Carlos Alberto Montaner

Nadie luchó por la libertad de Cuba como el escritor y periodista, fallecido recientemente en Madrid. Mantuvo siempre la esperanza de que su país, liberándose de los Castro, fuera un ejemplo para América Latina y para el mundo

FERNANDO VICENTE

Carlos Alberto Montaner, niño todavía, acusado por el Gobierno de Castro de “terrorista”, tuvo el más extraordinario despertar: una condena, injusta y sin fundamento, por supuesto, como suele ocurrir en las dictaduras. Me contó que, una noche, por algún descuido, la cárcel estaba vacía de cuarteleros y las celdas, abiertas. Pudo salir sin que nadie lo molestara y de inmediato se alojó en la Embajada de un país amigo, Honduras. Un año de...

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Carlos Alberto Montaner, niño todavía, acusado por el Gobierno de Castro de “terrorista”, tuvo el más extraordinario despertar: una condena, injusta y sin fundamento, por supuesto, como suele ocurrir en las dictaduras. Me contó que, una noche, por algún descuido, la cárcel estaba vacía de cuarteleros y las celdas, abiertas. Pudo salir sin que nadie lo molestara y de inmediato se alojó en la Embajada de un país amigo, Honduras. Un año después, estaba en Miami como exiliado. Desde entonces ha sido el “activista” más fecundo que ha tenido la libertad de Cuba. Creó una editorial para libros de texto en la que también difundió mucha literatura cubana, y, a comienzos de los noventa, cuando parecía que se podía reproducir en la isla el hundimiento del comunismo y la transición que estaba teniendo lugar en Rusia, un partido político. Incansable, reclamaba la democracia para su país con una convicción que no conocía el desánimo y siempre con un espíritu optimista. Vivió en Miami, en Puerto Rico, en España y a los 80 años, aquejado de una enfermedad que lo iba privando de la voz y las palabras, decidió venir a España a morir, de manera asistida. Dejó escrito un artículo, para ser publicado póstumamente en CNN, donde colaboraba, que se titula Cuando usted lea este artículo yo estaré muerto. Lo había escrito con la anuencia de su mujer y sus hijos, y en él explicaba las razones de su muerte.

Lo conocí en los años ochenta y fuimos siempre amigos y colaboradores. Su casa era la casa de todos, y él y su mujer, Linda, siempre tenían una palabra cariñosa para recibirnos. Reunía a amigos que estaban en disposición armada y, gracias a sus maneras y a su carisma, se allanaban también a hacer nuevos amigos. Nadie luchó por la libertad de Cuba como Carlos Alberto Montaner. En libros, en artículos, en foros, en instituciones públicas y privadas, fundando partidos y alianzas con otros grupos, mantuvo siempre la esperanza de que su país, liberándose de los Castro, fuera un ejemplo para América Latina y para el mundo. Como vicepresidente de la Internacional Liberal, había preparado el camino para que, cuando la isla se democratizara, pudiera reinsertarse en la comunidad internacional lo más rápida y exitosamente posible. Pero el Gobierno cubano reconoció a “su enemigo” y lo privó del último y primer deseo de Carlos Alberto: volver a Cuba.

¿Habrá quien lo suceda en esa convicción que él mantenía contra viento y marea? Es posible. He conocido a muchos cubanos, están repartidos por el mundo entero, y yo también quiero a Cuba como Carlos Alberto lo hacía. Pero creo que él ni un solo minuto de su vida dejó de pensar en su patria, esa isla por la que suspiraba y se enardecía. Jamás lo veía tan enérgico, y lo conocí hace casi 50 años, como cuando algunas voces, entristecidas, le decían: no hay esperanzas para Cuba. Nada podía indignarlo más, y en sus artículos, defendía siempre una Cuba liberal, porque se había convertido a esa doctrina que le parecía más juiciosa que las otras, y más justa, porque estaba basada en esa libertad que tanto amaba.

Ha muerto en Madrid, una ciudad que quería porque se sentía íntimamente parte de España. Tuvo que irse a Miami, donde trabajaba para la radio y la prensa escrita, unos años. Sin embargo, cuando supo que su enfermedad era irreversible, decidió regresar a Madrid porque en Florida no está permitida la muerte asistida. Lo vi la última vez en el Foro Atlántico, que organiza todos los años, a finales de junio, la Fundación Internacional para la Libertad (FIL), que presido, en la capital española. Le otorgamos una medalla celebrando su brillante trayectoria. Estaba ya enfermo y leyó, con gran dificultad y con la ayuda de su hija Gina, unas palabras de agradecimiento, y las lágrimas se me vinieron a los ojos al abrazarlo. Él también había llorado, abrazando a Linda, esa muchacha que conoció de niño, con la que se casó poco antes de abandonar la isla, y tuvo dos hijos. Siempre fueron, para todos, un modelo de pareja.

La obra de Carlos Alberto Montaner, que abarcó la ficción y los ensayos, se irá conociendo más y más. Los textos que escribió en defensa de Cuba, sus análisis minuciosos sobre la realidad de nuestro tiempo, su pasión por América Latina que no le impedía decir las verdades sobre esos países en involución, dejando siempre una pequeña nota de esperanza, representan un legado importante para los latinoamericanos que quieran entender mejor por qué fracasan ciertos países y cuáles son las razones del éxito de los más avanzados.

Aunque Carlos Alberto Montaner desaparece, quedan sus libros. Era un ensayista claro y rápido para captar las noticias, desenredándolas, yendo a lo esencial. Sus ensayos, en los que mezclaba el humor con el análisis didáctico, forman parte de la historia de América Latina y muchos de ellos tienen que ver con la libertad, esa palabra tan mal usada, que en sus líneas él resucitaba, explicándonos lo extraordinario que significaba, y lo que garantizaba a los países que la hacían suya. Nunca he conocido a alguien que tuviera tal convicción y que amara más la vida que Carlos Alberto Montaner. No siempre tocaba el tema de Cuba, pero todos sabíamos que pensaba en su pequeño país, que nunca lo olvidaba en las conversaciones más superficiales que tenía y que soñaba con verlo otra vez libre, sin censura y sin cárceles. Pidió varias veces ingresar a la isla y se lo impidieron. También fue novelista y hay hasta cinco historias salidas de su pluma, como un observador de las costumbres y los sueños de sus personajes. Pero creo que escribía para ganar partidarios, y siempre lo conseguía. Su pasión por su país no tenía límites y a veces nos sorprendía por esa capacidad de trabajo que tenía y que parecía la de diez hombres juntos. Muchas veces lo vi, en Europa y en América, y creo que siempre lo encontré bien, entusiasta, con una sonrisa dulce y amable que lo caracterizaba, y trasmitiendo, en sus conferencias, que eran amenas y enriquecedoras, una convicción en el futuro que nos dejaba pasmados. El mundo será más triste ahora que se queda sin Carlos Alberto. Nadie tenía tanta fe como él en el liberalismo y en sus artículos lo decía y lo reafirmaba. Ahora, sin sus argumentos para convertir las malas noticas en buenas, ya no será lo mismo, pero los cubanos tienen un intelectual que descubrir: sus artículos no se publicaban en Cuba, naturalmente, pero los cubanos de ahora y de siempre tendrán una tarea fundamental: reunirlos y reconocerlos como propios.

Era un hombre profundo y simpático que sabía conquistar amistades. Y quienes lo conocieron saben que no exagero al decir que fue uno de los hombres, y uno de los liberales, más afectuosos y cordiales, sin asomo de arrogancia y pedantería. En la carta póstuma publicada explica que todas las puertas se le han ido cerrando y que la decisión de España de aceptar la muerte asistida le brinda a una persona la posibilidad de tomar la decisión de poner fin a un padecimiento irreversible como el suyo. Qué infinita desgracia la que enfrentó Carlos Alberto Montaner, que él explicó minuciosamente en ese artículo.

Lo vamos a extrañar, por lo mucho que lo queríamos y por el entusiasmo que nos transmitía, que será irremplazable.


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