Podemos o el bipartidismo
Los actores que dialogan hoy en la conversación política son el PSOE y Junts o, en todo caso, socialistas y PP, lo que implica un elevado riesgo para la actuación de las fuerzas que aspiran a democratizar y con ello transformar España
Tras el resultado del 23-J, puede parecer que Pedro Sánchez ha alcanzado ya la gloria. Tuiteros, opinadores, militantes de izquierdas de casi todas las sensibilidades alaban su virtuosismo, como si todo dependiese de su audacia y habilidad. Pero lo cierto es que en la política, como decía Maquiavelo, hay que saber combinar la virtud con la “fortuna”, es decir, la incertidumbre que deriva de las condiciones dadas (sociales, políticas, culturales) en un espacio y tiempo concretos.
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Tras el resultado del 23-J, puede parecer que Pedro Sánchez ha alcanzado ya la gloria. Tuiteros, opinadores, militantes de izquierdas de casi todas las sensibilidades alaban su virtuosismo, como si todo dependiese de su audacia y habilidad. Pero lo cierto es que en la política, como decía Maquiavelo, hay que saber combinar la virtud con la “fortuna”, es decir, la incertidumbre que deriva de las condiciones dadas (sociales, políticas, culturales) en un espacio y tiempo concretos.
El acuerdo de la Mesa del Congreso del jueves es el simple resultado de utilizar el poder que nos ha dado la ciudadanía en las urnas y también de la voluntad de Junts de seguir negociando. Sánchez es un resiliente frente al avance de la derecha y la extrema derecha en muchos países de Europa, pero es necesario ir un poco más allá y ver qué condiciones han operado para que esto sea así. Por un lado, el ciclo abierto por el 15-M/procés/8-M que dio lugar a una mayoría parlamentaria y a un bloque de dirección de Estado progresista, feminista, soberanista que el PSOE nunca quiso aceptar, pero al que se vio obligado tras la sentencia de la Gürtel y la determinación de Podemos. Por otro lado, el hecho de que en España el régimen político que se asienta en la Constitución de 1978 siempre ha tenido al PSOE como pilar y como preferencia es un potente viento a favor. Quienes somos demócratas pero además entendemos la democracia plena como aquella en la que no existen desigualdades sociales, en la que se respeta la diversidad cultural y la plurinacionalidad y sabemos que hay pendiente una democratización de los poderes del Estado, hoy no podemos obviar las condiciones sociales y políticas y la coyuntura para seguir ampliando las posibilidades de avanzar en esa dirección. Por último, conviene recordar que el mejor no es el que gana sin cambiar las reglas de juego, sino quien consigue transformar el sentido común y conquistar victorias para las mayorías sociales.
Decía Pep Campabadal en el libro que editaron a raíz del 15-M varios autores sobre la cultura de la Transición que el proceso de esta estuvo planteado discursivamente desde la lógica del “punto medio” entre las partes gracias a “la utilización masiva de la generosidad y/o responsabilidad”. Una responsabilidad que, en realidad, se exigía cada vez más a un lado, a quienes habían defendido con todo en contra los derechos y las libertades en la dictadura, también en los años inmediatamente posteriores, y quienes querían un país realmente democrático. Eso hizo que lo que el relato oficial planteaba como un empate entre los dos lados, en realidad acabase como una victoria por goleada del poder político, económico y cultural derivado (y continuador) del franquismo, así como grandes renuncias por el otro lado.
Lo cierto es que, desde ese momento y en adelante, en este país siempre se ha pedido responsabilidad (y con ello renuncias) a la izquierda transformadora con la amenaza de que resistirte te deja fuera del consenso político. Se pidió responsabilidad a Carrillo, a Anguita, a los sindicatos, o a los militantes de organizaciones revolucionarias y/o transformadoras, lo que tuvo como consecuencia que algunos entrasen y aceptasen el consenso y otros no lo hicieran. Así también se impuso el marco imperante que había operado hasta el 15-M y la emergencia de Podemos y que, por desgracia, ha vuelto en los últimos meses con mucha fuerza: “Más vale bipartidismo que extrema derecha”. Es decir, más vale PSOE que cualquier inestabilidad que pueda terminar dando la victoria a la derecha y, por supuesto, renunciad a entrar en el Gobierno y/o a generar debates públicos. Ese marco empieza a saltar por los aires con el 15-M, que sitúa en la centralidad del tablero demandas para democratizar el país en todas sus formas, y termina de hacerlo cuando Podemos entró en el Gobierno de coalición en una relación de minoría, pero de tú a tú con el PSOE después de mucho intentarlo. Esa cultura de la coalición en la que Podemos proponía avances sociales para nuestro país en clave de conversación pública (de debate público) ha sido criticada, demonizada y denostada a través del significante “ruido” en los últimos meses por parte de actores políticos y mediáticos.
Ese es también el marco que operó con fuerza en la campaña del 23-J, que terminó reforzando el bipartidismo, y que sigue copando estas semanas el sentido común. Esto, sumado a que los actores que dialogan en la conversación hoy son PSOE y Junts (incluso para armar una mayoría que ya no es ni de izquierdas) o, en todo caso, PSOE y PP (un PP que parece en crisis, pero que ha aumentado sus escaños), implica un riesgo grande para la acción política de las fuerzas que aspiramos a democratizar y con ello transformar nuestro país. Es decir, aunque la aritmética no sea ya la del sistema bipartidista, este consigue cada vez más imponerse en clave política y cultural.
No sabemos aún si la capacidad negociadora que ha conseguido Junts gracias a acordar la Mesa del Congreso con el PSOE acabará en la conformación de un Gobierno de Sánchez que deje desbancados a PP y Vox por un tiempo. Sabemos que la mayoría sobre la que se sostendrá, por mucho que se diga de izquierdas, no lo es, y que eso hará enormemente complicado avanzar en derechos. También sabemos que la subalternización al PSOE acaba con la invisibilización y la pérdida de acción política. Sabemos que las oportunidades de seguir avanzando en nuestro país no se han cerrado porque hay una crisis que sigue abierta (territorial, social, política, institucional). Como hace cuatro años, el camino sigue siendo el que planteó Podemos: reforzar las alianzas con las fuerzas progresistas, feministas y soberanistas, establecer la conversación sobre los avances pendientes y plantear para nuestro país un proyecto republicano como horizonte que vuelva a dejar atrás los intentos del bipartidismo de restablecerse.