Todas las almas del PP

El líder popular, maestro de los equilibrios, no quería sumar ni restar votos, sino dar contento al conjunto de sensibilidades de su partido

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, este miércoles en el Congreso, en el primer día del debate de investidura de Pedro Sánchez.Claudio Álvarez

En la mochila de experiencias de vida que Feijóo acumulaba de la política, le faltaba la de acudir a investiduras en las que él no era el investido. El sanchismo le ha procurado, en dos meses, un máster en la materia. Corbata azul y traje azul, el líder de la oposición había escuchado a Sánchez c...

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En la mochila de experiencias de vida que Feijóo acumulaba de la política, le faltaba la de acudir a investiduras en las que él no era el investido. El sanchismo le ha procurado, en dos meses, un máster en la materia. Corbata azul y traje azul, el líder de la oposición había escuchado a Sánchez con esa mirada que parece no mirar a ningún lado. Un rato antes del discurso del gallego, Gamarra había prometido esperanza. Entre la solemnidad histórica churchilliana o el tronar de un discurso de trinchera, Feijóo optó… por ser Feijóo. El prime time de esta investidura había sido unas horas antes; por eso el gallego, maestro de los equilibrios, no quería sumar ni restar votos, sino dar contento a todas las almas de su partido: harán oposición en la calle, dilatarán los procesos, darán la lucha internacional y su aliento a la judicatura, no se conformarán… pero se conformarán.

Quienes esperaban firmeza se encontraron con el líder más duro, recordando contradicciones en las viejas declaraciones del presidente —solo le faltó decir “fin de la cita”— y a una bancada popular completamente sincronizada con el hilo del discurso. El gallego no dejó de leer con un gozo morboso los nombres de los socialistas de la vieja escuela que han mostrado su rechazo a la ley de amnistía. Sánchez le escuchaba con gesto de estatuaria clásica, mientras a Calviño, a su lado, solo le faltó bostezar.

También habló de empleo, sanidad y economía, aunque al líder de la oposición no se le ve muy cómodo en el manejo de las cifras. Feijóo tiró de una ironía que quería ser inglesa, pero que fue más bien esa retranca de gallego que ha sido patrimonio de la derecha. Desde esa actitud ofreció un gesto de rara empatía hacia Podemos: quedarían, al igual que los populares, fuera del calor de un Consejo de Ministros. Guardaba los mejores chistes para responder al propio discurso del socialista.

No faltó la referencia al PNV: si en su fallida investidura Feijóo dedicó las palabras más duras —más duras por inesperadas— a los nacionalistas vascos; en esta ocasión pareció tenderles la mano, justo antes de profetizar que se quedará con sus votos.

Por momentos, también sonó al discurso siguiente, al de después de todas las arengas; en la incertidumbre del presente meandro histórico, el líder de la oposición ha buscado afianzarse en ese espacio político donde elevar la voz no significa romper la baraja: he ahí otra de las almas del PP. Ha marcado una actitud. Y es en esas aguas turbias donde la experiencia del gallego adquiere densidad. Feijóo ha dicho, primero a su propia bancada, que sabrá esperar, que él también sabe hacer oposición.

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