Tóxico Waterloo

El mal perder es cosa mala. Peor, si sucede a un mal ganar

Laura Borras y Jordi Turull saludan a Xavier Trias, en la investidura de Jaume Collboni como alcalde de Barcelona, el 17 de junio.Albert Garcia

Que us bombin”, o sea, que os den, que os zurzan. Esta frase de Xavier Trias al perder la Alcaldía de Barcelona ha ingresado en los anales del mal perder nacionalista. Juega en su favor que al candidato de Junts se le suele perdonar casi todo por su irónica bonhomía, casi siempre entrañable. Y que no supera el vitriolo supremacista de ...

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Que us bombin”, o sea, que os den, que os zurzan. Esta frase de Xavier Trias al perder la Alcaldía de Barcelona ha ingresado en los anales del mal perder nacionalista. Juega en su favor que al candidato de Junts se le suele perdonar casi todo por su irónica bonhomía, casi siempre entrañable. Y que no supera el vitriolo supremacista de Marta Ferrusola. Cuando en 2004 Pasqual Maragall eyectó a su marido, Jordi Pujol, de la Generalitat, ella barbotó que se sentía “como si hubieran entrado a robarnos en casa”.

El mal perder es cosa mala. Peor, si sucede a un mal ganar. Porque Trías no llegó el primero al recuento por tener programa, ni por haber sido buen alcalde (aunque fue un buen conseller), sino por haber estigmatizado con eficacia a su principal rival, en idéntica táctica que el feijoísmo: tanto más que “derogar” el colauismo, intentó destruir la figura de Ada Colau. Feo.

Las explicaciones posteriores de los protagonistas y voceros indepes se sostienen mal. Ernest Maragall, el socio de Trias que siempre pierde aunque gane, calificó estrambóticamente la coincidencia que los desbancó (sociatas y comunes con apoyo pepero) de “un 155″; y Pere Aragonès, de “operación de Estado”. Cierto que el PP apoyó en el último minuto al socialista Jaume Collboni, pero porque no podía presentarse ante los suyos habiendo consagrado, siquiera pasivamente, al candidato de Waterloo: el problema es que Trias opacó en la campaña que lo era. Pero cuando él y Maragall pactaron y se ufanaron de que Barcelona tendría un alcalde secesionista, el efecto tóxico del unilateralismo despertó a los durmientes. Hizo estragos.

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Enseguida se reveló que los convergentes carecen de un derecho natural a ocupar podios, como suelen creer. Y se verificó su doble vara de medir, pues una alianza tan natura o antinatura en Girona como la de Barcelona (Junts, Esquerra y la CUP y asociados) hizo alcalde a un indepe, cuando la candidata socialista había sido la primera: igual que Trias en la capital catalana.

Solo ocurrió que en esta el tipo del PSC logró una holgada mayoría de votos, 24 concejales, frente a los 15 de Trías (con Maragall): y pese al férreo apoyo de la patronal Foment, y otros círculos empresariales y editoriales. O que, como bien apunta Albert Branchadell en un diario trianero, “la realidad de los hechos es que el independentismo ni tiene ni ha tenido jamás [en Barcelona] esa mayoría” soñada: nunca ha superado el 41%.

Mal augurio para el 23-J. El mal perder allega poco entusiasmo. Y la principal candidata juntera, Míriam Nogueras, es Waterloo en estado puro de toxicidad, y para más inri, sin simpatrías.

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