Madre buscadora y presidente desaparecido para las víctimas
Eso es precisamente lo grave de la cerrazón de Andrés Manuel: si al presidente no le importan vivas, a quién le importarán muertas
Andrés Manuel López Obrador, el indolente escapista. Madre buscadora no encuentra al presidente desaparecido para las familias dolientes.
En campaña, abraza a las buscadoras. En Palacio Nacional, ni con palas o camionetas que tumban puertas se conmueve ante los ruegos de las víctimas para que las atienda, para que las voltee a ver, para que las escuche de viva voz.
El gélido desdén del primer mandatario surgido de una fuerza autodenominada de izquierda como mejor homenaje a la presidencia imperial, al ni los veo ni los oigo, al que coman pasteles:
Mañanera del 18 de marzo. Etapa final de la conferencia (versión estenográfica):
Pregunta:: Ceci Flores está allá afuera y quiere entregarle una pala de mando.
Andrés Manuel López Obrador: Ah, pues aquí que me la entregue, que me la deje aquí.
Interlocutora: ¿No va a recibir usted a las madres buscadoras en lo que resta de su sexenio?
Andrés Manuel López Obrador: Mañana hablamos de eso, mañana lo tratamos.
Y el martes, ese mañana, no llega para Ceci Flores, buscadora famosa a fuerza de dolor, sonorense de callosas manos de tanto romper la tierra buscando restos de hijos tragados por la violencia, como dos suyos.
Ceci Flores no quiere la pala. Nunca la quiso. Su destino lo exclama sin resignación, no es tener tal utensilio para escarbar. Una madre con hijos desaparecidos es una víctima, una persona que el Estado debe cuidar y a la cual se debe procurar justicia. Si para ella no gobiernan, ¿entonces para quién?
El Gobierno de este sexenio: si no hay medicamentos, cómpralos; si quieres vacunas, déjate poner unas que no pasaron por la OMS; si quieres ir a competir al extranjero, vende Avon; si quieres encontrar a tu desaparecido, plis avisa para quitarlo de la lista.
Ceci Flores no claudica. Vuelve el martes a Palacio. Para hacer más visible un legítimo reclamo se disfraza de beisbolista a fin de –en esta era de redes sociales que premian el performance— llamar la atención de un presidente que en justicia ni picha ni cacha ni deja batear.
El presidente la hace abanicar de nuevo, pero no la va a ponchar con su silencio.
Ceci Flores no acude el miércoles al Zócalo porque dudaba si estaría o no el que tapió el Palacio. Volveré el lunes, ha dicho la madre, firme en su resolución de entregar el caliz a quien debe tomarlo. Ella no pidió el trago amargo de buscar justicia, el presidente sí prometió eso.
Qué mal envejecen las promesas del gobierno. Qué escalofrío recordar que a Marisela Escobedo la mataron afuera de otro Palacio, el de Chihuahua cuando el hoy preso César Duarte se apertrechó para no acompañar su reclamo de justicia.
Eso es precisamente lo grave de la cerrazón de Andrés Manuel: aumenta la vulnerabilidad de las buscadoras. Si al presidente no le importan vivas, a quién le importarán muertas.
López Obrador no quiere tocar la pala de Ceci porque daría carta cabal a eso que sabemos y nadie quiere poner en el centro de la conversación diaria: que México es un camposanto, que lo que urge es tener un gobierno de excavación nacional, no uno donde incluso se desaparezca a la comisión de búsqueda.
A la transformación que se decía histórica no le da ni para levantar una pala. Menos aún la pala llena de polvo mortuorio de Ceci Flores. Qué pesada es la mala conciencia. Mejor encerrarse en Palacio.
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