Escribir y leer para huir del amo
Junto al neofascismo de “motosierra” avanza en Argentina, también, una restauración del patriarcado más rancio
“Escarbo/ escarbo/ escarbo// el hueso de dios/ todavía puede estar/ en el corazón caliente/ de la tierra”: habla un perro y esto es un pequeño fragmento de un libro —La bestia ser, de la poeta argentina Susana Villalba— y de algo así, de algún hueso de dios, del corazón caliente de la Tierra, de literatura, de ficción, de la vida misma y de cómo todo esto está tramado quiero escribir hoy. Por ejemplo, de cómo la ficción nos rige. De cómo una ficción, la idea de futuro, ha sido privatizada en los hechos: el futuro, hoy, se concibe como la colonización de Marte —...
“Escarbo/ escarbo/ escarbo// el hueso de dios/ todavía puede estar/ en el corazón caliente/ de la tierra”: habla un perro y esto es un pequeño fragmento de un libro —La bestia ser, de la poeta argentina Susana Villalba— y de algo así, de algún hueso de dios, del corazón caliente de la Tierra, de literatura, de ficción, de la vida misma y de cómo todo esto está tramado quiero escribir hoy. Por ejemplo, de cómo la ficción nos rige. De cómo una ficción, la idea de futuro, ha sido privatizada en los hechos: el futuro, hoy, se concibe como la colonización de Marte —Elon Musk dice que la conquista marciana salvará a la humanidad—, la inmortalidad —Aubrey de Grey sostiene que para 2050 los que puedan pagar los tratamientos vivirán mil años y, ojo, estamos hablando de empresas que cotizan en la bolsa, como Unity Biotechnology, con accionistas como Jeff Bezos y Peter Thiel—. No hace ni falta aclararlo: los demás, los que no somos parte del 1% de hombres blancos dueños del mundo, no vamos a tener cohetes a disposición. Fármacos contra el envejecimiento tampoco. Los demás, decía, no podemos concebir más futuro que el colapso al que nos arrojan.
En este punto, les recomiendo Ciencia ficción capitalista (Anagrama), el libro de Michel Nievas de donde saco esta información. De ficciones habla Michel, de hechos, de cómo la ficción y los hechos se tejen y hacen mundo. De eso que es tan parte del corazón caliente de la Tierra como nosotros, los que le sobramos al futuro de la humanidad según lo imaginan —y construyen— estos megamillonarios que se están dando cuenta —Musk es tal vez el ejemplo menos discreto— de que no necesitan ni democracias ni bienestar general para acumular riquezas. Que, de hecho, una concentración tan bestial de la riqueza es opuesta a cualquier idea de democracia. Y florecen, ay, acá, y allá también, y por muchas partes del globo, neofascismos. Muchos llegan al gobierno. Con sus propias ficciones: una meritocracia que, si no fuera trágica nos haría reír a carcajadas, tiene como próceres a hijos de ricos. La idea de que la crueldad es la causa de progreso: el que no se pueda pagar los tratamientos y los fármacos que necesita para vivir, que se muera; el que no se pueda pagarse un techo, que viva tirado en la calle y perseguido por la policía; el que no pueda mudarse, que sea achicharrado por los pesticidas que le tiran en la cabeza. Y cada vez son menos los que pueden pagarse nada.
Según el informe de Oxfam de septiembre de este año, “el 1% de los más ricos del mundo posee más riqueza que el 95% de la población mundial en conjunto”. Acá, en la Argentina, nuestro neofascismo habla de “motosierra” para hablar del ajuste de un Estado que tenía mucho por corregir pero tenía, también, la idea de que debía servir a los ciudadanos en lo elemental: salud pública, educación pública, alguna ayuda para garantizar el acceso a la vivienda. Se acabó. Decreto tras decreto. Con la venia, o la impotencia, de una clase política agotada, rotos los lazos con sus supuestos representados. En este marco, avanza, también, una restauración del patriarcado más rancio. Lo anuncian y empiezan a intentar ejecutarlo. Hay resistencia. Basta de educación sexual para niñas, niños y adolescentes. Basta de soberanía sobre el propio cuerpo y la propia voluntad de ser, o no ser, madres. Mujeres, a la cocina, a la obediencia, a la reproducción.
En este marco avanzan los intentos de censura a las escritoras. ¿Tiene sentido explicar que la literatura, como todas las artes, es el reino de la libertad? Ahí donde el imaginario colectivo se sirve de una autora, de un autor, de une autore —toda la diversidad genérica posible es relevante en este caso— para cristalizar algunas de las formas que está soñando para sí misma la humanidad. Esa práctica, la de las artes, tal vez sea lo único que nos queda, a los que fuimos formados por la cultura tanática de Occidente, de la forma de soñar de los pueblos originarios: ese espacio-tiempo en el que el soñador puede ser no humano, comunicarse con los ancestros, con los otros seres de la Tierra y concebir lo antes inconcebible. Concebir, por ejemplo, otros futuros posibles para la vida de la Tierra, es decir, para nosotros, la humanidad, también. Otras formas de vida para el 99%.
Para decirlo en términos más accesibles a Occidente, voy a citar a Deleuze: “Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir, un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido. La escritura es inseparable del devenir; escribiendo, se deviene–mujer, se deviene–animal o vegetal, se deviene–molécula hasta devenir–imperceptible”. Escribir, y leer, es salirse del centro, del poder: huir del amo. Devenir-perro y buscar el hueso de dios que todavía pueda estar en el corazón caliente de la tierra.