La presidenta Sheinbaum poda su bonsái en medio de escándalos
La mandataria tiene problemas en casa y una reluctancia a hacerse cargo de ellos


Legislar a raquetazos es la nueva aportación del obradorismo a la abultada lista de desfiguros del Congreso mexicano. La frivolidad de sus correligionarios vuelve a marcar la semana de una presidenta que presume de seria y metódica. Una contradicción que le socavará.
Es lunes. Claudia Sheinbaum quiere informar de la atención gubernamental al desastre por las lluvias en cinco Estados. Tras el prolijo reporte, en la Mañanera le preguntan por la oposición. Ella dice lamentar que el PAN no haya pospuesto su evento de relanzamiento, ocurrido 48 horas antes. Es tiempo de las víctimas del temporal, es el mensaje de la presidenta. El búmeran iniciaba su viaje.
A cien kilómetros de Palacio Nacional, un diputado decide no acudir al Congreso. Se incorporará vía remota a una sesión de la comisión de Presupuesto. Es Cuauhtémoc Blanco. Es obradorista. El tema a discutir es uno muy importante para la presidenta Sheinbaum: la ley de aguas nacionales. El otrora futbolista entra al Zoom al tiempo que juega pádel. El búmeran está a punto de regresar a la capital.
La presidenta es una al pedir a la oposición comportamiento de altura en un momento aciago para decenas de miles de familias, y una muy otra al calificar a los de casa cuando son exhibidos como gente nada seria. A los de afuera, les da con todo en el micrófono; a los de adentro les dispensa formalismos y pasa página. El búmeran pega de lleno al regresar a la Mañanera: el doble estándar claudista es flagrante.
El primer año de la presidenta terminó de forma abrupta. Las lluvias le permitieron una gira nacional de autofestejo. Sheinbaum concluía sus visitas semanales a los Estados luego del informe de gobierno cuando se desató la desgracia. Poblados de cinco Estados quedaron anegados. Un centenar de víctimas, entre muertos y desaparecidos, se echa en falta. Viene una dura prueba para su gobierno.
Octubre ha sido absorbido por el operativo del gobierno para paliar los estragos del temporal. Y por el granizo de escándalos de obradoristas, que parecen tener un especial talento para manchar mediáticamente los esfuerzos de la presidenta. En el movimiento no ven la Mañanera. O mejor dicho sí, pues toman nota de la parte donde siempre exculpa o minimiza fallas de guindas malportados.
La presidenta parece una dedicada jardinera que cuida con esmero sus bonsáis. El invernadero luce ordenado y pulcro. Cada mañana, desde tal escenario le dice al pueblo todo lo que se esfuerza para que los frutos lleguen, y también se desprecia verbalmente a la aviesa oposición. Las cámaras dejan ver el tesón de una gobernante, y se cuidan de no enfocar la maleza morenista que acecha a Palacio.
Sheinbaum tiene problemas en casa y una reluctancia a hacerse cargo de ellos. El diputado Blanco es perfecto ejemplo de la ramplonería que desborda algunos espacios del morenismo. No solo carece de criterio para evitar ser visto jugando con sus cuates a la hora de sesionar: al día siguiente trata como tontos a las y los mexicanos (y a la presidenta): jugué, dice ufano, por razones médicas.
Tras el episodio, Morena abre las compuertas de la verborrea. Hora de cancelar sesiones semipresenciales… tiempo de revisar las sanciones… ay de aquellos que falten el respeto al Congreso… La puerilidad declaratoria de liderazgos morenistas es de colección hasta que se trata de minimizar el siguiente escándalo: un senador que se ausenta unos días para aceptar mimos de un gobierno extranjero.
Como un adicto a la atención pública, Gerardo Fernández Noroña maquina otro sainete. Mientras Cuauhtémoc Blanco jugaba pádel llega el anuncio de la licencia del senador que forzó a un ciudadano a ofrecerle disculpas en la tribuna del Senado por un incidente personal. El protagónico legislador dirá el martes que se va unos días a Medio Oriente: se trepa en la causa palestina para engordar su fama pública.
La nave nodriza que es Palacio Nacional es tripulada por una persona seria y dedicada. Sheinbaum ha hecho buenos los pronósticos de gente capaz de control en los procesos de la administración pública. Conduce al gobierno con tino a pesar de las estrecheces presupuestarias que heredó. Ha aumentado su margen de maniobra con el atemperamiento de Trump y el combate al crimen organizado.
Pero ni la más diestra de las conductoras podrá mantener la confianza del pasaje, e incluso de parte de la tripulación, si los esfuerzos que ella demanda —la nueva carga impositiva, que eso es lo que pidió Sheinbaum al Congreso al gravar bebidas y tabaco, así se niegue a nombrarlo en público, y la severidad del SAT, por ejemplo— son contradictorios con sonoros desplantes morenistas de valemadrismo.
Sheinbaum está rodeada de personajes que ni siquiera se cuidan de no hacer cosas buenas que parezcan malas: protagonizan desfiguros y al ser pillados lo restriegan sin rubor. Es cierto, los clientes frecuentes de balconeo por incongruencia no son del entorno más cercano a ella. Mas en un régimen donde la presidenta concentra el poder y la narrativa, esos escándalos son todos suyos.
Hay que matizar eso de que la presidenta concentra el poder. Sheinbaum tiene la responsabilidad al timón. Y en materias que no implican al obradorismo —relación con Estados Unidos, que incluye la entrega de criminales encarcelados, y reformateo de la estructura gubernamental, incluido el maniatar la figura del amparo—, ha hecho gala de ejercicio de autoridad.
Esos dientes hacia afuera no existen hacia adentro. Si desde antes de que asumiera el cargo en octubre de 2024 se creía que la presidenta tendría un reto mayúsculo en ir encontrando su espacio lejos de la sombra de su predecesor, hoy ello se aprecia aún más complejo. Su figura queda en entredicho al no someter al orden a morenistas que además de haber sido motivo de sospechas por delitos, son frívolos.
Blanco no aprendió la lección (para sorpresa de nadie). El régimen le perdonó una investigación en toda regla por denuncias sexuales y más tardó en ser cobijado que en volver a figurar por su desfachatez. Noroña y Adán Augusto López andan en las mismas: ocupados por sus agendas personales, despreocupados por el costo que sus devaneos tengan para la presidenta.
La inacción de Sheinbaum con respecto a sus polémicos compañeros se volverá en su contra. No solo comprometerá su imagen —ella tan sobria, ellos tan pendencieros—: es sobretodo que pone en riesgo la gobernanza y, eventualmente, su futuro tras el 2030. Porque un solo Morena puede prevalecer, el que enseñoreé a los fatuos, o el que premie a los genuinamente entregados.
Al contribuir al desmantelamiento de todo sistema de pesos y contrapesos, la presidenta tiene solo un camino. O es jefa indiscutible del régimen, o más pronto que tarde, quienes con sus hechos desprestigian al gobierno intentarán un asalto para hacerse de más poder. A Sheinbaum, los mencionados, entre otros, se le sometieron, pero con su comportamiento demuestran que no le son leales.
El ocaso sexenal parece lejano. Ella, sin embargo, aprovecha cada coyuntura a fin de avanzar lo más posible. El coletazo de la temporada de lluvias es una suerte de minipandemia para la presidenta: empleará su capacidad para desplegar una operación tan humanitaria como propagandística; enfocará al gobierno a trabajar por los damnificados al tiempo que arrasa de la conversación toda crítica a su movimiento.
Empero, los esfuerzos de su gobierno son opacados por quienes deberían solo trabajar para apoyar a una mandataria que les posibilitó llegar cómodamente a curules, escaños y puestos de gobierno. Lejos de eso, la dejan sola en su empresa por dar pronto y duradero alivio a víctimas de las lluvias, y de tantas otras materias.
Mientras así sea, la presidenta luce aislada, como una jardinera que cuida sus bonsáis mientras sus compañeros le restan, y le cercan, su capacidad para gobernar semana a semana.
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