Qué pasa con los hombres de ‘La sociedad de la nieve’
La masculinidad de la película sobre los supervivientes de los Andes es el nuevo gato de Schrödinger en X: puede ser la mejor o la peor al mismo tiempo
La masculinidad de La sociedad de la nieve es el nuevo gato de Schrödinger en X. En un golpe de scroll puede ser la mejor o la peor al mismo tiempo. Debatir qué emociones sienten y comparten los hombres de la película de J. A. Bayona es la conversación que n...
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La masculinidad de La sociedad de la nieve es el nuevo gato de Schrödinger en X. En un golpe de scroll puede ser la mejor o la peor al mismo tiempo. Debatir qué emociones sienten y comparten los hombres de la película de J. A. Bayona es la conversación que nadie vio venir a propósito de la ficción que recrea el accidente aéreo de los Andes de 1972 en el que 16 hombres sobrevivieron practicando el canibalismo. No han sido las posiciones frente a la antropofagia —más debatidas en la prensa que en las redes— lo que ha dividido a los espectadores, sino los afectos que los supervivientes comparten y expresan entre sí.
Un abismo separa a los tuits que alaban el ejemplo en “los cuidados, la cooperación, en mostrar emociones, la vulnerabilidad, el error o el contacto físico”, como escribe el portavoz de Adelante Andalucía en el Parlamento autonómico, José Ignacio García, de quienes le responden que han “tenido la sensación opuesta: no hablan una sola vez de sus sentimientos (...) hay una única escena en que recuerdan a sus familias y comida en Uruguay y la única mujer que sobrevive tan solo habla una vez en toda la película”, como contesta el autor Christo Casas. Algo pasa cuando nos encontramos con tuits virales como los que rescatan emocionados la frase icónica de la cinta (“No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”) con la lectura de la periodista Ana Requena Aguilar, para quien los personajes son “hombres preocupados por sobrevivir y ya. No sabes qué sienten, si echan de menos, si piensan en quienes quieren, si eso les angustia… Poca emoción veo, solo hombres que resisten”.
La polémica debe de haber pillado desprevenido a Bayona. En las entrevistas siempre ha destacado que su filme buscaba derribar la masculinidad preconcebida en unos jugadores de rugby cristianos en los años setenta. “El héroe no se puede asimilar a la persona que llegó, sino que no se puede entender sin aquel que hizo posible que él llegara; los héroes anónimos, una idea desde luego más europea que hollywoodiense”, dijo a este periódico. “En la montaña tienen que aprender a ser héroes, pero desde otro lugar. No es el héroe guerrillero, sino es el héroe que acoge y el héroe que recoge. Es el héroe que tiene que aprender a llorar, y eso es una idea de la masculinidad muy diferente a la que ellos traen de casa”, contó a elDiario.es. “La película habla de una masculinidad diferente: hay que aprender a llorar, hay que aprender a saber morirse en paz, aprender a decirse las cosas y no callárselas”, declaró a La Voz de Galicia.
Que a la conversación de las redes le desquicia el revisionismo histórico no sorprenderá a nadie. Es en esta esfera donde los ojos del presente menos miedo tienen en juzgar al pasado, como si los ciudadanos de hoy, los adultos del mundo, fuésemos mejores personas y diéramos para mucho más que lo que los otros hicieron en el ayer. Pero lo curioso de este debate tan particular no es que esté caracterizado por una superioridad moral del presente, sino por la esperanza en la mirada de quienes buscan derribar por completo las barreras de género con las que nos han socializado. Ya lo decía bell hooks: “Resulta particularmente inquietante que el amor deba tener un significado distinto para hombres y mujeres; que los sexos deben respetar la incapacidad del otro para comunicarse y aceptarla desde el comienzo, porque no hablan el mismo lenguaje”. Lo escribió hace 25 años. Igual seguimos sin dar para tanto.