¿Podría haber un conflicto mundial para disputarse el sol?

Los juegos de guerra siguen determinados por los combustibles fósiles en un planeta en colapso climático

Instalaciones del gasoducto Nord Stream 2 en Lubmin (Alemania).Michael Sohn (AP)

Sin poder protagonizar las negociaciones en torno a Ucrania, Jair Bolsonaro se ha ofrecido para el respiro cómico. Conocido por no perder ninguna oportunidad de pasar vergüenza, el presidente brasileño pensó que sería una gran idea hacer una visita a su colega Vladímir Putin y el martes aterrizó en Moscú con su troupe. Podría tratarse solo de otra broma a la que se somete Brasil en la diplomacia mundial, pero la escena muestra hasta qué punto el mundo actual está menos...

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Sin poder protagonizar las negociaciones en torno a Ucrania, Jair Bolsonaro se ha ofrecido para el respiro cómico. Conocido por no perder ninguna oportunidad de pasar vergüenza, el presidente brasileño pensó que sería una gran idea hacer una visita a su colega Vladímir Putin y el martes aterrizó en Moscú con su troupe. Podría tratarse solo de otra broma a la que se somete Brasil en la diplomacia mundial, pero la escena muestra hasta qué punto el mundo actual está menos dividido por ideologías y más determinado por los intereses de la vieja economía basada en los combustibles fósiles.

El propio Bolsonaro, que fue elegido con la retórica del “anticomunismo” y hasta hace poco tenía un ministro de Exteriores que decía que la crisis climática era un “complot marxista”, no ve ninguna contradicción en adorar a Donald Trump y también a Vladímir Putin. Porque no la hay. Los tres están unidos en su defensa de la vieja economía. El de Ucrania es un juego de guerra atravesado por la crisis climática. La pregunta es legítima: si en la Unión Europea, en particular en Alemania, la sustitución de los combustibles fósiles por una matriz energética “verde” estuviera más avanzada, ¿sería tan grande el riesgo —o la manipulación del riesgo— de un nuevo conflicto mundial?

La dependencia de la Unión Europea, y en particular de Alemania, del suministro de gas natural (y de petróleo) procedente de Rusia está en el centro de este enfrentamiento. El nombre Nord Stream 2 —un gasoducto de 1.200 kilómetros bajo el mar Báltico que unirá Rusia y Alemania— hace rechinar los dientes en las negociaciones. Ni los Estados Unidos de Joe Biden quieren que Europa dependa más del gas ruso, por razones geopolíticas y comerciales, ni Ucrania quiere un gasoducto que no pase por su territorio y, por tanto, no pague “peajes”. La Rusia de Putin, en cambio, necesita los miles de millones de euros que le garantiza la exportación de gas a Europa, especialmente a Alemania.

Por un lado, Biden amenaza con bloquear el gasoducto, terminado pero no en funcionamiento. Por el otro, Putin amenaza con interrumpir el suministro de gas a Europa a través de los conductos que pasan por territorio ucranio. Putin sabe que la era de los combustibles fósiles está en declive en un planeta que se sobrecalienta. El momento de ganar es ahora: si el gas sigue siendo un arma geopolítica de gran calibre hoy, puede que no lo sea mañana.

Cuando los negociadores van a las cumbres del clima para no hacer ningún progreso o muy poco, también manipulan guerras. Brasil lo tendría todo para liderar la transformación verde y la transición hacia una matriz energética solar. Sin embargo, Bolsonaro ha elegido el camino de la irrelevancia mundial al destruir sistemáticamente la Amazonia. Cambiar la matriz energética no solo es una necesidad urgente para evitar que el planeta se convierta en un horno. También es una sólida inversión en la paz.

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