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Adictos fósiles

China apuesta por la reducción de emisiones mientras en Estados Unidos y Europa avanza la reacción contra la agenda climática

El 12 de diciembre de 2015, la cumbre del cambio climático de París se cerró con un acuerdo por el que 194 países, entre ellos los mayores emisores de gases de efecto invernadero, se comprometían a evitar que la temperatura media de la atmósfera sobre la superficie global fuese mayor que dos grados centígrados con respecto a los tiempos previos a la revolución industrial. Y a esforzarse para que no superase el grado y medio. Casi una década después, los Estados miembros de ONU se han reunido esta semana para hablar de clima con la certeza de que ese objetivo se hace cada vez más difícil.

2024 fue el año más caluroso de la historia y, por primera vez, por encima de los 1,5 grados preindustriales: los 10 años que nos separan de 2015 han sido, todos y cada uno de ellos, los más calurosos desde que hay registros. La insuficiencia de los esfuerzos globales está teniendo consecuencias a la vista de todos. Lluvias torrenciales que provocan inundaciones desastrosas, sequías dramáticas que fustigan y alimentan gigantescos incendios forestales, cosechas que se pierden, islas que van desapareciendo poco a poco bajo el océano.

Sin embargo, la reacción contra estos esfuerzos, especialmente de los países que más contaminan, está haciendo cada vez más difícil avanzar. Contrariamente a lo que venden los críticos, las medidas de mitigación contra el cambio climático y las energías limpias suponen un impulso económico, no un lastre. Pero el peso reaccionario en el debate es enorme: es lo que han conseguido tanto las dos retiradas —bajo los dos gobiernos de Trump— de Estados Unidos, el segundo mayor emisor del mundo, del Acuerdo de París como el hecho de que la Unión Europea no haya podido concretar un plan de rebaja de emisiones que, en todo caso, será menos ambicioso de lo necesario.

Pero, igualmente, resulta muy difícil romper con la convicción en muchos países emergentes de que la energía fósil es una fuente natural de riqueza y que su obligación es aprovecharla. Es lo que lleva a Estados como Brasil y República Democrática del Congo a apostar por grandes proyectos de extracción de petróleo.

No todo han sido malas noticias. China —que es, de lejos, el país que más gases de efecto invernadero emite— ha presentado ante la ONU por vez primera un calendario de reducción de emisiones. Ante el ataque estadounidense y los titubeos europeos, China, que lidera la implantación de renovables y la industria del coche eléctrico en el planeta, busca posicionarse como un modelo de futuro.

La rebaja, de entre un 7% y un 10% para 2035, es francamente insuficiente para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París, pero sí muestra la tímida pero creciente confianza de Pekín entre la compatibilidad de la energía verde y el crecimiento económico. “Lo limpio es competitivo”, recordaba esta semana el secretario general de la ONU, António Guterres, en la misma reunión en la que China presentó su nuevo plan.

El desastre climático que ya estamos viviendo ha sido creado por los humanos y cada día que pasa será peor si no redoblamos nuestros esfuerzos de inmediato. Urge una respuesta política valiente y decidida.

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