Despejar la oscuridad
Un libro de Fernando Belzunce entreteje las historias de cientos de periodistas para mostrar la realidad de una lucha diaria por la verdad
Fernando Belzunce nos cuenta en Periodistas en tiempos de oscuridad que se formó en la Redacción de un diario estremecida por las bombas terroristas de ETA, que asesinaba a guardias civiles, jueces, alcaldes y periodistas, lo que no impedía seguir con las noticias del día. El deber de informar, que es la manera de garantizar a los demás el derecho de saber, se imponía sobre el miedo.
Si extrapolamos esa e...
Fernando Belzunce nos cuenta en Periodistas en tiempos de oscuridad que se formó en la Redacción de un diario estremecida por las bombas terroristas de ETA, que asesinaba a guardias civiles, jueces, alcaldes y periodistas, lo que no impedía seguir con las noticias del día. El deber de informar, que es la manera de garantizar a los demás el derecho de saber, se imponía sobre el miedo.
Si extrapolamos esa experiencia suya a la de miles de periodistas en el mundo hoy día, nos encontraremos con que en distintos lugares del planeta la lucha es la misma, la palabra defendiéndose en contra de régimen políticos represivos, de caciques locales, de carteles de narcotraficantes.
Periodistas desaparecidos y asesinados en México, Palestina, Pakistán; alguno salió de la Redacción a hacer su trabajo de reportero en la calle, y nunca fue vuelto a ver; otro apareció en la cuneta de una carretera, con las manos atadas con alambre de púas y un tiro en la cabeza. Una profesión de riesgo, que encarna no pocas veces un heroísmo cotidiano.
Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura de 2015, afirma que lo que le interesa en su oficio, como escritora y como periodista, es el ser humano “en toda su profundidad, en su contenido animal, en su oscuridad”, igual que interesaba a Dostoievski. Y lo que interesa a Belzunce es ver a los propios periodistas como seres humanos, que desde su propia fragilidad y su propia incertidumbre son capaces de percibir y transmitir una visión del mundo, y entender, a la vez, que quienes generan la información son otros seres humanos, complejos y contradictorios. El periodismo es, antes de nada, una profesión humanista.
O como dice la periodista colombiana Jineth Bedoya: “Cada vez que tomen su grabadora, cada vez que se sienten a escribir frente a un ordenador, cada vez que vayan a grabar un podcast, cada vez que vayan a hacer un documental, antes de empezar un trabajo, deben ponerse en los zapatos de quien tienen enfrente”.
A lo largo de varios años, el autor entrevistó a más de un centenar de periodistas de muy distintos países, para luego entretejer sus voces y ofrecernos, en el entramado de sus testimonios cruzados, un concierto coral que impresiona y no pocas veces estremece. Son voces desnudas que nos llegan directamente al oído, y que han pasado por el tamiz de un cuidadoso trabajo de edición, para conectarlas y darles armonía. Entre todas, son el testimonio.
En sus Cuadernos de la Cárcel, Gramsci escribe en 1930, en pleno auge del totalitarismo, que “la crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este terreno se verifican los fenómenos morbosos más diversos”. Esta es una frase que por socorrida no resulta menos válida para ilustrar la incertidumbre que un siglo después vive la humanidad. Tiempos de oscuridad que crían monstruos de apetito insaciable por devorar la libertad.
El paradigma digital resulta totalizante por sí mismo porque determina todas las maneras de transmitir la información, lo cual ha derrumbado el sistema tradicional de medios de comunicación, y ha variado radicalmente las maneras de producirla, y de recibirla.
El otro factor letal es el auge de corrientes políticas que desde dentro desafían a la misma democracia, y ponen en cuestión sus postulados fundamentales. En el siglo XX las democracias liberales sucumbían ante los golpes de Estado, y una de las primeras medidas de las juntas militares era ocupar las estaciones de radio y televisión, y cerrar los periódicos. Hoy sucumben porque sus enemigos conquistan los votos. Son gobiernos antidemocráticos electos. Y entre sus primeros objetivos está apoderarse de los medios de comunicación o destruirlos.
Los monstruos que a comienzos de este siglo parecían muertos o domesticados vuelven a tener aliento, y surgen otros, fabricados por la demagogia populista. Si la misión trascendental del periodismo ha sido desnudar los hechos para enseñar la verdad, hoy se ha creado con éxito el concepto de “verdad alternativa”, que no es otra cosa que una distorsión de la lógica para darle carta de legitimidad a la mentira. Y no existe una aberración mayor que el presupuesto mentiroso de que libertad y democracia son incompatibles.
Cuando Alexiévich afirma que se considera a la vez escritora y periodista, está definiendo el infaltable doble carácter de este oficio. Un escritor debe saber emplear las herramientas del periodismo, y viceversa, el periodista las de la escritura. Al fin y al cabo, en ambos, que son uno solo, no pueden faltar las palabras.
Un oficio imperecedero, sin duda. Habrá periodismo, no importa de qué forma, mientras exista quien necesite contar una historia y quien necesite saberla. Igual que en la literatura, todo parte de la necesidad de contar y de oír contar.
Y, mientras tanto, el periodista, al asumir con entereza su oficio de todos los días, al imponerse a las amenazas que buscan coartar sus palabras, al negarse a la autocensura, estará defendiendo la democracia y haciéndola posible.