La derrota de la izquierda andaluza

Durante la pasada legislatura, las formaciones progresistas no han logrado elaborar una alternativa esperanzada a un proceso cuya evolución natural hoy es el repliegue conservador lubricado con aceite identitario

Los principales candidatos a las elecciones andaluzas, durante el primer debate electoral, el lunes en Sevilla.José Manuel Vidal (EFE)

¿Por qué estábamos allí? Fínales de octubre de 2018 en el centro de Sevilla. En una calle estrecha, Javier Aristu paró a cuatro amigos y señaló una placa para decirnos “aquí vivió Cernuda”. Él había sido profesor de Lengua y Literatura de instituto. Más adelante nos dijo que en otra casa, en ese despacho de una planta baja, había vivido Ramón Carande. La última parada fue la Biblioteca Colombina. Diría que el recorrido fue improvisado, pero, pensándolo tras leer ...

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¿Por qué estábamos allí? Fínales de octubre de 2018 en el centro de Sevilla. En una calle estrecha, Javier Aristu paró a cuatro amigos y señaló una placa para decirnos “aquí vivió Cernuda”. Él había sido profesor de Lengua y Literatura de instituto. Más adelante nos dijo que en otra casa, en ese despacho de una planta baja, había vivido Ramón Carande. La última parada fue la Biblioteca Colombina. Diría que el recorrido fue improvisado, pero, pensándolo tras leer su ensayo póstumo, Señoritos, viajeros y periodistas, me parece intuir lo que pretendía: descubrirnos en su ciudad un legado culto, entre liberal y progresista, como un testimonio de una Andalucía cultural que no se reconoce como tal. Aristu —un ciudadano crítico y decente, es decir, un ciudadano comprometido con la realidad de su tierra y su país— había organizado junto a Javier Tébar un coloquio para reunir a andaluces y catalanes. Para salir del shock de 2017. Porque consideraba que “la histórica cuestión andaluza” había sido “la cuestión migratoria en Cataluña”. Para intentar pensar políticamente la realidad. Por eso también estábamos allí.

Y al cabo de pocas semanas, las elecciones del 2 de diciembre. “Esto ha sido una revolución”, respondió a mi mensaje, “nadie lo había previsto”. Y se impuso la obligación de elaborar un razonamiento complejo para justificar su conclusión primera: “La decisiva derrota del socialismo andaluz y de la izquierda andaluza en su conjunto”. Lo escribió con lúcido dolor porque él era parte de esa izquierda y la había historiado en El oficio de resistir, un excelente análisis sobre su configuración ideológica a partir de la década de los sesenta del pasado siglo.

Entre finales de 2018 y principios de 2019, Aristu se obsesionó con comprender la causa por la cual a lo largo de una década el PSOE gobernante había ido perdiendo el apoyo de 1.100.000 votantes. La estructura de poder regional creada por el partido y confundida con las instituciones había ido perdiendo apoyos mientras se hundía el sistema bancario de la comunidad (2012) y la emblemática industria Abengoa sufrió una severa crisis (2015). No verlo implicaba desconectarse de las bases materiales de un cambio en marcha. “Estamos hablando de procesos duros de reconversión subterránea que afectan a la vida de la gente y que ocasionan bastante dolor social, sufrimientos en los grupos tradicionales afectados por su posible desaparición, pero también impactos innovadores sobre otras nuevas franjas de jóvenes andaluces que ya no tienen a lo mejor memoria para reconocer lo que hizo el PSOE por sus familias o municipios pero tienen todo un futuro, problemático y complejo, por delante”. Durante la pasada legislatura la izquierda no ha logrado elaborar una alternativa esperanzada a un proceso cuya evolución natural hoy es el repliegue conservador lubricado con aceite identitario. Y amenazar contra la voxización de ese repliegue tiene poco sentido cuando el sistema de poder sigue siendo percibido como el configurado por la vieja hegemonía socialista, la que avejenta el modelo de desarrollo que se proyecta desde la Málaga moderna y popular.

Para problematizar esa evolución conservadora, sin agenda para revertir problemas estructurales en cuyo eje está el trabajo, Javier Aristu estuvo estudiando hasta su último día. Al saber que el cáncer iba a devorarlo, aceleró la redacción de un libro de talante institucionista que planteaba una potente hipótesis: la conciencia andaluza contemporánea había sido en buena parte configurada por la mirada ajena (“el ideal vegetativo” del tóxico Ortega) y esa dinámica, reflejada desde los sesenta en el espejo convexo catalán, había facilitado la consolidación de un relato nacional que bloquea un análisis ilustrado de los problemas y retos de la comunidad para impulsar su desarrollo. Los que evidenciaba de nuevo el informe de 2018 de la Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social. Contra los que se rebelaba Aristu. “La pobreza, por tanto, debe ser un elemento indispensable con el que hay que contar a la hora de describir e intervenir en la Andalucía actual”.

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