Ciudad de México: la hora decisiva para Morena
El obradorismo necesita la capital. Su eje de gravedad se trastocaría sin la jefatura de gobierno
El obradorismo no se explica sin la Ciudad de México. El movimiento de AMLO debe a la capital no solo parte de su esencia, sino los medios que le permitieron resistir y crecer. El 2 de junio ese bastión está en riesgo para el oficialismo. Sería una derrota devastadora.
Clara Brugada ha confirmado ser la mejor candidata para el núcleo duro del obradorismo. Su campaña refleja nítidamente la pulsión de quienes la impusieron: ve hacia adentro, se contenta sin asomarse a otros sectores. Es el reverso de la campaña de Claudia Sheinbaum.
Mientras la candidata presidencial ha hecho un esfuerzo sostenido por incorporar voceras y voceros que puedan hablar a grupos que se sintieron maltratados por Andrés Manuel López Obrador, la de Brugada gravita en los de siempre. Clara no buscó una Altagracia.
La candidata local de Morena pasa por alto el varapalo que las clases medias le dieron a los suyos en 2021. El trazo de su narrativa se refugia en el voto duro. Ello le ha llevado a estancarse en las encuestas, donde con éxito la acecha el panista Santiago Taboada.
Si alguien pensó que tras el primer debate, Brugada entendería que la amenaza azul es real, el segundo encuentro entre ellos dejó como saldo la radicalización de la morenista, que solo con los suyos se jugará la vida el día de la elección. ¿Le alcanzará? Difícilmente.
El obradorismo podría perder la capital no solo por el desgaste y errores de quienes llevan, como denuncia el candidato opositor, sexenios en la Ciudad de México. A ello hay que agregar que a Clara no se le da el beneficio de la duda, sobre si se moderará, que a Claudia sí.
Equivocados o no, hay quienes creen que una vez en el poder Sheinbaum se correrá un poco al centro, que algo de la polarización cesará, que tendrá un talante menos rijoso que su líder. La biografía de Clara en cambio no da para abrigar tal idea, y su campaña, menos.
Esa identificación tan simbiótica entre el desdeñoso estilo del presidente y el grupo que acuerpa a la candidata del tabasqueño a la jefatura de gobierno es lo que, en primer lugar, pone en riesgo la victoria de la exalcaldesa de Iztapalapa.
La Ciudad de México ha tenido con Andrés Manuel una relación de amor odio que va para el cuarto de siglo. Su triunfo en 2000 en la jefatura fue por los pelos y durante su mandato capitalino provocó multitudinarias marchas en su contra.
Si bien luego fue respaldado por muchos en el descerebrado episodio del desafuero que intentó Vicente Fox, es más por debilidad de la oposición capitalina que los perredistas primero y morenistas después retuvieron la jefatura de gobierno.
Precisamente retener la capital resultó crucial para que el obradorismo no fuera borrado del mapa después de su derrota en el 2006. Los gobiernos de Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera, así abominen hoy a éste, y no pocas alcaldías, fondearon al movimiento.
Así que la importancia de la capital no es solo simbólica. Si López Obrador creció su imagen con sus caravanas a la capital en los noventa, ésta se convirtió en la sede de su poder real, donde coptó y formó clientelas, donde tuvo acceso a fondos y afianzó su influencia.
El obradorismo necesita la capital. Le es indispensable. Su eje de gravedad se trastocaría sin la jefatura de gobierno. Su capacidad de movilización se atrofiaría sin esa palanca que ofrece premios o advierte castigos que es el otrora palacio del Ayuntamiento.
La merma que acarrearía una derrota morenista no sería solo política o económica. Si los panistas ganan tendrán todos los incentivos para revisar las cuentas y el proceder de decenas de obradoristas que lejos de la mirada de Sheinbaum habrían abusado del cargo y del encargo.
Con tanto en juego cuesta más trabajo explicar el actuar del jefe de gobierno en la crisis del agua o con su abusivo manejo de la denuncia de la madre buscadora Cecilia Flores. El ensimismamiento de Martí Batres le impide ver que resta votos a Clara e incluso a Claudia.
Es el peor de los perfiles para el peor de los momentos de una campaña. Martí no puede ser de otra forma, el sectarismo es parte de su naturaleza. Se requería de alguien como en su momento fue Alejandro Encinas, que ventiló la jefatura tras el polarizante AMLO.
Sin embargo, Andrés Manuel designó a Martí en la idea de poder controlar/activar desde ahí a los grupos ultra. Esa ala no advierte que la oposición tiene con qué hacerles daño: hay hartazgo de la polarización, del tonito mañanero, hay ganas de cambio de narrativa.
El crecimiento de Taboada se debe al cansancio con Morena (y a que la oferta de Clara es más de lo mismo). Sí, el mejor candidato era el que originalmente promovió Sheinbaum, uno de perfil menos ideológico, uno que generara menos rechazo, uno menos Morena.
A cuatro domingos de la votación, la única duda es a qué estarán dispuestos en los gobiernos federal y capitalino para descarrilar a la oposición, que además va que vuela para retener la mayoría de sus alcaldías capitalinas (la Cuauhtémoc ya era de Monreal).
No se resignarán a perder en un solo golpe su máquina de hacer dinero, el vehículo para movilizar a decenas de miles, el símbolo de su presunta imbatibilidad una vez que ganan un territorio y, por supuesto, la entidad federativa más visible e importante del país.
Querrán impedir igualmente que la oposición demuestre estar no solo viva sino desafiante; no aceptarán que en contraesquina de Palacio Nacional les surja un amlito contestatario, un vocero que se asuma como el interlocutor de una eventual presidenta surgida de Morena.
Si la oposición ganara la capital se rasgaría el mito de que Morena llegó para quedarse por toda una era. Se abriría demasiado pronto el juego sucesorio de 2030, se sabría que incluso si ganan de nuevo la presidencia, son derrotables en el corto plazo.
Y el triunfo de la oposición en la Ciudad de México supondría, obviamente, que los sueños imperiales de AMLO de tener mayoría legislativa para por la vía de los hechos introducir en septiembre una nueva constitución, son eso, sueños propios de un Maximiliano.
Perder la capital generaría, además, una división al interior de Morena, donde los ultras no aceptarán que impidieron a su candidata local desplegarse como una persona sensata, capaz de acuerdos y lejana a la movilización permanente.
Hay quien piensa que Sheinbaum vería con buenos ojos esa postrera reivindicación, mencionada líneas arriba, de que su delfín era el bueno. Yerran quienes creen eso. Sería también una damnificada, una presidenta que no pudo hacer que se ganara en su ciudad.
El obradorismo tiene aspiración monolítica. Quieren carro completo y se afanarán no solo en ganar sino en arrasar. No se extrañen si ven mucho a Claudia en la capital en lo que resta de la campaña. Cero resignación de Sheinbaum y menos de López Obrador.
La victoria total que pretenden, el colofón que imaginan al sexenio de López Obrador, es incompatible con Taboada alzando los brazos el 2 de junio. El problema es que parece demasiado tarde para la persuasión de los otros, de los indecisos.
La radicalización de AMLO y de Martí, el apretón a votantes cautivos o amenazados, además de cualquier locura, están en el guion del final de la elección en Ciudad de México, batalla decisiva del obradorismo si quiere seguir con eso de que pretenden transformar al régimen.
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