Salvador Illa, el ‘president’ “españolista”

Los independentistas lamentan la pérdida del Govern y se aferran al deseo de recuperar un sentimiento de orgullo nacional que sienten pisoteado

El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, y el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, en su reunión en el Palau de la Generalitat, el pasado 23 de agosto.Quique García (EFE)

Al independentismo no le ha sentado bien que el president Salvador Illa ponga la bandera de España en el Palau de la Generalitat. Muchos van diciendo que ha llegado “la restauración española” de las instituciones catalanas. Y es cierto que ni José Montilla ni Pasqual Maragall solían poner la rojigualda en sus despachos. El PSC ha cambiado en los últimos años, pero los partidos independentistas tampoco ...

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Al independentismo no le ha sentado bien que el president Salvador Illa ponga la bandera de España en el Palau de la Generalitat. Muchos van diciendo que ha llegado “la restauración española” de las instituciones catalanas. Y es cierto que ni José Montilla ni Pasqual Maragall solían poner la rojigualda en sus despachos. El PSC ha cambiado en los últimos años, pero los partidos independentistas tampoco pueden preciarse de haber preservado las esencias de un nacionalismo catalán del estilo de la Convergència de Jordi Pujol en los noventa.

Es el lamento, desde hace tiempo, de muchos ciudadanos afines a la ruptura: la pérdida de pilares como el modelo de inmersión lingüística, que ya no funciona como antaño porque los jóvenes hablan menos y peor catalán que hace una década. Según la Enquesta a la Joventut de Catalunya, el uso de la lengua ha caído 18 puntos en la población de entre 15 a 34 años. El catalán ha pasado desde 2007 de ser la lengua principal de un 43% de los jóvenes, a solo un 25% en 2022. El castellano ha crecido del 39,4% al 44,5% en ese mismo período. Asimismo, la competencia de catalán en Secundaria fue la peor de los últimos 11 años. Ahora bien, en esa etapa no gobernaba el PSC, sino curiosamente, Artur Mas (CiU), Carles Puigdemont (Junts pel Sí), Quim Torra (Junts pel Sí), o Pere Aragonès (ERC).

Resulta hipócrita afirmar que Illa es el “españolista” que habría venido a reventar los pilares del nacionalismo catalán, solo porque fuera visible la bandera española en su última reunión con el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni. Es tan surrealista como creer que el PSC ha comprado la “agenda independentista”, según dice la derecha, porque Illa hablara de la “nación catalana” en su discurso de investidura. La realidad en Cataluña es hoy mucho más compleja que en los tiempos del último tripartito. Que se haya terminado el procés no quiere decir que sus consecuencias no pervivan. Y parece que el nuevo president solo intenta mantener los equilibrios sobre la población a la que se dirige.

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De un lado, porque la polarización ha crecido. Los independentistas viven con un sentimiento de derrota la pérdida del Govern y el fracaso de 2017. Por tanto, se aferran al deseo de recuperar un sentimiento de orgullo nacional que sienten pisoteado, aunque el propio movimiento lo borró en su idea de crear un Estado propio. Se extendió la idea de que no hacía falta un componente “étnico” para apoyar la independencia, vendiéndolo como un proyecto instrumental basado en los “beneficios” económicos y sociales de desgajarse de España. Por tanto, fueron los partidos, más en concreto ERC, quienes dejaron atrás los postulados esencialistas de los que ahora se lamentan sus votantes. Por otro lado, han surgido fuerzas como Vox, mientras que este PSC ha absorbido buena parte de los apoyos del Ciudadanos de Inés Arrimadas. Es decir, no es el PSC “catalanista” de Maragall y Montilla: Illa acudió a la manifestación del 8 de octubre de 2017 en Barcelona, y apoyó aplicar el 155.

La verdad es que la pérdida del catalán ni siquiera es únicamente una cuestión de voluntad política. Muchos jóvenes consumen streaming en castellano. El modelo de TV3 en los años noventa —con una nutrida parrilla de dibujos en catalán que vio una generación entera— se ha ido depauperando, y los flujos migratorios también hacen más complicada la homogeneización de los usos lingüísticos de ciudadanos venidos de otras partes del mundo.

La pregunta es qué políticas adoptará Illa en relación con la escuela catalana. Muchos independentistas han estallado porque la nueva consellera de Educación, Esther Niubó, dijera en el pasado que la escuela no estaba para “preservar” el catalán, sino que estaba para “aprender”. Sin embargo, para esta Diada del 11 de septiembre, el Govern del PSC ha lanzado una campaña donde afirma que la catalanidad es transversal: tal vez el nuevo Govern haya concluido que solo ese nervio puede unir hoy a buena parte de la sociedad, como en tiempos de Pujol, pese al cambio sociológico.

A la postre, sectores de ERC creen que al PSC le convendrá cumplir sus acuerdos tanto en lengua como en financiación para recuperar ese “catalanismo”. Ahora bien, los propios republicanos han cavado la tumba de una frustración asegurada, al inflar las expectativas del acuerdo de investidura con el PSC. Vendieron a sus bases que ello permitiría la “soberanía fiscal” de Cataluña, solo para poder tener una coartada con que investir a Illa, pese a que el Gobierno ha rebajado ya las previsiones en ese sentido. Anteriormente, los republicanos también dijeron que el catalán estaba blindado en la última ley educativa que pactaron con el PSOE y los tribunales se han posicionado a favor de mantener el 25% de castellano en la escuela.

Ya se sabe: de sus profecías autocumplidas vive también el independentismo. Ahora toca decir que Illa es un “españolista” para sacudir a los partidos del procés de cualquier responsabilidad nacional o lingüística. El problema es que eso de ir creando agravios irresolubles se le da mejor a Junts que a ERC, y los de Carles Puigdemont ya están afilando los cuchillos para esta nueva legislatura.

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