La culpa no es de los otros

Las calles de Colombia nuevamente son el escenario de la inconformidad y la incertidumbre, del rechazo a una reforma tributaria necesaria, pero sin consenso cuando las cifras confirman que el país retrocedió una década en pobreza

Una manifestación contra la reforma tributaria del Gobierno de Iván Duque, en Bogotá, el pasado 29 de abril.LUISA GONZALEZ (Reuters)

Tres días seguidos con el grito de indignación convertido en cacerolazos, pitos, y arengas que se cuelan por los tapabocas de los marchantes. Nada pudo contener la convocatoria a un paro como ocurrió en noviembre pasado. Las calles nuevamente son el escenario de la inconformidad y la incertidumbre, del rechazo a una propuesta de reforma tributaria necesaria, pero sin consenso cuando las cifras confirman que Colombia retrocedió una década...

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Tres días seguidos con el grito de indignación convertido en cacerolazos, pitos, y arengas que se cuelan por los tapabocas de los marchantes. Nada pudo contener la convocatoria a un paro como ocurrió en noviembre pasado. Las calles nuevamente son el escenario de la inconformidad y la incertidumbre, del rechazo a una propuesta de reforma tributaria necesaria, pero sin consenso cuando las cifras confirman que Colombia retrocedió una década en pobreza. 42.5% de la población, 21 millones de personas, miles de familias que no logran comer dos veces al día. Si es que comen.

Las imágenes se repiten tras cada protesta. Al final de la jornada hombres y mujeres de todas las edades caminan agotados buscando un transporte para llegar a sus casas. Los revisionistas tumban las estatuas, en los territorios el descontento se expresa por el asesinato de líderes sociales, y las ciudades no logran recuperar la normalidad porque la autoridad no existe, solo tiene forma de represión.

Tras cada marcha aparece el presidente Iván Duque diciendo que todo es vandalismo criminal, pero no. La marcha se degrada, sí, los comercios son saqueados; las estaciones de transporte, atacadas, también, pero la realidad es que la gente está desesperada y la mayoría protesta pacíficamente.

Las voces de los líderes adquieren tono de desespero, como la del expresidente Álvaro Uribe pidiendo sacar el ejército a las calles minutos después de pedir consensos; la del expresidente Cesar Gaviria diciendo que no lo van a callar, ¡que él no le tuvo miedo a Pablo Escobar! Otros desde la oposición como Cambio Radical se hacen oír a través de cuñas en los medios de comunicación, a los de la Colombia Humana de Gustavo Petro lo señalan de ser responsable de los desmanes porque se sintoniza con las angustias de la gente. Siempre todo es culpa de los otros, de Petro, de los venezolanos, de los santistas, de los ambientalistas, de todos, menos de ellos mismos.

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Pero el paro sigue, está convocado nuevamente para el próximo 19 de mayo y con los indígenas unidos. No hay interlocutores y todo parece un diálogo de sordos, los líderes de las centrales obreras gritan, el presidente sigue saliendo por televisión cada noche a contar las pocas vacunas que ha sido capaz de gestionar cuando Colombia según el World Data, es esta semana, el cuarto país con mayor tasa de mortalidad después de Brasil e India. Como si nada de lo que pasara fuera con él. Como quien está convencido de que el camino que se ha trazado es el correcto. Los reflectores de la televisión nublan la vista. La arrogancia de los cargos siempre cobra la inexperiencia.

Paro, tributaria y lenta vacunación en un año electoral. Un coctel perfecto que no deja ver las realidades a las que nos estamos enfrentando. La inconformidad viene de atrás, de una ruptura no sanada entre instituciones y ciudadanos y de una paz manejada a las patadas. Lo de hoy es un tema de fondo que necesita mucho más retirar un texto de una reforma para presentar otra sin fondo ni solución.

Algunos hablan de la necesidad de un nuevo diálogo nacional preocupados porque Bloomberg ya les puso nombre a nuestros bonos en el mercado internacional: bonos basura. ¿Qué tan realista es hablar de un consenso? No lo sé. Pero es claro que con una pobreza en el 42.5%, la protesta social será cada vez más fuerte y no habrá empresario que pueda seguir generando empleo ni ciudadano que pueda sentirse seguro de salir a la calle. Y eso obliga a decisiones postergadas que ya no dan espera. Al presidente, sus ministros, deben aconsejarle buscar algo de inspiración en la manera en la que Joe Biden en sus primeros 100 días ha logrado recuperar para su nación algo de esperanza, de respeto por la política.

Es cierto que, dentro de la unión de la llamada oposición de liberales, verdes, izquierda e incluso algunos del mismo Centro Democrático no es fácil un espacio de construcción, pero es con ellos con los que toca hacer nación. Es con todos, si queremos conseguir el recaudo para los urgentes programas sociales y el crédito internacional, es con la academia y con centenares de mentes brillantes en este país, dispuestos a contribuir.

Fedesarrollo propuso un nuevo contrato social que ha debido suscribirse. Las reformas para una Colombia después de la covid con planteamientos de corte social buscando universalizar la protección pensional de los adultos mayores, una renta mínima mensual que unificara los programas de subsidios en uno solo fijo para los hogares en situación de pobreza, la reforma laboral, que además debe ser concertada. Esa palabra que ha venido siendo ignorada.

Si fuera posible un consenso nacional son varios las decisiones que estarían obligados a tomar para recuperar algo de confianza en la ciudadanía: la reforma a la policía, la congelación de los salarios del congreso o su disminución, e incluso la exploración de nuevos diálogos por la paz con el ELN.

No hay crisis en las que no caigan cabezas. Y para que este Gobierno no las tenga que cortar es mejor que algunos ministros hagan un mea culpa y dejen a otros venir a recomponer. Al presidente se le agota su tiempo, y mientras tanto los casi 50 candidatos a las próximas elecciones guardan silencio. Bien vale la pena saber cómo piensan sacar a Colombia de esta encrucijada antes de que reciban un país en cenizas.

Qué tal empezar por reconocer que se equivocaron, que asumen la responsabilidad política, que van a recomponer el camino. ¿Es mucho pedir?

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