Referéndum eterno

Como Gueorgui Gospodínov comenta en su novela ‘Las tempestálidas’, si Europa no tiene futuro, lo lógico es regresar al pasado. Si el mañana nos asusta, cobijémonos en el ayer

Puigdemont intervino por videoconferencia el 16 de julio en el mitin que Junts dio en Amer (Girona), su localidad natal, dentro de la campaña del 23-J.DAVID BORRAT (EFE)

En un universo paralelo, Pedro Sánchez pacta un referéndum con Junts, pero no sobre el futuro de Cataluña o España, sino sobre su pasado: ¿a qué época querría volver la mayoría de la población si pudiera retroceder en el tiempo? ¿Qué década querríamos recrear, con su ropa, música, perspectivas económicas y portadas del ¡Hola!?

Es una cuestión absurda, pero rezuma sentido político. Como ...

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En un universo paralelo, Pedro Sánchez pacta un referéndum con Junts, pero no sobre el futuro de Cataluña o España, sino sobre su pasado: ¿a qué época querría volver la mayoría de la población si pudiera retroceder en el tiempo? ¿Qué década querríamos recrear, con su ropa, música, perspectivas económicas y portadas del ¡Hola!?

Es una cuestión absurda, pero rezuma sentido político. Como Gueorgui Gospodínov comenta en su novela Las tempestálidas, si Europa no tiene futuro, lo lógico es regresar al pasado. Si el mañana nos asusta, cobijémonos en el ayer. Las certidumbres de lo vivido nos evitarán las discusiones de lo que está por vivir.

¿Y a qué años elegiríamos volver los españoles en una consulta popular? En el mapa de las almas nacionales que dibuja Gospodínov, España es una de las naciones más fáciles. Los alemanes se debaten entre el milagro económico de los cincuenta, la reunificación de los noventa o la seguridad de los ochenta bajo la batuta de Helmut Kohl. Algo parecido le sucede a Francia, escindida sobre qué franja de sus Trente Glorieuses (1945-1975) escoger; o los países nórdicos, dubitativos entre la prosperidad ligeramente culpable de los cuarenta, cuando se enriquecieron por su neutralidad en la guerra mundial, y la de los setenta, donde se beneficiaron de su equidistancia en la Guerra Fría. Y de ABBA. Tras una encarnizada disputa, se impone el ritmo de Dancing Queen.

El dilema inverso atraviesa a las naciones del Este. ¿Cuál es la década menos mala del pésimo siglo XX, dividido entre las estrecheces del comunismo y las desigualdades del capitalismo? Y, aun así, esas terribles décadas pasadas son mejores que un presente desde el que rumanos o búlgaros solo ven las ruinas del futuro.

Pero, con España, Gospodínov no duda. Retornaríamos a los ochenta. Con su movida colorida tras la parálisis grisácea del franquismo, su entrada en Europa y su ventana de oportunidades infinita, de la cultura del pelotazo a la de los estudios universitarios para los hijos e hijas de familias trabajadoras.

Cierro el libro, cambio de emisora en el dial, ojeo reels en las redes, y en todo resuena el pop rock y la estética de los ochenta. Y pienso que Gospodínov, desde la biblioteca de Manhattan o el piso del mar Negro donde escribe, ha identificado bien el espíritu temporal de España. El 7 de septiembre de 1981 es nuestro aniversario.

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