El giro autorreferencial de la política

El sistema de partidos se deshilacha y avanza una concepción plebiscitaria: mayorías exiguas bastan para cambiar reglas, el desprecio de las normas escritas y no escritas se celebra como astucia táctica

El todavía vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, responde a una pregunta en presencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, durante una nueva sesión de control al Gobierno, este miércoles, en el Congreso de los Diputados.Mariscal (EFE)

“Las finanzas, como cualquier otra forma de comportamiento humano, sufrieron en el siglo XX una transformación equivalente al surgimiento del arte moderno, una ruptura con el sentido común, un giro hacia la autorreferencia, la abstracción y conceptos incapaces de explicar en el lenguaje ordinario”, escribió en ¡Huy! John Lanchester. En La agonía del poder, Jean Baudrillard describía el momento en que “el sistema entra en una estra...

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“Las finanzas, como cualquier otra forma de comportamiento humano, sufrieron en el siglo XX una transformación equivalente al surgimiento del arte moderno, una ruptura con el sentido común, un giro hacia la autorreferencia, la abstracción y conceptos incapaces de explicar en el lenguaje ordinario”, escribió en ¡Huy! John Lanchester. En La agonía del poder, Jean Baudrillard describía el momento en que “el sistema entra en una estrategia fatal de desarrollo y de crecimiento, se muestra incapaz de impedir la realización de su destino, sus impecables mecanismos de reproducción lo abocan a una suerte de autodestrucción”.

Esa deriva autorreferencial se reproduce en la política española, como señala Arias Maldonado: desde el bloqueo en Cataluña hasta la decisión de Pablo Iglesias de presentarse como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Dos ministros con responsabilidades en la gestión de la pandemia han dejado el cargo para concurrir a unas elecciones autonómicas: no está claro que eso moleste a los votantes. El asunto principal de la política son los propios políticos, más preocupados por la espectacularidad y el poder que por un proyecto. El conflicto central se replica en las autonomías; los problemas particulares desaparecen en el simulacro de guerra civil. En el análisis priman factores psicológicos sobre los estructurales, se reciclan memes y clichés, una clerecía desconectada de la actividad productiva aplica explicaciones moralizantes a medidas posicionales, se analizan las decisiones de los partidos con criterios de entretenimiento e indulgencia hacia los tuyos. Grandes palabras desprovistas de significado ocultan chapuzas y problemas (y esfuerzos y avances); a los discrepantes se les aplica un tratamiento rápido de hipérbole y falacia por asociación, y un afán recreacionista recorre el país: comunismo o libertad, alerta antifascista. Esto sucede en mitad de una crisis sanitaria y económica, mientras convivimos con restricciones brutales de nuestros derechos y con una inhibición de los mecanismos de control parlamentario. El sistema de partidos se deshilacha y avanza una concepción plebiscitaria: mayorías exiguas bastan para cambiar reglas, el desprecio de las normas escritas y no escritas se celebra como astucia táctica, y todos parecemos obnubilados por “la inexorable ley de la tendencia decreciente de la tasa de realidad”. @gascondaniel

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