Cambio de guardia en la OTAN
El holandés Mark Rutte deberá emplear su liderazgo en la Alianza Atlántica para garantizar la cohesión interna
Mark Rutte, primer ministro de Países Bajos durante 13 años, ha empezado esta semana su mandato como secretario general de la OTAN, cargo que hasta ahora ocupaba el noruego Jens Stoltenberg. Y lo ha hecho en un momento de máxima tensión en Europa y Oriente Próximo, y en plena ebullición de la Alianza tras la incorporación de las hasta ahora neutrales Finlandia y Suecia, a las que pronto podría sumarse Ucrania.
Conservador en seguridad y partidario del rigor presupuestario pero liberal en cuestiones sociales, Rutte es ante todo un político flexible y hábil en la creación de consensos, como es propio en la tradición de un país de parlamento históricamente fragmentado. Estas habilidades deberán servirle ahora para mantener la cohesión entre socios atlánticos muy distanciados respecto a cuestiones clave como la ayuda a Kiev o a la guerra desplegada por Israel en el Mediterráneo Oriental.
El principal desafío que se le presenta al nuevo secretario general radica en reforzar el lazo transatlántico, la relación fundacional entre los aliados sobre la que Donald Trump ha expresado dudas preocupantes. Como jefe de gobierno neerlandés, Rutte ha sabido entenderse bien con el expresidente estadounidense, a quien elogió en su primera conferencia de prensa a cuenta de dos ideas sobre la OTAN: su demanda de mayor aportación financiera por parte de los socios y la atención al peligro que significa China.
Como en todos los europeos, a excepción del húngaro Viktor Orbán, hay pocas dudas sobre su sintonía con Kamala Harris, pero Rutte sabe que el republicano puede ser también el interlocutor con el que habrá que tratar si gana las elecciones dentro de un mes. Sus demandas de mayor gasto de defensa, sin embargo, no van precisamente en la dirección deseada por Trump, que contempla la OTAN como un acuerdo transaccional en el que los europeos deben pagar los servicios de seguridad prestados por la primera superpotencia, a riesgo si no lo hacen de verse entregados a las ambiciones expansionistas de su vecino más beligerante: Rusia.
Las primeras declaraciones de Rutte han servido para reclamar mayores inversiones en defensa con capacidades de producción de munición, interoperatividad de los ejércitos, desaparición de las duplicidades y una distribución equitativa de las cargas, además de una buena coordinación con una Unión Europea dotada de mayores capacidades militares. No en vano acaba de dotarse por vez primera de la figura de un comisario de Defensa.
Respecto a la guerra de Ucrania, la OTAN no cambiará en su apuesta. Para Rutte, la solidaridad con Kiev “es una inversión en la propia seguridad”, hasta el punto de que, con razón, sostiene que los costes que hay que arrostrar ahora serán siempre menores a los que supondría que Putin consiguiera salirse con la suya.