Nadie se librará del caos
A quienes han hecho chanza de lo ‘woke’ tal vez les llegue el turno de arrepentirse
La suerte estuvo de nuestra parte. Hablo de mi generación. Nacimos en los sesenta y nuestra infancia, a pesar de la dictadura, fue ya en color, amparada por unos padres emprendedores en la urbe pero con fuertes lazos rurales que nos permitieron disfrutar de dos mundos que se complementaban y nos hacían mejores. Hemos tenido suerte. Cuando comenzó la democracia éramos adolescentes y nuestra juventud transcurrió, a pesar del demonio de la heroína, en el momento más despreocupado del siglo XX. La suerte nos sonrió. Nuestros padres se adaptaron a los tiempos y, aunque muchas noches perdieran el su...
La suerte estuvo de nuestra parte. Hablo de mi generación. Nacimos en los sesenta y nuestra infancia, a pesar de la dictadura, fue ya en color, amparada por unos padres emprendedores en la urbe pero con fuertes lazos rurales que nos permitieron disfrutar de dos mundos que se complementaban y nos hacían mejores. Hemos tenido suerte. Cuando comenzó la democracia éramos adolescentes y nuestra juventud transcurrió, a pesar del demonio de la heroína, en el momento más despreocupado del siglo XX. La suerte nos sonrió. Nuestros padres se adaptaron a los tiempos y, aunque muchas noches perdieran el sueño, nos concedieron pronto la libertad de la que ellos habían carecido, y se sumaron rápido a saborear el placer de expresar su opinión sin miedo.
Tuvimos la suerte de poder acceder a la universidad con la perspectiva de un trabajo futuro, sin el consabido coste de los másteres. Encontramos alquileres que se adaptaban a nuestros sueldos bajos, en eso tuvimos esa suerte. Como la tuvimos también de no padecer la sombra de la posguerra que había marcado a nuestros padres. Fuimos aspirantes todos, padres e hijos, a pertenecer a esa Europa avanzada que había inventado la sociedad del bienestar. Criamos a los niños ochenteros de manera desprendida, aunque nuestra niñez hubiera sido mucho más austera y, a pesar de que haya quien afirme que los malcriamos, hoy pienso que el esplendor de aquella infancia es un escudo que les protegerá de la intemperie de por vida. Quiero creerlo.
Ahora, cuando esos hijos se han hecho mayores y andan buscándose como pueden la vida, cuando parecía que el argumento de nuestra biografía nos iría conduciendo plácidamente hacia el final del tercer acto, nos hemos encontrado con giros inesperados de guion que nos perturban aún más por haber tenido aquella suerte, la de haber crecido en un lugar privilegiado y en una época que ahora podemos juzgar como excepcional si comparamos nuestro origen con el de personas abocadas a la miseria.
No escribo esto cargada de nostalgia sino afectada por una incertidumbre que algunas noches amenaza con robarme el sueño. Escuchaba esta semana al expresidente Zapatero decir que en cuestión de tragedias humanas no había un siglo comparable al XX por haber padecido dos guerras mundiales. Es muy posible que cuando Stefan Zweig se quitó la vida pensara no solo en el acabamiento de su ayer sino en la imposibilidad de un futuro en el que se reparara todo el dolor causado.
Por mucho que hoy los psicólogos de la positividad prediquen que está en nuestras manos modelar nuestros sueños, cada cual vive prisionero de su tiempo. Este es el nuestro: un presente inquietante que se fue gestando desde principios del XXI y que se nos muestra cada día, cada hora, tan violento y disruptivo que nos resulta casi imposible metabolizarlo. De una punta a otra del mapa manejan los hilos hombres imbuidos de crueldad, soberbia, delirios de grandeza. No ocultan ni enmascaran sus fechorías, se sienten orgullosos de ellas. Exhiben el horror para que no dudemos de su amenaza: desde el proyecto de construir una ciudad de vacaciones sobre las ruinas donde aún palpitan las almas de los inocentes hasta la intención de cobrarse la paz de un país saqueándolo, abroncando al presidente de la nación invadida ante las miradas de todo un planeta.
Quienes afirman que esta barbarie es una respuesta a lo woke están de alguna manera justificando esas chulerías. Si es que ibais provocando, parecen decir una vez más. Pero son tan insensatos como esos inmigrantes venezolanos en Estados Unidos que pensaban que Trump les daría un trato preferencial o como esos voxeros que se presentan como defensores del campo y luego agachan la cabeza ante el rey de los aranceles. De este peligroso caos no saldrá ganando nadie. Y a los tontos de turno que aprovechan para hacer chanza de lo woke tal vez les llegue el momento de arrepentirse. Nadie aplaudirá su servidumbre.