Un Abascal desnudo sin la gresca de la calle
De la mano de Vox, Feijóo ya sabe adónde va y, sobre todo, adónde no podrá ir
No es lo mismo hablar ante el Congreso y recibir los aplausos de 52 diputados que de 33. No es lo mismo jalear a tus seguidores mientras algunos de ellos queman contenedores que intercambiar argumentos. No es lo mismo la calle que la tribuna. Santiago Abascal lo ha podido comprobar este miércoles. El eco de Vox este miércoles ante la Cámara baja es menor que en la legislatura anterior, y sobre todo, mucho menor que el que genera en las calles, en las protesta...
No es lo mismo hablar ante el Congreso y recibir los aplausos de 52 diputados que de 33. No es lo mismo jalear a tus seguidores mientras algunos de ellos queman contenedores que intercambiar argumentos. No es lo mismo la calle que la tribuna. Santiago Abascal lo ha podido comprobar este miércoles. El eco de Vox este miércoles ante la Cámara baja es menor que en la legislatura anterior, y sobre todo, mucho menor que el que genera en las calles, en las protestas y disturbios más gamberros que acosan estos días las sedes del PSOE por todo el mapa nacional. El poder escueto de sus votos —se vio en el Congreso― es una paralela que transcurre muy alejada de la estridencia en las redes y en las calles, donde ni la compañía del periodista Tucker Carlson, despedido de Fox News por sus bulos, le puede legitimar. Abascal intentó trasladar el aire de turba y gresca a la sede de la soberanía popular, pero no le funcionó.
El líder de Vox arrojó sobre los escaños un bolo digestivo que mezclaba las habituales acusaciones contra el Gobierno (tiranía, golpe de Estado, criminalidad) con su mirada excluyente de la sociedad española. España es lo que Vox defiende y no la que podamos sentir los demás, nos quiso transmitir. Y la justicia, la que está a su favor. Hasta el atentado contra Vidal-Quadras, que el propio atacado ha atribuido a Irán, fue a parar al mismo bolo digestivo mientras Abascal describía la violencia que —supuestamente— ha favorecido este Gobierno. Elevó tanto el tono al acusar a Sánchez de subvertir el orden constitucional que la presidenta del Congreso, Francina Armengol, le interrumpió para que lo retirara. “Ni los diputados tienen libertad de expresión”, reaccionó él, ofendido. Y, sin ningún problema, tiros o tanques que se lo impidieran, prosiguió. El discurso fue pobre incluso en su supuesto fuerte, que es el patriotismo. Y después de terminar, se fue.
A Vox le ha venido la amnistía a ver. La necesidad de Pedro Sánchez de contar con los votos de Junts no solo ha resucitado a Puigdemont y le ha devuelto un podio que había perdido, sino también al partido de Abascal. Aunque sigue siendo el tercer grupo en el Congreso, al pasar de 52 escaños en la anterior legislatura a los 33 de la actual, por el camino ha perdido la capacidad de presentar mociones de censura (¡menos mal!) y recursos al Constitucional. Los escándalos financieros y las salidas de figuras emblemáticas tampoco ayudaban.
El Vox renacido en los disturbios y que este miércoles hemos visto en el Congreso debe mucho a los independentistas (desde 2017) y a la amnistía (desde julio). Pero, sobre todo, debe mucho al PP. Su alianza contamina a Feijóo, aunque le haya facilitado enormes cotas de poder. Hasta el punto de que le amenazó con romper los acuerdos si no frena la amnistía en el Senado. Y es a él, en última instancia, a quien apela el discurso ultraderechista ante el Congreso. De la mano de Vox, Feijóo ya sabe adónde va y sobre todo, adónde no podrá ir.
“Ahora puede usted lanzar sus embustes. Nosotros nos iremos junto al pueblo español”, terminó Abascal, sin esperar la réplica del presidente Sánchez. Eso es unilateralismo y no otra cosa. Luego, que no diga de Puigdemont.