Un cretino con una pistola en la mano

Mi impresión es que de niños sabíamos distinguir mejor lo que nos gustaba más, y cuando nos hacemos mayores distinguimos mejor lo que nos gusta menos

El escritor Andrea Camilleri, en Roma en febrero de 2002.Ulf Andersen (GETTY IMAGES)

Mis días preferidos del otoño siempre eran los del final del verano, de la misma manera que lo mejor del verano era el final de la primavera; eso pensaba cuando tenía claro el concepto de “preferido”, deteriorado por el tiempo y el cinismo. Mi impresión es que de niños sabíamos distinguir mejor lo que nos gustaba más, y cuando nos hacemos mayores distinguimos mejor lo que nos gusta menos. Hasta los 14 años, jugamos al ataque, “esto me gusta, esto me gusta, esto me gusta”; a esa edad empezamos a recogernos, “esto no me gusta, est...

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Mis días preferidos del otoño siempre eran los del final del verano, de la misma manera que lo mejor del verano era el final de la primavera; eso pensaba cuando tenía claro el concepto de “preferido”, deteriorado por el tiempo y el cinismo. Mi impresión es que de niños sabíamos distinguir mejor lo que nos gustaba más, y cuando nos hacemos mayores distinguimos mejor lo que nos gusta menos. Hasta los 14 años, jugamos al ataque, “esto me gusta, esto me gusta, esto me gusta”; a esa edad empezamos a recogernos, “esto no me gusta, esto no me gusta, esto no me gusta”, hasta acabar en una mecedora en el salón con un rifle.

Pero sigue habiendo lugares no sé si preferidos, pero sí acogedores. Por ejemplo, el humor que aún prefiero. En El extranjero, de Camus. Cuando Mersault entra en la sala que le juzga por asesinato se encuentra con un periodista que le reconoce que han “exagerado un poco su asunto” a causa del verano. Luego señala a un enviado especial procedente de París, ni más ni menos, y le dice que no ha venido por él, pero, como estaba allí para informar de otra noticia, le pidieron que transmitiese también su caso. “Estuve a punto de darle las gracias”, dice Mersault.

Otro lugar al que me gusta volver cada cinco años: Enric González. Comí con él hace unas semanas. Recordé, cuando nos despedimos, nuestra última conversación. Él estaba confinado en Buenos Aires, yo en Madrid. Lo llamé porque necesitaba un número para hacer un reportaje. Le pregunté qué tal estaba, nos contamos la vida, nos reímos con varias maldades y entonces empecé a ponerme nervioso, porque el motivo de mi llamada no era el de preocuparme por él. Ocurre que a veces se te va de las manos la educación, degenera en amor y ya no hay quien dé marcha atrás. Pero él es perro viejo. “Bueno, dime, qué quieres”. “Estamos en medio de una pandemia, ¿no puedo tener solo interés humano?”. “Si fuésemos humanos”, sentenció, “ya estaríamos despedidos”.

Volví a ver El día de la lechuza, recomendación de Javier Ocaña. Se rodó a finales de los sesenta, cuando de la Mafia, como de Dios, se sospechaba que existía por los entierros. En la película, un policía dice: “Aquí en Sicilia los cristianos se matan al salir el sol para comenzar bien el día. Solo uno fue asesinado al mediodía: el notario Bistilli, pero porque se levantaba siempre tarde”. La verdad la dice un mentiroso profesional, el confidente: “La traición empieza siendo una necesidad y se convierte en infamia. Yo traiciono por vocación, hoy a la Mafia y mañana a los carabineros”.

Y, en fin, sobre el poder y sus circunstancias, este extracto de Vosotros no sabéis, de Andrea Camilleri, sobre el mafioso Nicola Gentile. Camilleri relata su encuentro con Gentile, que lo llama duttureddu (profesorcito): ”Duttureddu, si yo vengo aquí desarmado y usted saca una pistola y dice ‘Gentile, ponte de rodillas’, yo me arrodillo. Eso no significa que usted sea un mafioso. Significa que es un cretino con una pistola en la mano. Ahora bien, si yo vengo desarmado y le digo: ‘mire, duttureddu, me encuentro en esta situación, tengo que pedirle que se ponga de rodillas’, usted me pregunta ‘¿por qué?’, yo le digo ’duttureddu, permítame que se lo explique’, y logro convencerle de que tiene que ponerse de rodillas, eso me convierte en un mafioso. Si usted se niega a ponerse de rodillas, entonces tengo que dispararle. Pero eso no significa que yo haya ganado; he perdido, duttureddu”.

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