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Pensándolo bien
Columna
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A ver… el autoritarismo que no vemos

Todos usamos muletillas y expresiones gastadas, pero hay algunas que van más allá del costumbrismo verbal y revelan mucho de la personalidad de quien las esgrime

Muletillas al hablar
francescoch (Getty Images)
Jorge Zepeda Patterson

Todos usamos muletillas y expresiones gastadas, de una manera u otra. Pero hay de muletillas a muletillas. Algunas no son más que malos hábitos (o hábitos simplemente), que dan cuenta de la pertenencia a una época, un lugar, un grupo social. Pero hay una que me parece que va más allá del costumbrismo verbal y revela mucho de la personalidad de quien la esgrime. La expresión “a ver…” al arrancar una intervención o tomar la palabra, seguida de una pausa.

No me refiero a la expresión “a ver” como abreviación de “a ver cómo pintan las cosas” o “ya veremos” y normalmente utilizado al final de una parrafada. Sino al tono pontificador con el que alguien arranca una filípica, decidido a poner las cosas en claro, como si hasta ese momento la conversación fuese una sarta de incongruencias o estupideces. Se trata de un “a ver…” terminante y categórico seguido de un momento expectante. O peor aún, de un “a ver” proferido en tono exasperado, como el de alguien que no aguanta más la necesidad de intervenir por la cantidad de sandeces escuchadas.

Se trata, insisto, de una expresión que va más allá de un mal hábito. En la práctica es una especie de “descontón”, al interlocutor. “Paren de decir tonterías, ahora les voy a explicar cómo son las cosas”. Una charla de sobremesa que deja de serlo para convertirse en una conferencia. Se usa el “a ver…” como si a partir de ese momento comenzara a hablar el adulto de la mesa. Lo cual puede ser comprensible en un contexto familiar, pero resulta lamentable en un panel de televisión como los que hemos estado observando en estos tiempos de polarización política. Tómese el tiempo, estimado lector, de escuchar la siguiente edición de alguna de esas mesas de radio o televisión. Le revelarán lo poco democráticos que son, en la práctica, quienes con el pretexto de criticar el autoritarismo de la 4T o, por el contrario, el de sus adversarios, pontifican con la arrogancia de quien se considera poseedor de la verdad absoluta e inapelable. Ese es el verdadero autoritarismo; la soberbia de quien se cree exento de escuchar a otros porque su papel en la vida, o en una supuesta mesa de discusión, es resolver la ignorancia de sus semejantes (que en realidad no lo son, faltaba más).

Y ya entrados en gastos, quisiera llamar la atención sobre algunas otras expresiones en uso. En una de mis novelas aproveché a un personaje para ridiculizar el abuso de giros anglosajones que algunos abrazan por imitación o, de plano, con la esperanza de sonar más sofisticados. Una de ellas “es correcto”, utilizado en un tono neutro, tirando a experto de la NASA o a manera de sinodal, aunque algunos lo usen para responder a un pedestre ¿te paso la sal? Otra expresión que irritaba a mi personaje era “al final del día” que hemos importado de Nueva York. Una buena amiga, bendecida por el don de la mala leche, suele interrumpir en cada ocasión que la escucha ―al final del día―, y hace una precisión que descoloca a su interlocutor: ¿quieres decir hoy por la noche?

Algunas expresiones constituyen una señal de pertenencia a un código postal, normalmente el 11000 de las Lomas, hasta que, igual que sus bolsas Hermès, comienzan a ser imitadas por sectores con menos pedigrí pero no menos pretensiones. No es millonario, lo que le sigue; no es corrupto, lo que le sigue; no es guapa, lo que le sigue. Una manera fácil de evitarse pensar en adjetivos. El problema es que termina por ser tan usada que ya no es un abuso, sino lo que le sigue.

“Literal”, como adjetivo efectista para enfatizar la veracidad de algo. Me la pasé fatal en Nueva York, literal. El mejor tiramisú que he probado, literal. En algún momento dejó de ser suficiente atribuir la mayor de las pasiones a un simple postre como era el caso de “amé ese tiramisú”. Ahora también tiene que ser literal.

Hay otras muletillas de las que no es fácil entender el propósito que las puso en marcha, más allá de ser usadas para estar a tono con “la narrativa” del momento: es bonita, pero inteligente, pero buena madre, pero generosa. En lugar de constituir una objeción, el “pero” haces las veces de una “y” para enlazar un atributo adicional y positivo. ¿Por qué? A saber, pero hoy en día en los vecindarios del barrio alto no hay otra manera de describir a alguien que a partir de “peros”.

Incluso hay muletillas mudas: la más usual, levantar la mano y doblar el dedo índice y el medio para indicar comillas mientras se habla de algo. “Fueron los años felices de mi matrimonio” significa algo, pero muy distinto si se pronuncia mientras se doblan esos dos dedos. Lo mismo para “la economía creció al final del sexenio de López Obrador”. Se vale desde luego. Pero un recurso que se abarata cuando se usa una y otra vez. Y algo frustrante cuando la conversación es por teléfono.

Pero no habría que cargar la mano al 1%, imitado por el siguiente 10% y reproducido a posteriori por los otros 20% que le siguen. Todos los grupos sociales, estamentos y generaciones tienen sus muletillas. Qué tal el término “sin solución de continuidad” de los arquitectos para referirse a una pinche raya interminable. Y no comencemos con los doctores.

Los intelectuales tienen las más pomposas con giros como “quiero pensar que”, “y si me apuran” entre otras muchas que no tienen otro propósito que dorar su píldora. Y luego está la palabra de moda, “narrativa”, imprescindible ahora entre la comentocracia y en los artículos de análisis. López Obrador impuso la narrativa de primero los pobres; la oposición recurrió a una narrativa perdedora; los analistas introdujeron la narrativa de la narrativa.

Por su parte, los sectores populares han llevado “lo que viene siendo” a todas las conjugaciones posibles sea para describir un menú, un corte de pelo o el arreglo de un motor. Mismo caso de la muletilla “esteeee”, capaz de abollar cualquier discurso por brillante que sea. Aunque también existe una variante intelectualizada gracias a la modificación introducida con una O alargada: “estoooo” proferido en tono grave, preferentemente con un acento de filósofo español.

Por su parte, los jóvenes se han inundado de ¿sabes? intercalados en cada frase. Una imitación del you know anglosajón que los gringos sueltan en cada envión. En todo caso, mejor que el omnipresente “güey” que se puso de moda y, como el covid, parece que nunca terminará por irse.

Las muletillas son inevitables. Pero quiero pensar que haciéndonos conscientes de su uso, al final del día dejaremos de incurrir en ellas o, lo que viene siendo, exhibiremos menos nuestras carencias. Porque, si me apuran, eso es lo que muestran: carencias. Literal.

@jorgezepedap

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