Un cucurucho de helado en Beirut

De nada sirve la memoria de las guerras que destruyeron Líbano durante años; la barbarie de los bombardeos del ejército de Israel vuelve a repetirse

Robert Frank, en Beirut en 1991. Raymond Depardon (Magnum Photos/ContactoPhoto)

Aunque el ejército israelí ha atacado sobre todo Dahiye, el feudo de Hezbolá en la zona sur de Beirut, las bombas han empezado ya a llegar al centro de la ciudad. Las crónicas empiezan a referirse ...

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Aunque el ejército israelí ha atacado sobre todo Dahiye, el feudo de Hezbolá en la zona sur de Beirut, las bombas han empezado ya a llegar al centro de la ciudad. Las crónicas empiezan a referirse al aspecto fantasmal que adoptan las calles que antes estaban llenas de gente, de coches y motos, del barullo de los comercios, del ruido de la vida. Las incursiones de los aviones, el estallido de las bombas, las sirenas de las ambulancias y los gritos de horror y desesperación e impotencia de las personas a las que les ha tocado el mazazo de ver cómo sus vidas se derrumban y mueren sus familiares, amigos y vecinos van poco a poco callando y llegará un momento en que el silencio lo cubra todo. Quedarán los cascotes, las ramas metálicas que sostenían los techos de las viviendas, un poco de polvo suspendido en la atmósfera. Y el silencio.

Pocos meses después de que se diera por terminada la larga guerra que se inició en 1975 y que destruyó Líbano provocando entre 120.000 y 150.000 muertos, los responsables de Éditions du Cyprès de Burdeos decidieron enviar a seis fotógrafos al centro de Beirut para que recogieran en sus imágenes lo que allí había sucedido. En distintos momentos de noviembre y diciembre de 1991 fueron aterrizando en el corazón de la ciudad, cada uno con su estilo y su particular mirada, Gabriele Basilico, Raymond Depardon, Fouad Elkoury, René Burri, Josef Koudelka y Robert Frank.

Beyrouth Centre Ville es un libro que produce desde el primer momento ese íntimo desgarro que no es muy diferente del que se padece todos los días y desde hace meses al ver las imágenes que llegan de Ucrania o de Gaza, ahora también de Líbano. La diferencia es que todas las del libro están concentradas en el centro de una capital importante de un país de Oriente Próximo, y que procuran construir un relato al final de una catástrofe; quizá por eso resultan todavía más dolorosas. Los editores recuerdan que el centro de Beirut había ido adoptando sus rasgos distintivos sobre todo desde la segunda mitad del siglo XIX, durante el imperio otomano, y durante la primera parte del siglo XX, durante el mandato francés. El corazón de la ciudad estaba lleno de vida y en las fotografías de aquellos seis grandes maestros sus calles están vacías —en solo un puñado de ellas aparecen personas— y sus casas y edificios, totalmente destruidos. Y se respira ese silencio abrumador.

Cuenta Edward W. Said, uno de los más lúcidos analistas de la cuestión palestina —así se titula uno de sus libros—, en Fuera de lugar (Debate), sus memorias, que durante los años en los que vivió de niño con su familia en un pueblo de la montaña de Líbano, su padre lo llevaba de vez en cuando a Beirut para hacer algunas compras y sacar dinero del banco. “Normalmente hacíamos una parada en el café Automatique”, recuerda, “para que yo me comiera apresuradamente un cucurucho de helado antes de seguir nuestro camino”.

Memoria de destrucción, escribe Robert Frank sobre una de sus imágenes de 1991 y apunta que encontró ruinas, el vacío de lo que un día tuvo su grandeur, postales que recordaban los viejos tiempos. Todo fue devastado, hecho añicos, quedó el silencio. Como si la memoria de aquello no sirviera para nada, Israel bombardea de nuevo Beirut, y ante semejante barbarie solo queda levantar hacia las alturas y las bombas el cucurucho de helado que se comía un niño hace años como un grito que contiene la fragilidad y el enorme poder de la vida.

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