Trump, el emperador desaforado
El nuevo orden no va de regla de juego, como se empeñan los europeos. Va de quien tenga más fuerza y menos escrúpulos
El alcance de la maniobra geopolítica en curso marcará años y años como una nueva e insólita época. Estamos ante una de las mayores reversiones de alianzas de la historia. Dos superpotencias en rumbo de colisión acaban de aliarse después de que una de ellas haya dejado tirados a sus socios menores, a los que había protegido y animado a resistirse ante las ambiciones de la otra. Gracias a la inteligencia militar de Washing...
El alcance de la maniobra geopolítica en curso marcará años y años como una nueva e insólita época. Estamos ante una de las mayores reversiones de alianzas de la historia. Dos superpotencias en rumbo de colisión acaban de aliarse después de que una de ellas haya dejado tirados a sus socios menores, a los que había protegido y animado a resistirse ante las ambiciones de la otra. Gracias a la inteligencia militar de Washington, Ucrania pudo derrotar a Putin en la guerra relámpago de hace tres años, y también gracias a Estados Unidos se organizó la coalición que ha suministrado armas, entrenamiento y ayuda financiera para que Ucrania siguiera defendiéndose.
Todos sabemos que Donald Trump miente desaforadamente, él mismo lo sabe, cuando adopta la versión putinista de la guerra y osa atribuir a Zelenski la responsabilidad de desencadenarla. Pero dice la verdad, la horrible y entera verdad, cuando asegura que la guerra no se habría librado si él hubiera sido presidente en 2022. Ucrania no habría contado con la previa advertencia de la inteligencia estadounidense ni con la creciente movilización europea alentada por Biden. El propio Trump habría entregado la frágil e inerme democracia ucrania a Putin. Sin Suecia y Finlandia en la OTAN, sin sanciones contra Rusia y sin órdenes de detención por crímenes de guerra contra Putin y sus secuaces, la presión rusa habría alcanzado a las repúblicas bálticas, Moldavia, Polonia y quién sabe con qué nefastos resultados. Imaginar lo que no sucedió entonces proporciona una idea de lo que va a suceder ahora si nadie lo impide.
Trump no estaba preparado en su primera presidencia, vigilado por la vieja guardia republicana, aquellos adultos con criterio propio que había en la Casa Blanca. Sabía que estaría listo en la segunda, rodeado de fanáticos extremistas y sumisos aduladores que ensalzan los deslumbrantes éxitos del pacificador antes de empezar a negociar. No le sobra ni uno solo de sus numerosos vicios y defectos para la tarea que se ha asignado a sí mismo. Solo un energúmeno amoral e ignorante, que desprecia la historia y atiende únicamente a su ego descomunal y al poder del dinero y de la fuerza, estaba en condiciones de emprenderla. Es un gorila con una maza en las manos y el designio de destruir cuanto quede a su alcance del viejo orden. Objetivamente, es un eficaz agente del Kremlin.
Los imperios autoritarios estaban construyendo un orden nuevo y Estados Unidos no iba a quedarse rezagado. No va de regla de juego, como se empeñan los europeos. Va de quien tenga más fuerza y menos escrúpulos. Quedó obsoleto el difícil equilibrio que permitió a la primera superpotencia mantener un lugar privilegiado gracias al orden internacional liberal inventado por ella misma. El ascenso de China y el irredentismo imperial de Rusia, dos superpotencias autoritarias, revisionistas y expansionistas, han convencido al republicanismo nacionalista y populista estadounidense. Se acabó el poder blando, la preeminencia de la diplomacia y la ejemplaridad democrática. Washington se adscribe en igualdad de condiciones con Pekín y Moscú al juego autoritario, revisionista y expansionista. Sobre la colina no hay una ciudad resplandeciente sino Guantánamo.
Rusia conoce bien la maniobra. Muchas veces la ha realizado al hilo de su vocación imperial. Nadie ha superado la pirueta de Stalin cuando pasó del frente antifascista a pactar con Hitler la partición y martirio de Polonia y a los dos años a cerrar filas con Roosevelt y Churchill para derrotar al nazismo y dividir Europa. Gracias a Trump, Putin está emulándole con la nueva alianza para obtener las victorias que le han negado los campos de batalla. En la destrucción y construcción de coaliciones se dilucidan las grandes contiendas de hoy.
Estados Unidos está equipado para esta deriva, alejado del admirable arco de su historia democrática. La Constitución acota el poder presidencial, pero deja ángulos ciegos a la creatividad autoritaria. Es la presidencia imperial, que Nixon tuvo a su alcance. “Cuando el presidente hace algo, es que no es ilegal”, según sus palabras. Regresó con George W. Bush, mediante la teoría del Ejecutivo unitario y la guerra global contra el terror, pero declinó otra vez con Obama y Biden. Investido Trump como un monarca absoluto, llega ahora a su apoteosis. También en las palabras: “El que salva su país no viola la ley”.
No se puede imperar en el mundo sin antes imperar en casa. Con todos los poderes en su mano y el rencor necesario para la venganza, no quedará rincón sin barrer, ni dentro ni fuera. La división del mundo en áreas de influencia entre Putin, Xi y Trump no admite las veleidades de los derechos humanos, la división de poderes y el Estado de derecho. Esta es la época oscura de los emperadores autoritarios en la que nos toca vivir.