Una mirada a los estilismos de Puigdemont e Illa
El ‘expresident’ se tuvo que conformar con sacar un papel doblado del bolsillo mientras miraba alrededor, nervioso. Parecía un belga despistado en la Barcelona calurosa
En ocasiones, las noticias se leen mejor en las caras, en el aspecto de sus protagonistas, y el de Salvador Illa el jueves temprano al entrar en el Parlament con semblante taciturno, pálido y hasta nervioso es el narrador de esta historia. Nadie, ni siquiera él, daba un duro en ese momento por su investidura en tiempo y forma mientras Carles Puigdemont estuviera suelto en Barcelona. Pero él debía estar ahí. ...
En ocasiones, las noticias se leen mejor en las caras, en el aspecto de sus protagonistas, y el de Salvador Illa el jueves temprano al entrar en el Parlament con semblante taciturno, pálido y hasta nervioso es el narrador de esta historia. Nadie, ni siquiera él, daba un duro en ese momento por su investidura en tiempo y forma mientras Carles Puigdemont estuviera suelto en Barcelona. Pero él debía estar ahí. Su discurso, listo en su mochila. Su tono, aclarado. Su traje, adusto. Por si se daba la ocasión.
Tras sus gafas de pasta oscura a juego con su flequillo liso, el exministro de Sanidad ya nos regaló en 2020 un lenguaje gestual tan poco escénico y épico que logró arroparnos como nadie en la pandemia: desde la gravedad a la sensación de alerta, desde la empatía al miedo, miedo sobre todo al descontrol, a que no pudiéramos con ello. Todos nuestros sentimientos y temores se hicieron visibles en su rostro gris y común en los durísimos momentos que entonces vivimos. En su voluntad de lucha estaba la nuestra y en su gesto miedoso estaba el nuestro. Y ese mismo Illa transparente pareció volver el jueves cuando entró en el Parlament con aire algo descompuesto.
Otro rostro, sin embargo, también nos iba diciendo otras cosas. Muchas cosas. Repasar el vídeo del fugaz discurso de Puigdemont merece la pena porque permite paladear lo que en directo no vimos. El líder de Junts quería ser glorioso y épico, pero estaba nervioso, miraba a un lado y al otro antes de concentrarse en el papel y más aún lo hacían quienes le rodeaban. Él hubiera querido llevar otro discurso en la cartera y subir a la tribuna parlamentaria a celebrar su propia investidura y, sin embargo, se tuvo que contentar con un papel doblado que sacó del bolsillo de un traje demasiado grande sobre unas deportivas que le iban a permitir salir corriendo en su estilismo combinado de tocata y fuga. Un belga despistado en la Barcelona calurosa. Sin nada nuevo que decir.
La jornada se agitó, así, en una coctelera surrealista donde el aburrimiento de la democracia se iba mezclando con el escapismo y la peliculera Operación Jaula. Lo nuevo nacía sin que muriera lo viejo. Y el mítico “Ja sóc aquí” del presidente Tarradellas cuando regresó del exilio se convirtió en manos de Puigdemont en algo parecido a “Ja sóc aquí, ¡flups! Ja no sóc aquí”. ¿O qué os creíais? Ahora, al menos, esfumado el expresident nos queda otro president, uno al que el color y la tranquilidad le fue volviendo a la cara hasta la alegría que no pudo ocultar al final del día. Y que viva el aburrimiento.