España y sus complejos

Pareciera que nos cuesta sacar brillo al orgullo de país. Y hay razones para hacerlo: lo fue la campaña de vacunación ante la covid, la organización de la COP25 o la de la OTAN el pasado verano. Y lo está siendo estos días la exhibición española en la Feria de Fráncfort

El rey Felipe VI, durante la inauguración de la Feria del Libro de Fráncfort, en Alemania.Borja Sánchez-Trillo (EFE)

La bandera de España ha sido tan utilizada por la derecha como distintivo ideológico propio que su visión sigue siendo mucho más controvertida de lo que debería. Enarbolada en tamaños gigantes en plazas de ciudades normalmente gobernadas por el PP, utilizada con profusión por Vox y ninguneada en comunidades donde el independentismo es fuerte, lo cierto es que siempre ha incomodado a la izquierda, heredera de un tiempo en el que la nación, la palabra España y sus símbolos eran patrimonio del franquismo.

El debate sobre ello ha envejecido sin que se haya, sin embargo, superado. Y contempl...

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La bandera de España ha sido tan utilizada por la derecha como distintivo ideológico propio que su visión sigue siendo mucho más controvertida de lo que debería. Enarbolada en tamaños gigantes en plazas de ciudades normalmente gobernadas por el PP, utilizada con profusión por Vox y ninguneada en comunidades donde el independentismo es fuerte, lo cierto es que siempre ha incomodado a la izquierda, heredera de un tiempo en el que la nación, la palabra España y sus símbolos eran patrimonio del franquismo.

El debate sobre ello ha envejecido sin que se haya, sin embargo, superado. Y contemplar hoy las banderas españolas en la Puerta de Brandeburgo y otros sitios de Berlín para acompañar el protagonismo de la literatura española en la Feria de Fráncfort reduce nuestros prejuicios a meras telarañas del pasado. Telarañas que ojalá fuéramos capaces de barrer.

Acostumbrados a los complejos, pareciera que nos cuesta sacar brillo al orgullo de país. Y hay razones para hacerlo: lo fue la campaña de vacunación ante la covid, que en España fue más eficaz y rápida que en otros países europeos; lo fueron ocasiones como la organización de la cumbre climática que debió cancelarse en Chile en 2019 y que se improvisó en España con gran solvencia, o la de la OTAN el pasado verano. Lo está siendo estos días la exhibición española en la principal feria de libros del mundo, repleta de espectadores con enorme expectación. O la imagen de seguridad energética que envidia Alemania, acosada por su dependencia de Rusia, frente a una España que puede incluso ofrecer su exportación de gas licuado regasificado, sobre todo si se acometen esas nuevas tuberías que mejoren el flujo en el continente. Como lo es la imagen de estabilidad política que —aunque nos sorprenda desde la mirada de luces cortas que se hace en España— choca con el caos en la alianza de ultraderecha que ha ganado las elecciones en Italia o la confusión en que ha caído el Reino Unido berlusconizado de Boris Johnson, Liz Truss y quien quiera que prosiga el esperpento británico.

Ciertamente, no es oro todo lo que reluce para España, que aborda gravísimos problemas de inflación y expectativas, ni para la literatura española en Europa, pues en los últimos años ha ido perdiendo posiciones y se ha visto superada en numerosos países por otras lenguas antes a la zaga como la italiana o la japonesa. Pero por una vez y sin que sirva de precedente, vale la pena celebrar un merecido orgullo. De literatura. Y de país.

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