Contra la crispación
La lección secreta del 23-J es revelar la desconexión de la realidad de auténticas burbujas con muchos altavoces
Tras la resaca electoral, algunas cosas están más claras. Fallaron los pronósticos muy amplificados de algunas encuestas que daban una mayoría absoluta de PP y Vox. El resultado del escrutinio acabó repitiendo un mapa más parecido al actual que el que vaticinaban. El avance del PP ha sido sustancial, sus 47 nuevos diputados elevan hasta los 136 sus escaños —desde los 89 del descalabro de Pablo Casado en 2019— ...
Tras la resaca electoral, algunas cosas están más claras. Fallaron los pronósticos muy amplificados de algunas encuestas que daban una mayoría absoluta de PP y Vox. El resultado del escrutinio acabó repitiendo un mapa más parecido al actual que el que vaticinaban. El avance del PP ha sido sustancial, sus 47 nuevos diputados elevan hasta los 136 sus escaños —desde los 89 del descalabro de Pablo Casado en 2019— pero no suman mayoría ni con Vox. El argumento de Pedro Sánchez para adelantar las elecciones, tras la enorme pérdida de poder territorial socialista el 28-M, fue clarificar la situación en un marco político planteado para “derogar el sanchismo”, y así ha sido: el PSOE obtiene casi un millón de votos más que hace cuatro años. En esa clarificación se incluye otra noticia: decae la representación de Vox hasta los 33 diputados frente a los 52 de 2019, pero la extrema derecha mantiene un suelo rocoso de tres millones de votos.
La dureza de la campaña electoral —y de la conversación pública durante toda la legislatura—, el lenguaje descarnadamente agresivo, el recurso a la exageración por sistema, la tolerancia de los líderes al exabrupto o el abuso de la acusación ad hominem no han funcionado electoralmente, pero han enlodado el clima civil de una democracia con problemas equivalentes a cualquier otra y con un digno nivel de calidad de vida. Esa sórdida España que dibujaba el ecosistema conservador mediático-político —radicado la mayor parte de las veces en Madrid— ha contestado por su cuenta para desmentir el pavoroso retrato de una España en descomposición. La politización de algunas predicciones demoscópicas privadas —como este periódico ha criticado las públicas del CIS— se ha convertido en parte del problema en lugar de ser fuente de información fiable. Junto a ellas hay que destacar el trabajo de muchas otras que han dibujado insistentemente un país más parecido al que han arrojado las urnas.
Pero la lección más secreta de estas elecciones puede ser la restitución de un principio de realidad en algunas burbujas con muchos altavoces y alejadas del sentir, las convicciones y las vidas cotidianas de las demás burbujas que existen en España. Todas ellas suman una población de 47 millones de personas muy diversas, afortunadamente ocupadas y nada propensas a grandes extremismos. La perplejidad descolocada de políticos y creadores de opinión desde anoche ante el resultado electoral —la derecha avanza pero la izquierda resiste, Pedro Sánchez resiste— es la mejor prueba de su desconexión con una realidad plural o no convencida por la vociferación alarmista. Ningunear durante meses el temor que provocaba en la ciudadanía el programa electoral y las primeras acciones de gobierno de la extrema derecha en municipios y comunidades autónomas se ha revelado como otro error garrafal. Nadie tuvo que activar artificialmente ese temor del tiempo presente, se activó solo contemplando la realidad. Hay que conocer el país que se pretende retratar o gobernar.
La estrategia de la tensión ha fracasado —o ha provocado el efecto contrario al que perseguía— y ojalá esta sea la primera lección que dejen las urnas. Se puede ser muy crítico con las ideas y la acción política de un Gobierno o de un partido sin caer en la obsesión personal, la descalificación hiriente, la hipérbole continua, la pérdida del mínimo decoro y la corrección que los ciudadanos practican cada día en sus relaciones sociales o laborales. Comienza ahora una compleja etapa de negociación parlamentaria que debería alumbrar un Gobierno para España. Esperemos que el resultado del 23-J permita desterrar la hiperactividad acelerada de quienes viven la política como un acoso y derribo incondicional, con el objetivo de aturdir al cuerpo electoral y desactivar su capacidad de reflexión racional y cuerda.