Columna

Paz vs. Votos

Si elegimos a un nuevo presidente que evite en su campaña hablar de paz y de cómo la va a garantizar, estaremos condenados a la peor guerra

Ex miembros del grupo FARC exigen el cumplimiento del acuerdo de paz firmado con el gobierno nacional en octubre de 2020.Fredy Builes (Getty Images)

En un país de conflictos no resueltos, de líderes asesinados, la paz no emociona. O mejor en las palabras certeras del presidente de la Comisión de la Verdad, padre Francisco de Roux: “En la campaña política es políticamente incorrecto hablar de paz, los candidatos no la mencionan porque la paz no da votos”.

Si esa, que debería sonar a amarga sentencia, no hace llorar de dolor a los ciudadanos de Colombia, digo yo entonces que tenemos ...

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En un país de conflictos no resueltos, de líderes asesinados, la paz no emociona. O mejor en las palabras certeras del presidente de la Comisión de la Verdad, padre Francisco de Roux: “En la campaña política es políticamente incorrecto hablar de paz, los candidatos no la mencionan porque la paz no da votos”.

Si esa, que debería sonar a amarga sentencia, no hace llorar de dolor a los ciudadanos de Colombia, digo yo entonces que tenemos un profundo problema ético como sociedad, y si elegimos a un nuevo presidente que evite en su campaña hablar de paz y de cómo la va a garantizar, estaremos condenados a la peor guerra, como la que se cocina a fuego lento y balas rápidas en tantos territorios de Colombia. Es ahora, por lo tanto, que empieza a medirse la valentía de quiénes aspiran a gobernar y por ahora no la han mostrado.

A los cinco años de la firma del acuerdo de paz con las FARC, es cierto que el discurso político sobre la paz no mueve masas. Habría que preguntarse, es que acaso ya honramos a las víctimas de un conflicto de cinco décadas, si es que ya la presencia en los territorios para arrebatarle a las bandas criminales su renta por la vía del narcotráfico está garantizada, si es que ya no caen asesinados los líderes sociales, si es que ya le fueron tituladas las tierras a todos a quienes les fue quitada, si es que ya sustituimos los cultivos ilícitos y formalizados a los mineros ilegales, si es que ya la justicia transicional logró sancionar a los responsables de los vejámenes de la guerra. La respuesta es no.

Hemos avanzado. Ese acuerdo firmado con la entonces guerrilla de las FARC garantizó que más de 13.000 hombres hayan dejado las armas y honrado su palabra, que los municipios priorizados para las inversiones en desarrollo recibieran los recursos necesarios, que cientos de víctimas hayan recibido de sus victimarios una verdad aún incompleta, que la institucionalidad creada para un posconflicto inevitablemente complejo ha arrojado frutos que recogemos cada día, al punto que finalizada esa parte de la guerra, la sociedad empezó a verse en el espejo de otras noticias sobre su destino, las de los derechos, las de violencia de género, las de las pensiones. Pero es insuficiente. Tan insuficiente que territorios completos están cooptados por la criminalidad en los mismos e históricos sitios donde las fronteras de lo urbano desaparecen y el Estado no entra a las trochas que ni siquiera logra asfaltar.

¿Siendo así, por qué son tan vanas las posiciones de los candidatos? ¿Indolencia? ¿O estrategia política? A hoy, un repaso por sus anuncios a propósito del lustro del acuerdo que mantiene polarizado a un sector de la opinión en Colombia es bastante pobre. En la izquierda Gustavo Petro insiste en la reforma agraria y evita adentrarse al punto del desarrollo rural como ruta establecida para el cumplimiento de los acuerdos, profundiza la lucha de clases y se desconoce si fuera partidario de un diálogo con la guerrilla del ELN. Más al centro en la que se hace llamar la Coalición de la esperanza Sergio Fajardo se declara un partidario de respetar y profundizar los acuerdos, del diálogo como herramienta de convivencia, sin una respuesta al cómo. Juan Manuel Galán desde el Nuevo liberalismo critica al gobierno por su fracasada lucha contra las drogas para introducir su apuesta por la legalización.

Alejandro Gaviria sin lugar aún en ninguna coalición, luego de la ruptura abrupta con el Partido Liberal, valida sin cortapisas el acuerdo y sus bondades sobre las muertes evitadas y advierte sobre un tercer ciclo de violencia en los territorios. Habla de la receta de voluntad política y financiamiento, inteligencia, rastreo de dinero y diálogo también.

Más a la derecha en una coalición que acaba de cambiar el nombre pasando de los de la Experiencia a Colombia, aparece Federico Gutiérrez, crítico de los acuerdos en los puntos que lo unen a los candidatos más derechistas: justicia y política. Bien lo explica la doctora en ciencias políticas Mónica Pachón: casi todos reconocen la importancia de los aspectos de la inversión en el campo, el desarrollo rural, la reparación de las víctimas, pero la narrativa de la impunidad como premio a los guerreros y su participación en política garantizada siguen siendo las razones del desacuerdo.

Lo grave de este escenario es el expresado desde el Centro Democrático por Oscar Iván Zuluaga recientemente elegido vía una encuesta. Déjà vu. Anuncia cumplimiento de los acuerdos para los que han cumplido, y como para él nadie ha cumplido, entonces revisará el tribunal de justicia transicional, le hará ajustes a la sala de juzgamiento de militares y ajustará el proceso de implementación a las realidades fiscales del país.

Sensatos en su lectura Juan Carlos Echeverri y Enrique Peñalosa con un enfoque en una paz efectiva, en inversiones para la vida y sin saberse nada todavía de la posición del más reciente jugador Alejandro Char. Queda el ahora llamado fenómeno político o mediático Rodolfo Hernández, quien previo reconocimiento de su desconocimiento, plantea hacerle un otrosí al acuerdo de paz con las FARC para incluir al ELN, como si lo que ocurre con esta guerrilla y su accionar transversal con la delincuencia organizada no estuviera sembrando nuevamente de minas los campos colombianos.

A mi sí me emociona la paz. Y a los candidatos debería empezar a importarles que los ciudadanos a los que aspiran a gobernar no solo les emocione, sino que se comprometan como dice el padre de Roux a tener la grandeza, de caminar todos hacia el mismo lado. Pero para eso se necesita un liderazgo.

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