La teoría del loco
Milei pretende consolidar su reinado en la selva política argentina convenciendo a sus oponentes de que es impredecible, capaz de llevar adelante acciones que desafían las normas preexistentes
Javier Milei cinceló con cuidado su personaje desaforado de campaña, y ahora está haciendo lo mismo con su persona presidencial. La noche de la asunción, el tanguero legendario ...
Javier Milei cinceló con cuidado su personaje desaforado de campaña, y ahora está haciendo lo mismo con su persona presidencial. La noche de la asunción, el tanguero legendario Raúl Lavié cantó Balada para un loco en el Teatro Colón: “Quereme así piantao, piantao, piantao / trepate a esta ternura de locos que hay en mí”. Milei mismo había pedido que la gala en su honor comenzara con ese hechizo de Piazzolla, que escuchó en el palco con los ojos llenos de lágrimas y las manos entrelazadas al Jefe, como llama a su hermana Karina. La gente lo había votado así, piantao piantao: la locura había sido su danza de apareamiento con el estado mental de la Argentina de la pospandemia, y Milei se mimetizó con ella. Ahora, la locura se presenta como parte de la estrategia muscular con la que Milei construye su figura, su tenor y su ambición.
En un mes, Milei copó la conversación pública con dos proyectos monumentales: su megadecreto de necesidad y urgencia (ya en vigencia), y una ley (Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos) que parafrasea el título de las Bases… de Juan B. Alberdi, pope de la Argentina liberal del siglo XIX. La referencia a Alberdi es un posicionamiento explícito en la tradición que Milei considera auténtica, la de la Constitución de 1853: la vía liberal y cosmopolita, enfrentada a la corriente colectivista y proteccionista, donde se entroncan el rosismo, una parte de la Unión Cívica Radical (marcada por Hipólito Yrigoyen), y el peronismo.
Ambas visiones han coexistido en la historia argentina buscando anularse entre sí: ambas se arrogan el ser nacional más puro, la representación virtuosa y verdadera de la totalidad. Según la topología que dibujan estas ideas, Argentina es un país profundamente insular: el enemigo siempre es interno e ideológico (el otro al que se debe suprimir para asegurar la paz social y/o liberar al pueblo). A pesar de su larga y exitosa historia inmigratoria, Argentina no se construye en la diferencia: Argentina se construye (en sus destrucciones sucesivas) contra sí misma, contra una facción enemiga a la que se le niega toda legitimidad. El peronismo, por ejemplo, califica a sus enemigos políticos de “gorilas”: ni siquiera son humanos. La novedad de Milei es que enfrenta directamente al kirchnerismo pero ya no como gorila, sino como León. Que Milei muestre los dientes como un depredador tiene al peronismo totalmente desorientado: la arrogancia retórica y la arenga pendenciera eran el cóctel feroz con el que solían embriagarse, y ahora prueban su veneno.
Para consolidar su reinado en la selva política, Milei pone en práctica la teoría del loco (madman theory). Consiste en convencer a los oponentes de que el líder es impredecible y potencialmente irracional, capaz de llevar adelante acciones que desafían las normas preexistentes. Según esta teoría, la incertidumbre y el miedo pueden alterar el proceso decisional del enemigo, llevándolo a tomar posturas más conciliatorias, obligándolo a rebajarse; es la táctica que empleó Richard Nixon en su pulseada contra el bloque soviético, y forma parte estelar del repertorio de Donald Trump. Para Milei, como para Nixon y Trump, la Guerra Fría nunca terminó. Milei tilda a sus enemigos de “comunistas”, solo que su Breznev son apparátchiks como Santiago Cafiero y el kirchnerismo cacerolero.
Por ejemplo, el cineasta Adolfo Aristaráin escribió que “hay que ganar la calle hasta que caiga el Gobierno”. Estas imprecaciones son miel para Milei: confirman que sus enemigos tienen tal temor de perder sus privilegios que hasta se animan a mostrarse golpistas. Todo miembro herido de una élite cuenta como una victoria: así, Milei aceita su Argentina convertida en un teatro de la negociación, donde él se pasea como un Leviatán volátil, auscultando cada recoveco donde se esconde el nuevo enemigo misterioso: “La casta”. El Instituto del Teatro y el Fondo Nacional de las Artes, algunos de los entes que amenaza cerrar, no representan grandes presupuestos; son carnadas que probablemente termine cediendo, pero que le permiten circular entre los memes eufóricos de internet como un superhéroe musculoso dueño de un slip abultado, blandiendo su símbolo fálico y doloroso favorito: la motosierra.
Milei sobreactúa la ferocidad, declarando que la ley debe aprobarse tal como está, mientras que, en las comisiones, sus funcionarios eligen con cautela las batallas y, en ciertos puntos, reculan. Con una ventaja: los temas son tantos y tan variados que es muy difícil organizar la conversación. Milei crea una nube de batallas, como si sus Bases… fueran la red social X: mucha gente hablando al mismo tiempo, en un debate virtualmente imposible de ordenar. Ante una objeción del otrora ministro Alejandro Finnochiaro, el actual responsable de Educación reculó sobre un punto controversial que habilitaba la educación en casa desde los nueve años. En otras ocasiones, hacen restallar el filo de una navaja de Ockham sobre la ideología. Increpado por un diputado que defendía “la capacidad de gestar de las masculinidades trans” (ausentes en la ley), el secretario de Niñez, Pablo de la Torre, declaró que no se metía con la elección de orientación sexual, pero que, como médico, “las únicas personas con capacidad de gestar son mujeres”. Más memes de slips hinchados para Milei.
Milei es un estudioso del fracaso macrista: toda su máquina narrativa es una reacción a ese recuerdo amargo. Cada día propone un nuevo gol comunicacional, un anuncio que emociona a sus fans, que los alimenta y reasegura. Que los piqueteros no puedan cortar la calle, que algún kirchnerista encumbrado sufra. La euforia de los fans disimula otras batallas en suspenso: la ley no disuelve el régimen de promoción industrial de Tierra del Fuego (donde confluyen los océanos de tongos de kirchneristas y macristas), y, mientras los precios y tarifas siguen subiendo (el aumento de la nafta es dramático), hasta ahora Milei no eliminó ningún impuesto, con lo que el Estado recauda a más no poder.
“La locura y la genialidad están muy cerca”, me susurra Clelia, mi exvecina, con esa sonrisa pícara que ponen las psicólogas porteñas cuando sienten que te iluminan. Me la encuentro caminando por Palermo Tel Aviv: está encantada con Milei, y de hecho parafrasea a Milei (a los pocos días de asumir, el presidente declaró que la diferencia entre la locura y el genio es el éxito). Ya había demostrado que era loco; ahora solo falta que le vaya bien para ser un genio. La alegría de Clelia me hizo pensar en Balada para un loco, ese poema sublime de Horacio Ferrer: un tango raro, que desató un escándalo en su época (no era tango comme il faut) y que defiende la locura, donde un hombre le pide a una mujer que lo quiera tal como es. “Loco, loco, loco / Como un acróbata demente saltaré / sobre el abismo de tu escote hasta sentir / que enloquecí tu corazón de libertad, ya vas a ver”. “Y bueno, a ver cómo nos va, ¿no?”, me besa Clelia: ahora lleva el pelo rubio largo suelto, desordenado, al viento, como Karina Milei.