rutina. Y me pregunto: ¿cómo hemos llegado a esta desconexión? ¿Cómo puede mi generación vivir sin conciencia de clase, resignada ante la precariedad y los precios inalcanzables de la vivienda? ¿Cómo hemos permitido que la política se reduzca a gestos superficiales mientras lo esencial —la dignidad, el hogar, la vida— queda fuera del foco? Hay personas que mueren sin haber tenido siquiera la posibilidad de soñar con un techo. Y nosotros, incluso con trabajos estables, somos incapaces de levantar la voz. ¡Mejor! Pondré la radio musical en vez de las noticias para no darme cuenta de que yo tampoco aspiro a una vivienda. Quizá el verdadero invierno sea ese: la indiferencia. ¿Y el problema? Que no sea solo estacional.
Irene Alonso. Alcalá de Henares (Madrid)
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