Colombia, cambio y drama
La relación paternofilial entre Gustavo y Nicolás Petro se ha convertido en un asunto público. Ese vínculo y sus derivadas son ahora una cuestión crucial para la estabilidad del Gobierno
El padre, Gustavo Petro, es presidente, el primero nítidamente de izquierdas que ha tenido Colombia en su historia reciente. Asumió el cargo hace hoy un año con una promesa de cambio profundo que se ha convertido en una carrera de obstáculos por la resistencia de la clase política tradicional, los equilibrios parlamentarios, errores estratégicos y las luchas internas de poder. El hijo, Nicolás Petro Burgos, es el único entre los seis hermanos que ha acompañado al padre hasta la primera línea. Fue una figura clave de su movimiento en Barranquilla y en la costa del Caribe, diputado regional y trabajó en sus campañas.
Así, la relación paternofilial, lo más inviolable de la esfera familiar, deriva en un asunto público. Ese vínculo y sus derivadas son ahora una cuestión crucial para la estabilidad del Gobierno, que ocupa un amplísimo abanico de conversaciones de Twitter —o X— que va de los análisis más solemnes a los chismes. Todo, a cuenta de la financiación de la campaña electoral de 2022.
Nicolás fue detenido el último fin de semana de julio junto a su exesposa Daysuris Vásquez por lavado de dinero y enriquecimiento ilícito. La reacción del padre fue distante y propia de un hombre de Estado. Prometió no intervenir ni presionar al fiscal general, un adversario político propuesto por su antecesor, Iván Duque, y con el que se había enzarzado en cantidad de disputas. Y soltó la mano a su primogénito. Le deseó “suerte y fuerza”. “Que estos sucesos forjen su carácter y pueda reflexionar sobre sus propios errores”, escribió en un tuit.
Pasaron los días y llegó la hora de la comparecencia. El acusado alcanzó un acuerdo con la Fiscalía y reconoció que la financiación de la campaña presidencial recibió aportaciones de un exnarco y de dos empresarios cuestionados, uno de ellos hijo de un contratista juzgado por pagos a paramilitares. El escándalo, en realidad, había estallado en marzo. La exesposa se enteró de que Nicolás le había sido infiel con su mejor amiga y le acusó de recibir esos recursos no declarados. Ya entonces la afirmación del padre fue lapidaria: “No lo crie”. Pero, a pesar de marcar esas distancias, la judicialización del caso otorga ahora a todo el asunto una dimensión de consecuencias todavía inciertas. El hijo quedó en libertad el pasado viernes por la noche tras su acuerdo con la Fiscalía. El sábado, la revista Semana, un medio conservador con una línea editorial radicalmente enfrentada a su padre, publicó una entrevista con él. En la conversación, afirma que el mandatario no estaba al tanto de los ingresos opacos a su campaña.
A primera hora de la mañana, Petro —el presidente— se sinceró en otro tuit. “Lo sucedido con mi hijo es para mí terrible y muy lamentable. Ojalá algún día pueda hablar con él y perdonarnos”, escribió antes de reiterar que su candidatura “no recibió dinero alguno de carácter ilícito” y expresar su deseo de que “nazca de su nueva pareja un nieto que pueda conocer a su papá en libertad”. Petro padre, que en su juventud militó en el movimiento guerrillero M-19, y Petro hijo se miraron por primera vez a los ojos en la cárcel.
Pero al desarrollo trágico de esta trama están asistiendo otros espectadores que podrían también pisar el escenario. Por ejemplo, el encargado de la campaña presidencial y exembajador en Venezuela, Armando Benedetti, que estaba citado como testigo y que no compareció escudándose en su derecho a guardar silencio.
Mientras tanto, como recuerda la periodista María Jimena Duzán, conviene no perder de vista lo más importante de todo: el ángulo político. Esto es, Nicolás Petro decidió colaborar con una Fiscalía “sesgada, que se ha dedicado a ver cómo acaba con el proyecto político de Petro”. “Se juntaron el hambre con las ganas de comer”, continúa. En su opinión, la “gran convidada de piedra” en esta obra es la verdad.