Pedro Sánchez y la resurrección de la legislatura

Al Ejecutivo no le faltarán debates polémicos para camuflar la imagen de parálisis gubernativa

La diputada de Junts, Míriam Nogueras, pasa junto a Pedro Sánchez y María Jesús Montero, el pasado mes de marzo en el Congreso de los Diputados.Alvaro Garcia

La legislatura de Pedro Sánchez está en shock. Por mucho que el presidente diga que puede gobernar “sin el Legislativo”, es decir prorrogando los presupuestos, la parálisis gubernativa acabaría haciendo mella en un Ejecutivo que vendió la amnistía como el peaje necesario para hacer más leyes progresistas. Ahora bien, Sánchez no se caracteriza por quedarse de brazos cruzados. Avisar de que piensa seguir en La Moncloa, con ...

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La legislatura de Pedro Sánchez está en shock. Por mucho que el presidente diga que puede gobernar “sin el Legislativo”, es decir prorrogando los presupuestos, la parálisis gubernativa acabaría haciendo mella en un Ejecutivo que vendió la amnistía como el peaje necesario para hacer más leyes progresistas. Ahora bien, Sánchez no se caracteriza por quedarse de brazos cruzados. Avisar de que piensa seguir en La Moncloa, con socios o sin ellos, es una forma de ganar tiempo mientras intenta rearmar una legislatura tocada por la frustración que sacude a Carles Puigdemont, fruto del limbo en que está la aplicación de ley de amnistía.

Hete ahí el problema: la gobernabilidad no está ya solo en el terreno de lo político, sino que también pivota sobre si el Tribunal Constitucional enmendará la plana al Tribunal Supremo. Lo repite Junts desde hace semanas: o se le aplica la medida de gracia a su líder, o será difícil llegar a acuerdos en el Congreso. De hecho, el momento culmen de esa desazón fue el show de Puigdemont de reaparecer en Barcelona en agosto, evidenciando que la amnistía no está siendo el éxito esperando hasta la fecha, ni para él mismo, al haber llegado solamente a un 20% de los beneficiarios. Es decir, asumiendo el jaque de una ley por la que el partido se jugó su regreso al ruedo pactista, enterrando el procés, y pasando a ser para muchos de los suyos otro “traidor”, como ERC, lo que sume todavía más en el nihilismo a muchos independentistas. Se apreció en esta Diada, la menos concurrida de la última década. Junts es hoy un socio agraviado, y que el presidente asuma que puede continuar sin él, no siendo del todo cierto, es también una forma de darle la vuelta a la capacidad de veto de Puigdemont tirando de psicología inversa: yo seguiré aquí intentándolo, tú verás si quieres quedarte en la irrelevancia o vemos qué se puede hacer con la legislatura. O con la amnistía.

Sin embargo, el punto muerto actual no es tan incómodo ni para Sánchez ni para Junts porque ambos no están interesados por ahora en unas elecciones. El PSOE podría ir introduciendo modificaciones en las cuentas prorrogadas y los independentistas, seguir peleando en los tribunales contando con un Ejecutivo favorable a la medida de gracia. La pregunta es cómo el presidente podría ser más ambicioso legislativamente mientras Junts acaba de definir su estrategia en el congreso de octubre si la vía judicial no se acelera.

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Y en verdad, el partido de Puigdemont venía insinuando hace tiempo que la condición para hablar de nuevos presupuestos eran las inversiones en Cataluña. Con la investidura de Salvador Illa algo ha cambiado: o le interesa tomar distancia del PSC y ERC o no ve mucho sentido en apoyar acuerdos de los que se beneficie una Generalitat que no gobierna. Ahora bien, existen otros temas pendientes de concretar con el Ejecutivo que pueden servir de palanca en el Parlamento: por ejemplo, la cesión de competencias sobre inmigración que acordó Junts con el PSOE hace unos meses. Que la legislatura acabara pivotando sobre pactos de menor envergadura que sean del provecho de Puigdemont —para contrarrestar su competencia con Aliança Catalana o porque convienen a su base de alcaldes— haría de la gobernabilidad una obra de orfebrería, pero permitiría a La Moncloa ir haciendo trueques a cambio de leyes o presupuestos.

Si esa vía falla, a Sánchez no le faltarán debates polémicos para camuflar la imagen de parálisis gubernativa. No está claro que la financiación de las comunidades autónomas llegue a ningún puerto, pero durante un tiempo servirá para un doble propósito: tener amarrada a ERC, principal interesada en sacar adelante su acuerdo, y sembrar la discrepancia entre los barones del Partido Popular, por si la presión de estos logra que Alberto Núñez Feijóo dé algún apoyo puntual al Gobierno sobre cuestiones relativas a la gestión autonómica o a su capacidad financiera.

Otros socios están menos contentos con la idea de gobernar bajo mínimos. El PNV avisa al PSOE de que será exigente con sus compromisos firmados, mientras que Coalición Canaria se dice “engañada” por los socialistas al no haber obtenido una salida a la cuestión migratoria en el Congreso. El presidente debería ser consciente de que parte de la estrategia de Feijóo en este curso pasa por alejar a Junts y el PNV del bloque de investidura, avivando sus contradicciones ideológicas por apoyar a la izquierda. Por su parte, Bildu, Sumar y Podemos se conforman con criticar al Gobierno sobre cualquier tema de actualidad, aunque este no logre aprobar más leyes ni reformas de calado.

Curiosamente, el partido más sonriente en el tablero político actual es el PSC, por el que La Moncloa ha empeñado la legislatura. Salvador Illa es ya el president que acabó con una década de procés independentista, logrando sumir al “legítim Puigdemont” en la frustración más absoluta. Si Sánchez tenía que elegir entre la gloria y la gobernabilidad, está claro que de momento no hay presupuestos, pero, en cambio, los libros de Historia no van mal servidos.


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