Resumen de malas noticias

Hay coyunturas en que un país completo como Cuba se entrega al rezo, clamando porque se haga la luz

Martín Elfman

Hay momentos en los que rezar tiene sentido, incluso si eres ateo o agnóstico. Hay coyunturas en que un país completo, buscando una alternativa que se hace esquiva, puede entregarse al rezo, a la oración, implorando la intervención de algún poder superior que traiga el alivio, la compasión, la piedad que los poderes terrenales no le han propiciado. Clamando porque se haga la luz.

Estoy seguro de que pocas veces en su historia el pueblo de mi país ha practi...

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Hay momentos en los que rezar tiene sentido, incluso si eres ateo o agnóstico. Hay coyunturas en que un país completo, buscando una alternativa que se hace esquiva, puede entregarse al rezo, a la oración, implorando la intervención de algún poder superior que traiga el alivio, la compasión, la piedad que los poderes terrenales no le han propiciado. Clamando porque se haga la luz.

Estoy seguro de que pocas veces en su historia el pueblo de mi país ha practicado este ejercicio con más vehemencia. Lo deben haber hecho desesperados, muchos de ellos ya superados por las circunstancias. Miles rezarían incluso mientras echaban en una cazuela, para cocinar, con el fuego que puedan, los alimentos ya descongelados, en el límite previo a la descomposición. Han sido esos productos que habían conseguido con mucho esfuerzo y a precios casi prohibitivos (unos cuartos de pollo, algún paquete de picadillo o perritos calientes, no más), reservas previstas para alimentarse en las próximas semanas y que, antes de perderlos definitivamente, mis compatriotas optaron por tragarlos. Y los fueron digiriendo con más dolor que satisfacción. Porque era lo mejor, lo único —además de rezar— que muchos cubanos podían hacer después de tres y hasta cuatro días sin servicio eléctrico a lo largo y ancho del país.

Vivir con varias horas de oscuridad es una situación que desde hace décadas, con bajas y altas, hemos sufrido los cubanos. En mi memoria están los dilatados apagones que ya en la década de 1960 comenzaron a perseguirnos. También los interminables de la década de 1990, ese lapso eufemísticamente bautizado como Período Especial en Tiempos de Paz. Esos apagones que alguna vez nos prometieron que nunca volverían y que en los últimos años regresaron, con furias renovadas. Los mismos que, en las últimas semanas, en varias localidades del país, alcanzaron las ocho, diez y más horas diarias, como una especie de entrenamiento macabro para lo que llegó con la “desconexión del sistema eléctrico nacional” que por casi tres días convirtió a la isla de Cuba en una mancha oscura. El país de las sombras largas, solo que sin esquimales a la vista.

Mucho se ha hablado sobre las causas que originaron la crisis energética que ahora alcanzó su clímax más dramático. El estado lamentable del parque de generación energética, envejecido u obsoleto; la falta de divisas para adquirir el combustible necesario; los efectos del vetusto bloqueo estadounidense; la poca previsión estratégica de las esferas de decisión que no realizaron las inversiones necesarias en la industria de la generación eléctrica mientras se construían nuevos y más hoteles para potenciales turistas. Todas las razones son posibles y todas parece que se combinaron para poder armar, al fin, la tormenta perfecta del dilatado apagón nacional sufrido por los ciudadanos. Un corte eléctrico que, por supuesto, casi paralizó las actividades económicas y productivas de un país que tanto las necesita, agobiado por disímiles crisis, entre ellas el suministro de esos alimentos que la gente coció de prisa para no perderlos del todo.

Y, para más ardor, en medio de esa agobiante crisis, un huracán besaba la costa norte del oriente del país, dejaba inundaciones y devastación y la cifra de seis muertos, una cantidad elevada para un país como Cuba.

En medio de la oscuridad y catalizados por la desesperación, decenas de personas en distintos puntos de la geografía nacional, en lugar de rezar salieron a las calles a manifestar su agobio. Como era de esperar, la respuesta gubernamental fue que no se tolerarían hechos vandálicos ni las “alteraciones de la tranquilidad ciudadana”. Y la gente sabe bien cómo es esa intolerancia, pues puedes terminar pagando la osadía de la desesperación y la impotencia con una condena de varios años de cárcel. Lo extraño es que el apagón de tres días no se considerara una “alteración de la tranquilidad ciudadana”.

La lógica más posible y recurrida a través de la cual se ha canalizado un estado de agotamiento y pérdida de esperanzas que se hizo más evidente con esta oscuridad es el ansia migratoria que persigue a cientos de miles de ciudadanos cubanos. Mucho se ha hablado ya, también, de que otra de las grandes crisis que hoy afectan a la nación es la migratoria. Se trata de un proceso en marcha que, en los últimos tres años, ha puesto a vivir fuera de la isla a más de un millón de personas, un 10% de la población efectiva del país.

A este respecto, sin embargo, se debe recordar que ese millón y tanto de cubanos, sumados a lo que ya era una diáspora notable y desangrante, son los que han podido irse, no todos los que quisieran o sueñan con irse. Son los que se han beneficiado con visas estadounidenses como las concedidas con el programa del parole humanitario, las que han obtenido otras ciudadanías, en especial la española, los que han recibido un visado de algún país y no han vuelto, o aquellos muchos que, pagando cifras que rondan los 10.000 dólares, han viajado a Nicaragua para emprender la “ruta de los coyotes” y ya han pasado a Estados Unidos o permanecen en México esperando el permiso de entrada en territorio del norte.

Ahora, a pocos días escasos de que se celebren las elecciones presidenciales en Estados Unidos, mis compatriotas también deben mirar con temor el escenario que se dibuja frente a ellos. Porque una victoria del republicano Donald Trump, como sabemos por experiencias previas, endurecerá o cortará de cuajo la posibilidad de emigrar hacia Estados Unidos, por vías legales y, sobre todo, ilegales. Porque Trump no solo lo ha prometido, sino que ha condenado la inmigración con un discurso nacionalista y populista, de tufos fascistas, considerando incluso que los inmigrantes “contaminan” la sangre de los estadounidenses, una afirmación que da por cierta la tercera parte de los ciudadanos de ese país... a los que, por cierto, ya no parece interesarles recordar de qué origen es la sangre que corre por sus venas tan estadounidenses.

Mientras, una victoria de la demócrata Kamala Harris no creo que traiga mejores noticias para los potenciales migrantes cubanos hacia Estados Unidos. La presión política y social que se ha engendrado alrededor del tema de la migración implicará para la presunta presidenta tomar medidas más o menos drásticas para su control, pues la opinión pública del país ya ha sido envenenada, esa sí “contaminada”, con los infinitos discursos antinmigrantes que han aderezado la carrera electoral en curso.

Pero es que desde Europa tampoco nos llegan buenas nuevas. Una Europa que habla de “campos” de internamientos, que cierra varias de sus fronteras a los migrantes y en la que abundan cada vez más los discursos políticos que alientan la xenofobia y condenan en masa a los aspirantes a migrar.

Las experiencias vividas con el dilatado apagón nacional y el huracán con muertes han sido dolorosas, y sus secuelas físicas y mentales perseguirán a la gente por un buen tiempo. Pero quizás en unos días muchos se olviden de rezar, como es natural en la condición humana (y cubana), mientras otros con más fe seguirán orando, esperando que de alguna parte se digne a llegar alguna buena noticia.

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