Sumar es abrirse, vertebrar, organizar, cooperar
Desde mi personal ilusión, creo que el proyecto de Yolanda Díaz debe aspirar a ser el lugar de encuentro de izquierdas, verdes y progresistas de diversas tradiciones, evitando los peligros que acechan a los nuevos partidos
A las puertas de que Yolanda Díaz formalice su compromiso, se confirman las ilusiones y expectativas que genera Sumar. Muchas personas, entre las que me cuento, lo consideran necesario. Tanto, como complejo de articular. Desde mi personal ilusión, me permito opinar.
Nadie duda que ...
A las puertas de que Yolanda Díaz formalice su compromiso, se confirman las ilusiones y expectativas que genera Sumar. Muchas personas, entre las que me cuento, lo consideran necesario. Tanto, como complejo de articular. Desde mi personal ilusión, me permito opinar.
Nadie duda que Sumar es vital para la continuidad del Gobierno de coalición. Ganar las elecciones generales para las políticas de progreso es además imprescindible si se quiere construir un proyecto que contribuya a la transformación social. Combinar estos dos objetivos, que responden a lógicas políticas y temporales distintas, va a requerir de mucha alquimia. Hacerlo implicando a fuerzas políticas hoy dispersas y en algunos casos confrontadas, va a precisar de mucha empatía y generosidad.
Los obstáculos son diversos. Algunos hunden sus raíces en un clásico drama de las izquierdas, el desmesurado patriotismo de siglas que alimenta identidades cerradas y sectarias. Ante el temor de verse superados por la historia, los miembros de la dirección de Podemos parecen tentados a encastillarse en el claustro de los elegidos, alimentando el victimismo como factor de cohesión y acariciando la ruptura. Pero me temo que las dificultades no vienen solo de ese flanco, otras estrellas de la galaxia parecen sentirse cómodas encerradas en su propio castro.
Sumar no puede limitarse a una coalición electoral en la que Yolanda Díaz aparezca como la nueva matrioska que aloja en su interior todas las siglas supervivientes de anteriores intentos. Para vencer las dificultades será determinante movilizar las ilusiones de miles de personas sin adscripción partidaria. Pero como no se debe ni puede prescindir del bagaje de los partidos, urge despejar cuanto antes el escenario electoral. Sería suicida repetir la experiencia de unas negociaciones al filo del abismo, pero todos, incluido Podemos, saben que un acuerdo antes de mayo es imposible.
Para convertir las ilusiones en acción política es necesario un amplio acuerdo sobre el proyecto que se quiere alumbrar. Hacer de Sumar el lugar de encuentro de izquierdas, verdes y progresistas de diversas tradiciones, nítidamente europeísta, con la mirada puesta en un nuevo contrato social para el siglo XXI, es una idea muy potente.
Para intentarlo, Sumar debe abrirse a la sociedad. Hay momentos en la vida de las organizaciones en que se constata que hay más potencial fuera de ellas que dentro. Eso fue lo que en los ochenta le pasó al PCE-PSUC. Años después le sucedió lo mismo a IU-ICV. Y ahora se repite, incluso con mayor intensidad y rapidez, con la galaxia política nacida del 15-M, aunque algunos de sus dirigentes se nieguen a aceptarlo.
En este sentido, es una buena noticia que el proceso de escucha y elaboración de propuestas esté implicando a mucha más gente de la que se encuentra cómoda dentro de sus respectivos claustros partidarios. Las transformaciones sociales solo avanzan desde amplias mayorías sociales, nunca desde una esquina de la sociedad, por muy cohesionado que esté el corner.
Sumar debe abrirse también a los conflictos sociales. Las fuerzas que más consistencia aportan al proyecto son hijas del conflicto entre capital y trabajo. La pandemia puso de manifiesto la centralidad social de los trabajos y Sumar debería apostar por recuperar su centralidad política. Esa es una carencia de la galaxia surgida del 15-M, quizás por la trayectoria vital de sus dirigentes. En cambio, es una de las aportaciones del alma laborista de Yolanda Díaz y de sus muchos logros en el Gobierno de coalición.
El conflicto de clases no es el único, no lo ha sido nunca. Lo confirman las históricas luchas de las mujeres y sus conquistas de civilización frente al patriarcado. También las masivas movilizaciones por la sostenibilidad del planeta.
Sindicalismo, feminismo, ecologismo, como portadores de valores universales que son, tienen un gran potencial de transformación social. Sumar debe asumir el reto de vertebrar políticamente sus causas. También otras como garantizar el derecho a la vivienda, o los derechos LGTBI. Sin olvidar a las personas inmigrantes y sus derechos de ciudadanía. Vertebrar estas causas, respetando su pluralismo, renunciando al dirigismo y evitando la tentación atrapalotodo, resulta de una gran complejidad en una sociedad desvertebrada, en la que las reivindicaciones se plantean en muchas ocasiones aisladas y enfrentadas entre sí.
En el papel, esta voluntad de vertebración está asumida. Pero luego la vida es más compleja, como se ha hecho evidente con la ley trans. O cuando se trata de abordar los costes sociales y territoriales de la transición ecológica, pasando de las musas al teatro.
Para vertebrar políticamente es necesario entender las complejas razones de la gran desvertebración de las sociedades contemporáneas. Comenzando por el impacto de las innovaciones tecnológicas y sus múltiples efectos disruptivos en la sociedad.
La digitalización propicia la fragmentación de los trabajos, de la vida y las identidades de las personas, dificultando la agregación de intereses y reivindicaciones. En paralelo, la ideología de la mercantilización social, nacida del neoliberalismo, ha convertido en derecho todo aquello que se pueda adquirir en el mercado. El resultado final es la proliferación de identidades cerradas y excluyentes, cada vez más fragmentadas y enfrentadas.
Sumar debe contribuir a superar este modelo social, asumiendo que no existen respuestas simples. La complejidad conlleva contradicciones y abordarlas en positivo requiere de mecanismos participativos y organizativos.
Organizar es el mayor reto que afronta Sumar. La crisis de la intermediación política ha llevado a los partidos a llenar el vacío que ha dejado la organización colectiva con hiperliderazgos personales capaces de responder tácticamente a la velocidad de los tiempos digitales. Estos liderazgos provocan el efecto eucaliptus, crecen rápido, pero desecan el terreno que ocupan y dificultan la existencia de espacios colectivos.
Es comprensible la aversión, especialmente entre los jóvenes, hacia las formas tradicionales de partido. Pero sin organización los proyectos políticos se debilitan, son más subalternos de los medios de comunicación —aunque sean amigos— y se consolidan estilos verticales y poco trasparentes.
La crisis de la intermediación afecta a todos los partidos, pero quienes, de momento, mejor la resisten son los que combinan estructuras organizativas estables con potentes liderazgos sociales. Sumar necesita encontrar fórmulas que permitan establecer vínculos sólidos de pertenencia y participación, más allá del consumo clientelar de la política y de los tiempos líquidos que promueven las redes sociales, sus lógicas y sus ritmos.
La desvertebración social conduce, en todo el mundo, a la fragmentación política. En España también se expresa en una realidad territorialmente muy balcanizada. La ausencia de un proyecto compartido de país y de una apuesta federal han llevado a las diferentes estrellas de la galaxia a orbitar cada una por su cuenta y riesgo. Quizás la única propuesta viable a corto plazo sea que Sumar confedere lo que hay.
Con una representación política cada vez más fragmentada, la cooperación deviene vital. La apuesta de Yolanda Díaz por la competitividad cooperadora en el Gobierno de coalición es un buen ejemplo. Reivindicar las aportaciones propias, en positivo, es la manera más inteligente de competir. Sin cooperación entre las izquierdas no hay transformación social posible.
Estas son, a mi entender, las claves del proyecto de Sumar. Para que nazca y tenga éxito es vital que la agenda de los próximos meses venga preñada de ilusiones, diversas pero compartidas, y alejada de broncas y ruido. Están en juego los derechos de muchas personas.