De lo que no hablamos

Estábamos advertidos de que España iba a ser el país europeo más afectado por el cambio climático, que la desertificación era una amenaza real. ¿Qué hemos venido haciendo para evitarlo?

Estado actual de la laguna de Santa Olalla en el Parque Nacional de Doñana.Paco Puentes

Han tenido que venir las elecciones para que por fin se pusiera el ojo público sobre Doñana; ha tenido que acentuarse la sequía para que por fin cayéramos en la cuenta de las deficiencias de nuestra gestión del agua; han tenido que devorarse cientos de miles de hectáreas para que por fin despertáramos a l...

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Han tenido que venir las elecciones para que por fin se pusiera el ojo público sobre Doñana; ha tenido que acentuarse la sequía para que por fin cayéramos en la cuenta de las deficiencias de nuestra gestión del agua; han tenido que devorarse cientos de miles de hectáreas para que por fin despertáramos a la imperativa necesidad de cuidar nuestros bosques; ha tenido que ocurrir una degradación bestial del mar Menor, ya casi un mar Muerto, para que por fin empezáramos a tomar conciencia de las consecuencias ecológicas de determinadas prácticas agrícolas. Son breves despertares, pequeños fogonazos en un espacio público devorado por el politiqueo y huérfano de atención a lo que de verdad importa. Cuando al fin aparecen estas cuestiones en la agenda de la discusión pública ya es (casi) demasiado tarde. Estábamos advertidos de que España iba a ser el país europeo más afectado por el cambio climático, que la desertificación era una amenaza real. ¿Qué hemos venido haciendo para evitarlo?

Sí, es cierto, se ha avanzado mucho en la generación de energías renovables o la disminución en las emisiones de CO2. Pero esto tiene menos mérito, es conocida nuestra vergüenza pública cuando nos miran desde Europa. E incluso ahora, con lo de Doñana, esperamos que la solución al desastre que se avecina venga desde allí. La mirada europea pone las pilas a los políticos; o la aparición de una pandemia, que ha suscitado un imprescindible debate sobre la sanidad; o, y esto es decisivo, la atención mediática a demandas sociales insatisfechas. Un ejemplo de esto último puede ser la cuestión de la España vacía ―¡bendito Sergio del Molino por suscitarla!―, que se resiste a salir de la agenda de la discusión. Lo fácil es trasladar la responsabilidad a los medios y a los políticos, cuando a estos solo les mueve aquello que de verdad interesa y/o preocupa. Me temo que los responsables últimos somos ustedes y yo. Yo, por no tocar aquí estos temas, y ustedes ―o yo mismo― por no estar promoviendo manifestaciones en defensa de los bosques o similares o incorporarnos a algún grupo ecologista, aunque sea de barrio. Hacer ruido, que se vea que hay una “demanda social insatisfecha” en este campo.

No se habla de lo que no interesa. Ahora bien ¿hay alguien a quien pueda no inquietarle el cambio climático y su efecto sobre nuestro país, el cómo va a transformar nuestras vidas? Se discute mucho, es verdad, en términos generales, casi como una abstracción apocalíptica, pero no se entra en la letra pequeña. Por ejemplo, en las renuncias a efectos económicos o de consumo o los cambios de hábitos que lleva aparejados o las compensaciones debidas a quienes más vayan a sufrirlo. Un buen liderazgo no temería guiarnos en este debate; es más, lo promovería a fondo. Pero el cortoplacismo electoral se lleva mal con las noticias que pueden ser impopulares. Siempre se percibe algún riesgo en hablar demasiado claro, y la oposición puede utilizarlo para hacer demagogia. Por eso mismo es tan necesario discutirlo, para que quienes estén en contra acaben siendo una minoría. Porque ese sería el resultado, la evidencia es aplastante (relean el primer párrafo).

Les propongo un ejercicio: ¿cuáles son las cuestiones de las que no hablamos lo suficiente, las que merecen mucha más atención? A esta ecológica asociada a nuestro país sumaría, así a bote pronto, la fealdad de nuestras ciudades, la ausencia de debate público sobre cuestiones estéticas. Y, claro, la educación. Siempre tenemos que discutir sobre ella. Una buena educación es lo único que al final nos garantiza que nuestra conversación pública sea racional, esa cualidad tan escasa.

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