México 2025
En Palacio Nacional actúan apegados a un libreto, heredado y a lo mucho con libertad de ponerle apostillas de estilo personal
La nación mexicana arranca un nuevo año amparada en cruzar los dedos para que la cosas no vayan todo lo mal que podrían en un país en el que está cancelado el debate de ideas para una genuina búsqueda plural de soluciones.
México amanece en 2025 con una presidenta que goza de popularidad, un Congreso que no sirve ni de alter ego, un Poder Judicial aterido, una oposición sin filo y con vastos sectores sociales en descarada voluntad acomodaticia.
El afán gubernamental por instalar un modelo estatista, centralizador e hiperpresidencialista tuvo en último trimestre de 2024 su tiempo de laboratorio. Lo que se avecina, desde ya y más aún a partir de la elección judicial de junio, es la ardua tarea para probar el experimento.
Eso que llaman el segundo piso, en realidad y si acaso es algo en preparación para el colado de columnas y muros de carga.
Porque los cimientos de lo que buscan edificar o se están corrigiendo —abasto de medicamentos, combate a los grupos criminales o reformulación del sector energético…— o apenas se van a trazar, como en las tareas que hacían los cancelados órganos autónomos.
Si el huracán legislativo impulsado por el oficialismo desde septiembre pasado preocupaba fue, precisamente, porque ahora el Ejecutivo ha de demostrar una capacidad extraordinaria para, sobre la marcha, llevar del papel a los hechos una docena de cambios constitucionales.
Un gobierno más eficaz al regular actividades productivas, vigilar políticas públicas y proteger derechos… y encima aún más austero. Es la hora de los técnicos, y las eventuales fallas serán tanto de esos legisladores que no leyeron, como de quienes les tutelaron.
Los cien días del nuevo gobierno se cumplirán en la modorra postvacacional de una sociedad que parece asumir que la resiliencia mexicana es a prueba de criminales que reinan en territorios sin ley en los cuatro puntos cardinales, y del próximo ocupante de la Casa Blanca. ¿Decimos que estamos bien porque nos figuramos que no estamos tan mal?
En Palacio Nacional actúan apegados a un libreto, heredado y a lo mucho con libertad de ponerle apostillas de estilo personal, donde la batalla cotidiana es por el monopolio de la conversación pública: a diario se barniza la nueva versión del teflón presidencial.
La apuesta oficial es tomarse las cosas con la perspectiva de quienes se sienten en un proyecto con sexenios por delante que —si se profesa en la narrativa transformadora— ha de corregir lo que los anteriores impusieron-descompusieron durante cuatro décadas.
Para otros, 2025 arranca con la pesadumbre de que el tiempo no perdonará oportunidades perdidas por la cancelación de organismos de evaluación independiente, la falta de contrapesos y, en pocas palabras, el retorno al pasado estatista y, más que nacionalista, chovinista.
Que la mayoría apruebe una política de apoyos sociales que tanto tiempo se escamotearon a los pobres, mientras la cúpula gobernante se contentaba al saberse felicitada internacionalmente por sus índices macroeconómicos, no quita los riesgos de un gobierno sin contención.
Por más que la presidenta haga fama de exigente y puntillosa, un equipo que cada mañana escucha que las críticas y denuncias son disculpadas e incluso, sin indagar, desmentidas con todo el aparato de propaganda, tenderá más pronto que tarde a la autocomplacencia.
Ese modelo de gestión, donde a las verdades periodísticas no se les concede mérito alguno, porque solo las intenciones cuentan y —ya se sabe— los aviesos opositores no descansan, explotará a la primera de cambios la carta del patriotismo en una coyuntura en la que, es cierto, Estados Unidos mostrará las fauces: si no estás acríticamente con el gobierno, no dudarán en tender sobre ti la sombra del traidor.
Sin embargo, ni la corrupción ha desaparecido —por si hace falta decirlo— ni a la presidenta le vendría mal tener en los descreídos, precisamente porque no coinciden con su partido, a quienes han de servirle de acicate para que sus compañeras y compañeros no se duerman en sus morenos laureles.
Que indefectiblemente un gobierno se muestre en público dueño de la situación es todo menos novedoso en México. Pero cuando ciega, la confianza se vuelve temeraria irresponsabilidad. Y este país ya sabe quién paga los mayores costos de esa autocomplacencia.
Ojalá no sea iluso esperar que en Palacio se hayan hecho el propósito de año nuevo de ponderar, así sea puertas adentro, las críticas. De lo contrario, en el 2025 a las y los mexicanos solo les quedará el recurso de abrigar la esperanza de que la providencia sea benévola. Otra vez.
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