Los disruptores
Los nuevos tecnoplutócratas quieren ir más allá de la ruptura de convenciones, normas o modelos de negocio, buscan romper el sistema
En la entretenida película de Netflix Glass Onion (2022), protagonizada por Daniel Craig como el superdetective Benoit Blanc, sale un interesante personaje, interpretado por Edward Norton, que comparte los atributos de Elon Musk u otros de su camarilla de tecno-millonarios. Es el cabecilla de un grupo que se autodenomina “los disruptores”, y que en un determinado momento de la trama explica el porqué de la ...
En la entretenida película de Netflix Glass Onion (2022), protagonizada por Daniel Craig como el superdetective Benoit Blanc, sale un interesante personaje, interpretado por Edward Norton, que comparte los atributos de Elon Musk u otros de su camarilla de tecno-millonarios. Es el cabecilla de un grupo que se autodenomina “los disruptores”, y que en un determinado momento de la trama explica el porqué de la elección de ese término. Para ellos ya no basta, dice, con la mera ruptura de convenciones, normas o modelos de negocio, el objetivo es “romper más cosas, cosas más grandes”; se trata de “quebrar el propio sistema, en eso consiste la verdadera disrupción”.
Una vez más, se hace difícil distinguir entre ficción y realidad. Porque, en efecto, lo que buscan los tecno-plutócratas actuales no es otra cosa que fungir como agents of discontinuity, una expresión que se suele atribuir a esa cuadrilla, que es bien consciente también, como asimismo afirma el personaje de la película antes aludido, de que las rupturas sistémicas no encuentran tanto eco en la gente como las innovaciones que les proporcionaron sus mareantes ingresos. Quizá por eso mismo, su obsesión actual es hacerse con lo que se venía entendiendo como cuarto poder, suplir la labor crítica de los medios tradicionales por toda una red de sistemática construcción de realidad; producir masivamente lo que en buen marxista se llamaría “falsa conciencia”. Ahora cobra sentido la compra de Twitter por parte de Musk o la renuncia de Zuckerberg al fact checking de Meta o su apoyo a la maraña de otros medios encargados de desinformar, propagar noticias falsas o teorías conspirativas. Su acción ha servido para propulsar a Trump a la Casa Blanca, pero ya tenemos algún indicio de que Musk, al menos, va por libre.
En un momento en el que el nuevo presidente apenas tendrá oposición en su partido, el Congreso o el Tribunal Supremo estadounidense, quien realmente ejercerá el control de facto será toda esa red que acabamos de mencionar. Sin su apoyo cotidiano, el Disruptor in Chief podría empezar a tener problemas, no en vano son sus bases electorales quienes consumen ávidamente las noticias y opiniones que aquellas generan. Pero ojo, Trump es, por definición, incontrolable e imprevisible y nada asegura que estos oligarcas neo-feudales vayan a salirse con la suya. Dentro de la coalición trumpista hay también otras voces y sensibilidades, más propensas a evitar cambios radicales del statu quo, y Estados Unidos no deja de ser un Estado de derecho donde, hoy por hoy, todavía funciona el sistema de contrapoderes.
Tanto para el nuevo presidente como para la coalición disruptiva, el mayor peligro es su caída en la hybris, la desmesura a la que les empuja su ego superlativo. Lo estamos viendo en las fantasías imperiales de Trump o en la inaudita intervención de Musk en la política europea, que muestra que se creen ya los dueños del mundo. Por otra parte, la pretensión que comparten los visionarios de Silicon Valley, el “aceleramiento efectivo” y la aplicación del algoritmo NRx, dirigidos ambos a suplantar la voluntad popular por un tecnocratismo de nuevo cuño —tecno-autocracia podríamos llamarlo—, basado en la eficiencia como único criterio de legitimidad, amenaza con crear nuevas fracturas. Aparte de señalarse los riesgos y peligros que supone para los sistemas democráticos, hoy por hoy es imposible imaginar hacia dónde pueda conducirnos. Nos queda la esperanza de los ya mencionados contrapoderes o formas de resistencia efectiva a través de la adición de distintas fuerzas sociales transversales. O, como en la película citada, que acaben tarifando entre ellos, que vuelva a hacerse realidad eso de que la revolución devora a sus hijos.