La traición de las élites europeas

Ante el redoble de tambores del etnonacionalismo y el abandono por parte de sus líderes de los ideales que construyeron la UE, hay que reconstruir el sueño europeo a partir del mito

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (izquierda), y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, durante una cumbre europea en 2023.LUDOVIC MARIN (POOL/Getty)

Desde que, hace 30 años, Occidente dejó a Bosnia a merced de sórdidos especuladores y criminales, me obstino en narrar Europa. Cuanto más siento que se balcaniza y más veo que los ideales de los padres fundadores se desvanecen, más se refuerza en mí la obligación de invocar ese nombre. Europa. He llenado teatros, he acompañado orquestas sinfónicas de jóvenes, explorado monasterios, remontado ríos y montañas desde el Atlántico hasta el Cáucaso, para luego escribir sobre ellos, en prosa e inclu...

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Desde que, hace 30 años, Occidente dejó a Bosnia a merced de sórdidos especuladores y criminales, me obstino en narrar Europa. Cuanto más siento que se balcaniza y más veo que los ideales de los padres fundadores se desvanecen, más se refuerza en mí la obligación de invocar ese nombre. Europa. He llenado teatros, he acompañado orquestas sinfónicas de jóvenes, explorado monasterios, remontado ríos y montañas desde el Atlántico hasta el Cáucaso, para luego escribir sobre ellos, en prosa e incluso en verso, y evocar la gran utopía de la que nació la actual alianza después de la Segunda Guerra Mundial.

En los encuentros con la gente, siempre ha resultado fácil despertar el amor por la gran madre común, capaz de hermanar a las naciones. La falta de respuesta está en la cima. Las instituciones comunitarias no eran ni son capaces de ofrecer una respuesta a la necesidad emocional de la pertenencia al continente. En mis andanzas como narrador de historias de pueblo en pueblo, rara vez he sentido la proximidad del Palacio. Bruselas estaba demasiado enredada en una maraña de intereses, equilibrios y negociaciones con los grupos de presión como para entender la importancia política del relato.

Hoy, 9 de mayo, es el Día de Europa, y me pregunto si hay algo que celebrar. Si miro a la cúpula federal, mi respuesta es: nada. La alianza en la que creía ya no es la misma. Es como si me asomara a un abismo desde una barandilla inestable. Más allá, solo veo el vacío. Un vacío ético, político, estratégico, diplomático, narrativo, e incluso léxico. La misma palabra “Europa” parece estar vacía de significado. Siento que, al igual que las bajas presiones en meteorología, ese vacío de sentido genera turbulencias y atrae tormentas. Muestra una tierra a merced de los elementos.

Por supuesto, nunca habría imaginado que el mito de la joven princesa Europa raptada por Júpiter pudiera ser traicionado por una fémina, una mujer llamada Ursula. Para mantenerse en el poder después de las elecciones, la presidenta de la Comisión ya ha invitado al banquete a las fuerzas soberanistas, favoritas en los sondeos; las mismas que sueñan con vaciar la Unión desde dentro para convertirla en una alianza invertebrada. Con ella, mi tierra ha sido degradada a un patrimonio canjeado con fines electorales. Mientras que Europa se asemeja cada vez más a una hermosa mujer caída, obligada a vender su cuerpo al borde de la carretera.

Europa no solo tiene enemigos externos, Putin o el radicalismo islámico. También está la quiebra de nuestros valores y nuestra apertura al liberalismo más desenfrenado. Big Food, Big Pharma, Big Chemical y los traficantes de armas, que a estas alturas hacen lo que quieren en Europa. Orwell se ha apoderado de las instituciones. La educación, la sanidad, el transporte colapsan. La pobreza aumenta, el bienestar se desmorona. Con la excepción de la pequeña Dinamarca, la inmigración no encuentra respuestas capaces de conciliar la acogida y la disciplina. Las fronteras entre los Estados se están cerrando. El Mediterráneo se convierte en una barrera. Y la palabra más trágica del siglo pasado, “nación”, vuelve a estar de moda para causar más desastres.

Qué hermosa sonrisa maternal exhibe la señora Von der Leyen en los carteles. Esa sonrisa no revela que, bajo su mando, las oficinas de la Comisión, de instrumento de consenso democrático, se han transformado en un búnker donde reina la obediencia ciega, donde es posible negociar en secreto con las farmacéuticas sobre las vacunas e incluso debilitar la Defensa de la Competencia, el único freno que queda a la actual voracidad depredadora de la economía. Ursula, que inauguró su mandato relanzando el Pacto Verde y ahora lo cierra con su demolición, convirtiendo a la Unión Europea en una veleta. Ursula, apodada “presidenta estadounidense” por su sumisión acrítica a la OTAN.

Los cumplidos entre la presidenta y los posfascistas, especialmente los italianos, esconden la búsqueda de una alianza fatal entre el corazón democristiano de la Unión, ligado a la tecnocracia de las grandes corporaciones dueñas de los medios de comunicación, y una ideología que ha sido históricamente implacable con los débiles, los pobres y los diferentes. Los mismos a los que la economía de consumo cataloga como “superfluos” en la cadena productiva. El retorno de las naciones, a cambio de la hegemonía de los McDonald’s.

Es un pacto de conveniencia mutua. Las potencias mundiales adulan a los soberanismos para debilitar el último bastión de derechos y reglas, para deshacerse de un competidor temible y conseguir también aquí vía libre para saquear los recursos y servirse de la mano de obra. Por su parte, los soberanismos utilizan las redes sociales, más efectivas que cualquier porra, para convencer a los pueblos de que se sometan dócilmente, evocando teorías conspirativas y continuas emergencias de estado de sitio. De nuevo una traición “femenina”, protagonizada por Marine Le Pen, Giorgia Meloni y la propia Von der Leyen.

Oigo un redoble que no cesa en esta noche de Europa. Son los tambores del etnonacionalismo, las palabras de odio que se filtran en TikTok y Facebook. Los soberanismos han aprendido antes que otras fuerzas políticas a hacer uso del poder seductor de Internet. Hicieron proselitismo, empezando por los menores, predicando la hostilidad hacia los que son diferentes y la necesidad de un líder supremo. Pero, sobre todo, han creado en la opinión pública la idea de un inevitable ocaso de la democracia, hasta el punto de que han obligado a las fuerzas moderadas e incluso a la inexistente izquierda a perseguir a los soberanistas en el plano del lenguaje. Mañana, aunque la derecha no gane las elecciones, la derecha seguiría siendo la vencedora, en lo que se refiere al relato y el pensamiento medio.

Hipnotizados por esta “estética del ocaso”, los medios de comunicación siguen subestimando los signos de una tendencia contraria. Que son muchos, pero no son noticia. No se ha hablado lo suficiente de los tres millones de alemanes que llenaron las plazas para erigirse en “cortafuegos” contra el retorno del nazismo; de la formidable remontada electoral de los polacos contra el nacionalismo necrófilo que los ha dominado durante años; de la ira de los jóvenes pacifistas agredidos; o de las manifestaciones de los trabajadores contra la explotación de la mano de obra y el desmantelamiento del sistema de salud y de pensiones.

Todavía no sabemos cómo terminará. Depende en gran medida de cómo narremos Europa. Los intelectuales han estado muy callados. Y, sin embargo, nunca su tarea había estado tan clara: defender la palabra del parloteo bárbaro que la ataca. La falsa alternativa entre “británico” y “europeo” fue la que provocó el Brexit. Y fueron las palabras de los medios de comunicación las que empujaron a Yugoslavia hacia el abismo. Si hoy Rusia y Ucrania corren el riesgo de autodestruirse en un conflicto sin fin, se debe también a que las élites europeas carecen de la capacidad dialéctica, o verbal, de tejer una mediación. Y para el terrible atolladero de Gaza, el discurso no cambia.

Llegados a este punto, se trata simplemente de explicar que el soberanismo es el camino más seguro para volverse vulnerable, para convertirse en una tierra de conquista para las multinacionales y, por lo tanto, para perder soberanía. Recordemos que, a causa de los nacionalismos, Europa ya se ha suicidado dos veces. Y que, en su hora más oscura, Inglaterra resistió la avalancha nazi gracias al apasionado discurso de un solo hombre, Winston Churchill. Se trata de contarles a los niños lo afortunados que son, lo verde que es esta tierra nuestra y cuánta nostalgia se siente al estar lejos de ella. Partir del mito para reconstruir el sueño europeo.

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