Avance ultra en la UE y excepción ibérica
La subida continental de la extrema derecha obliga al vencedor de las elecciones, el Partido Popular, a replantear su estrategia
Las elecciones europeas de este domingo se han saldado con un gran avance de los partidos ultranacionalistas y euroescépticos, no por pronosticado menos inquietante. Las formaciones contrarias a avanzar en la integración europea o abiertamente partidarias de revertirla han logrado ser la fuerza ...
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Las elecciones europeas de este domingo se han saldado con un gran avance de los partidos ultranacionalistas y euroescépticos, no por pronosticado menos inquietante. Las formaciones contrarias a avanzar en la integración europea o abiertamente partidarias de revertirla han logrado ser la fuerza más votada en Francia, Italia, Austria y Hungría, y la segunda en Alemania, Polonia y Países Bajos. Y aunque han concurrido a los comicios por separado, si se unen o suman todos sus escaños formarían el segundo grupo más numeroso del Parlamento Europeo, solo por detrás del partido vencedor, el Partido Popular Europeo (PPE), y por delante de los socialistas.
El resultado obliga a los partidos europeístas, en particular al PPE, a hacer examen de conciencia sobre los motivos que han llevado a casi un cuarto del electorado a apostar por opciones que, si llegan a imponer sus tesis, pondrían en serio peligro el modelo de paz, prosperidad y libertad que los europeos disfrutan desde hace décadas. La estrategia del Partido Popular Europeo de asumir algunos de los postulados de la extrema derecha en temas como migración o cambio climático solo ha conseguido dar credibilidad a partidos que defienden una agenda medioambiental insostenible y un trato inhumano a migrantes y refugiados.
Los partidos progresistas, como socialistas, liberales y verdes, también han fracasado de manera generalizada —con España como excepción más destacada— a la hora de hacer valer ante los votantes unas respuestas que se han demostrado eficaces y positivas para el bien común en las crisis más recientes, como las provocadas por la pandemia y la guerra en Ucrania.
La composición del nuevo Europarlamento augura una legislatura de alto riesgo para la UE. Incluso desunidas, las fuerzas ultras de Alemania (AfD), Francia (RN, de Marine Pen), Italia (FdI, de Giorgia Meloni), España (Vox), Polonia (PiS, de Jarosław Kaczyński) y Holanda (PVV, de Geert Wilders) gozarán de una abultada representación en nombre de los seis países más poblados de la Unión. Y su capacidad de marcar la agenda, bloquear iniciativas o arrastrar al PPE hacia posiciones extremas se ha visto sensiblemente reforzada.
El 9-J marcará así un punto de inflexión en el devenir de las fuerzas euroescépticas y nacionalistas, que dejan de ser una anomalía de algunos países pero sin relevancia para el conjunto de la Unión para convertirse en formaciones con posibilidades de forjar las mayorías necesarias para cambiar el rumbo de Bruselas, a costa incluso de poner en peligro todo lo construido, desde el espacio Schengen al mercado interior.
El resultado abre un interrogante sobre la formación de la nueva Comisión y coloca a la principal aspirante a presidirla, la actual presidenta, Ursula von der Leyen, en la tesitura de lograr una mayoría holgada que permita avanzar a la Unión. El tripartito que la apoyaba (populares, socialistas y liberales) sumaba hasta ahora el 59% de los escaños. Ahora parece condenada a alejarse aún más de los dos tercios que permiten legislar con cierta comodidad en el Estrasburgo y Bruselas. El apoyo de los v erdes pasaría a ser imprescindible para formar un cuarteto que, en todo caso, sería incompatible con cualquier apertura hacia la desde este domingo omnipresente extrema derecha.
Victoria electoral, plebiscito fracasado
En un contexto de triunfo para la constelación de derechas europeas, incluida su versión ultra y antieuropeísta, el Partido Popular ganó las elecciones en España pero no pudo obtener un resultado a la altura del desafío que había plateado a los ciudadanos, el de mostrar masivamente su rechazo a Pedro Sánchez. El partido de Alberto Núñez Feijóo, que venció por cuatro puntos, obtuvo 22 eurodiputados frente a 20 del PSOE, que resiste en el 30,2% de los votos con la oposición más desestabilizadora de esta democracia y tras tomar decisiones tan controvertidas como la ley de amnistía.
En el mes de marzo, las encuestadoras más cercanas al PP estimaban una ventaja de hasta 11 puntos, y aunque en las últimas semanas los populares han ido ajustando expectativas, toda su campaña se ha centrado en poner a los españoles ante la obligación de provocar una derrota de los socialistas que obligara a Sánchez a convocar elecciones generales o justificara una moción de censura del PP.
Macron anticipó este domingo las legislativas tras ganarle la extrema derecha por una diferencia de 18 puntos. La victoria del PP por cuatro lo convierte en ganador inequívoco, pero no provoca más consecuencias que constatar que el discurso radical crece en España: el PP más extremado absorbe a Ciudadanos, Vox sube casi tres puntos y medio —pasa de 4 a 6 eurodiputados— y Se Acabó La Fiesta, una candidatura más populista aún y que demuestra que las realidades paralelas encuentran eco, consigue 800.000 votos y 3 escaños. Este es el resultado de asumir el discurso de los ultras. La izquierda a la izquierda del PSOE volvió a demostrar su titubeante evolución y su crisis puede ser un factor de inestabilidad para el Gobierno.
Desde mayo del año pasado España se ha sometido a seis procesos electorales. El resultado en todos ellos niega con rotundidad que el país viva la situación política excepcional que la derecha y la ultraderecha proyectan desde que el 23 de julio de 2023 se quedaron cortos de escaños para gobernar. Una ficticia situación de excepcionalidad amplificada por los apoyos mediáticos del PP, algunos comportamientos anómalos en el ámbito de la justicia y, en general, por todos aquellos que se dieron por aludidos por la petición de Aznar de “el que pueda hacer que haga” para provocar la caída del Gobierno de coalición.
Los españoles se han comportado en todos los comicios con absoluta normalidad. Ni de la afluencia a las urnas —la participación fue del 49%— ni de los resultados puede deducirse que la mayoría de la población crea que está en peligro la democracia o que el Gobierno esté actuando más allá de los aciertos y errores de un Ejecutivo legítimo que aborda situaciones extraordinarias o emprende cambios de calado con mayor o menor acierto.
Las únicas novedades en este largo ciclo son la derrota en las urnas del independentismo de la mano del PSC —que este domingo volvió a ganar en Cataluña—, la normalización vasca de la izquierda abertzale y el crecimiento de la extrema derecha. Aunque ni en España ni en Portugal los ultras ocuparon los dos primeros puestos, la reflexión debe hacerla el PP mirándose en el espejo de los republicanos franceses o de los democristianos austriacos, devorados por sus extremos en estas elecciones. Fiscalizar al Gobierno, criticarlo e intentar desgastarlo forma parte de la vida democrática. Desestabilizar la vida institucional y torpedear las posibilidades de España en el conjunto de la UE es un ejercicio que, visto lo visto, aporta un rendimiento modesto al PP, que no encuentra en los españoles la respuesta a una alarma prefabricada. Es hora de que comience del todo la legislatura.