Desafíos del segundo año de Sheinbaum: Trump, corrupción y credibilidad de los jueces
Lo que veremos ahora es una presidenta con mayor dominio de su tablero de mandos tras las vicisitudes propias de todo despegue


Tras un debut afortunado durante su primer año, no exento de momentos críticos, Claudia Sheinbaum se prepara para afrontar lo que definirá el éxito o no de su sexenio. Por lo pronto, ha logrado sortear las dificultades propias del primer año, particularmente espinosas en su caso, tratándose no solo de la primera mujer presidenta en un país de machos, también por ser el relevo en un movimiento caracterizado por un mandato tan carismático y personalizado como el de López Obrador.
Había corrido mucha tinta sobre la capacidad de Sheinbaum para gobernar con iniciativa propia, para ser aceptada como jefa de Estado entre los actores de poder y para imponerse a corrientes internas interesadas en gestionar su propia agenda. Tras once meses en Palacio, quedan pocas dudas de que la presidenta ha conseguido responder favorablemente a cada una de estas dudas. Denise Maerker lo sintetizó en la frase final de un artículo este lunes: “Sería ya hora de reconocerle que ha agarrado el timón y juzgarla por sus aciertos y sus errores sin estar permanentemente dudando de que sea la verdadera autora de sus decisiones o el títere de un supuesto caudillo”.
Lo que veremos ahora es una Claudia Sheinbaum con mayor dominio de su tablero de mandos tras las vicisitudes propias de todo despegue. Lo mostró ya con matices importantes en las políticas de la 4T en estos primeros meses (seguridad pública y economía, sobre todo), y en materia de rituales y símbolos muy claramente mostrado en las ceremonias del Grito y el desfile, con un estilo más institucional y menos militante que el de su predecesor.
¿Qué podemos esperar en este segundo año con una Claudia Sheinbaum en control de su puesto de mando? ¿Dónde residen los riesgos y escollos? Antes de responder habría que insistir que este es un viaje de seis años. Los segundos 12 meses son un tramo importante, pero no definen de una vez y para siempre la suerte del sexenio, pese a lo que digan los sepultureros que decretan fracasos definitivos esgrimiendo el pretexto de la semana; o de los panegíricos que convierten en logros definitivos lo que muchas veces son apenas intenciones o tímidos avances (fin de la corrupción, salud pública, inseguridad, etc.).
Los desafíos son varios, pero pensaría que en lo inmediato destacan los siguientes: Trump, la puesta en marcha del poder judicial, el combate a la corrupción, la inseguridad pública y la posibilidad de poner en marcha a la economía. En los próximos 12 meses no se va a resolver ninguna, pero sus avances o retrocesos colorearán el resto del sexenio. A falta de espacio, abordo en esta ocasión las tres primeras.
El carácter desestabilizador, y potencialmente destructivo, que tiene el factor Trump es sin duda, la principal prueba para el 2026. Sobre todo, porque está programada la revisión del tratado comercial con Estados Unidos, del que depende, nos guste o no, la economía de millones de mexicanos. Hasta ahora el Gobierno ha tenido la habilidad para mantener en pausa las peores amenazas, pero las decisiones de la Casa Blanca son de difícil pronóstico. Sin embargo, la trayectoria de Trump también deja en claro que ninguna negociación o imposición es definitiva. Será un proceso de varios años, con un aliciente: a Sheinbaum le quedan cinco, a él poco más de tres. Esperemos seguir pateando el bote los siguientes 12 meses.
Otro tema es la justicia y la interpretación de las leyes. Durante su primer año Sheinbaum hizo suya la reforma judicial definida por el Gobierno anterior y monitoreó su aterrizaje en una elección aquejada de claroscuros. Hasta allí fue congruente con el legado recibido. Lo que sigue es importante, porque en los próximos años se dilucidará la carga política y partidista con la que va a ejercer el nuevo poder judicial. Sería absurdo negar la inclinación ideológica que han adquirido instancias decisivas como la Suprema Corte o el poderoso Tribunal de Disciplina Judicial. Tampoco es para espantarse, considerando que en muchos países se trata de instituciones que tienden a reflejar posiciones de la fuerza política dominante. El tema es si mantendrá los mínimos de institucionalidad o legitimidad necesarios para ofrecer certidumbre al resto de los actores económicos y políticos. Después de todo, el 75% del PIB es generado por el sector privado. Si los tribunales son percibidos como un instrumento incondicional a favor del Estado o, peor aún, de las causas del partido en el poder, la certidumbre necesaria para la inversión y el mercado queda comprometida. Una posibilidad contraria al empeño mostrado por la presidenta por construir un medio ambiente favorable para la creación de empleos y la inversión privada productiva. Por más que se trate de un poder distinto al Ejecutivo, en su calidad de líder del movimiento, Sheinbaum deberá enviar señales a más de un miembro de la Corte para que no ejerza sus funciones de manera facciosa o militante. Delicada, pero necesaria tarea.
La corrupción será otro tema. Sigue constituyendo una asignatura pendiente para el Gobierno de la 4T. Si bien está en marcha una ambiciosa reforma administrativa para eliminar oportunidades de cohecho y malversación, se trata de un proceso de mediano plazo. En lo inmediato es interesante que el Gobierno haya emprendido averiguaciones y órdenes de aprehensión en contra de funcionarios y exfuncionarios de sus propias administraciones. Pero en una parte de la opinión pública queda la sensación de que sigue existiendo una resistencia a tocar figuras de primer nivel. La presidenta afirma que nada quedará impune, pero tampoco se procederá sin pruebas. Una afirmación formalmente correcta, que otros ven como excusa. Los próximos meses ofrecerán indicios en un sentido u otro. Sin embargo, queda la sensación de que los excesos seguirán saliendo a la luz y precipitarán las cosas. Eso pondrá presión sobre el Gobierno de Sheinbaum para definir categóricamente de qué lado va a encarar la necesaria limpia de la administración pública. ¿Tomará el control y lo llevará a fondo o se impondrán los viejos códigos? Sospecho que la propia presidenta agradecería la información y las pruebas que le ayuden a tomar la decisión correcta.
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