Abou Sangare, el actor guineano a quien la derecha identitaria francesa quisiera ver en la cárcel

La fachosfera gala lanza una cruzada contra los inmigrantes irregulares con una orden de expulsión, como el intérprete premiado en Cannes

Abou Sangare, en un momento de 'L'histoire de Souleymane'.

El pasado domingo, en el cementerio militar y necrópolis nacional francesa de Les Vallons de Mulhouse, una extraña estela conmemorativa esperaba a quienes habían acudido ese día a dejar flores en las tumbas de sus seres queridos. “A los hijos de Francia fallecidos a causa de la inmigración”, rezaba una placa de mármol donde estaban inscritos por orden alfabético un centenar de nombres. Entre ellos el de Philippine, una estudiante de 19 años violada y asesinada hace casi un mes por un ciudadano marroquí quien ya había sido condenado por violación en 2021 y estaba sujeto a una decisión judicial que obliga a abandonar el territorio galo —llamada OQTF, por sus siglas en francés—, que nunca fue aplicada. El movimiento monárquico de extrema derecha Action Française ―nacido durante el caso Dreyfus, proscrito tras la Segunda Guerra Mundial y renacido en los últimos años― reivindicó la acción en un mensaje de Facebook en el que denunció la “falta de coraje” de la clase política ante los francocidios que cometerían los inmigrantes en situación irregular para aniquilar al pueblo galo. “La verdad siempre molesta, enhorabuena”, comenta, con orgullo, un seguidor.

No es nueva la obsesión de los identitarios con los inmigrantes, a los que acusan de todos los males por un puro cálculo cínico destinado a tapar el abismal vacío programático y la falta de preparación que caracteriza a sus partidos y movimientos. Pero desde el homicidio de Philippine, la psicosis extremista se ha volcado con el histerismo habitual en los denominados OQTF, convirtiéndolos en un nuevo objeto de instrumentalización política, al afirmar que un extranjero sujeto a una orden de abandonar el territorio es necesariamente peligroso para la sociedad. De Jordan Bardella a Éric Zemmour, la ultraderecha francesa lleva semanas reclamando al unísono en sus redes la necesidad de expulsar a todos los OQTF para que no tengan tiempo de cometer abominables francocidios como el de Philippine, quien habría sido violada y asesinada por ser francesa y no por ser mujer, de acuerdo con su teoría.

Como es bien sabido, a la extrema derecha no le sirve la objetividad de los hechos mientras prosperen la mentira y el odio, ni el carácter marginal del número de personas bajo OQTF susceptibles de representar una amenaza para el orden público (apenas el 2% entre 2019 y 2022, según datos del Ministerio de Interior francés). Muchos de ellos son sencillamente estudiantes o trabajadores extranjeros sin recursos económicos que no cumplen con los requisitos administrativos para permanecer en el país, explica Serge Slama, reconocido catedrático de Derecho Público, en France Culture. Algunos incluso son artistas, como es el caso del sublime Abou Sangare, vencedor del premio a mejor actor en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes por la película L’histoire de Souleymane, de Boris Lojkine, donde interpreta a un joven inmigrante guineano que malvive como repartidor en París, ahogado en la explotación laboral y la pobreza extrema, a la espera de su entrevista para pedir asilo.

Este guineano de 23 años, que jamás había soñado con ser actor, reside sin papeles en Amiens desde hace siete años. Tras haber visto denegada tres veces su solicitud de regularización, hoy está sujeto a una OQTF. Recientemente, Sangare, apoyado por el equipo de producción del filme, ha presentado una cuarta solicitud con la esperanza de que el galardón obtenido en Cannes influya en la decisión de las autoridades. Con un bachillerato profesional en mecánica obtenido en Francia, donde llegó no acompañado con 16 años para ayudar a su madre enferma tras una odisea por tierra y mar que casi le cuesta la vida, y con un empresario de la región dispuesto a ofrecerle un contrato indefinido, su integración es tan innegable como su amor por un país y una ciudad en los que ha tenido la suerte de encontrar cariño y apoyo nada más llegar.

Sin embargo, para los adeptos al Gran Reemplazo Sangare solo es una sigla de cuatro letras que nunca debería haber salido de Guinea, como defienden muchos tuits de la fachosfera, ulcerados con que un “ilegal” sea ensalzado por su talento en los medios en vez de estar en prisión. Precisamente de las cárceles libias podría hablarles Sangare, quien, como muchos migrantes, pasó por una de ellas siendo un adolescente de 15 años antes de cruzar el Mediterráneo en una patera. Aunque ni con eso lograría despertar aunque sea una pizca de humanidad y empatía en unos seres cuyo único carburante es el odio ciego hacía el que viene de fuera buscando un futuro mejor.

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