El accidente fatal de un vendedor de tamales y la lucha de su familia por encontrar justicia
Los familiares de Jorge Claudio se han enfrentado en estos tres meses al duelo de perder a su padre, a una grave crisis financiera y a un viacrucis burocrático desgastante
Han pasado poco más de cien días de la muerte de Jorge Claudio Mendoza. No es fácil recordar todos los nombres de las tragedias que acumula México, pero su muerte llegó a la indignación nacional en una temporada en la que todos teníamos la mirada puesta en la cena de navidad. Jorge Claudio era un vendedor de tamales de 48 años, habitante de Cuautitlán Izcalli, en el Estado de México. Después de esta información seguramente empieza a recordar el caso. En la intersección de las avenidas Tenango del Valle y Torre Omega —las dos, vialidades amplias— Jorge impulsaba su triciclo por la orilla cuando se incorporó a gran velocidad un auto Mini Cooper conducido por Ken de Omar Flores, de 32 años, embistiendo por la espalda al vendedor y su mercancía. Ken de Omar no se detuvo y huyó del lugar, Jorge Claudio Mendoza murió. Las imágenes captadas por cámaras de seguridad sacudieron a la sociedad mexicana.
El caso, por el trágico video, ocupó las portadas de los diarios de circulación nacional y atrajo la atención de la prensa extranjera, la opinión pública fue testigo de cómo el conductor que había sido detenido el mismo día de la muerte de Jorge Claudio era liberado por las autoridades estatales tras pagar una indemnización porque según la Fiscalía General de Justicia del Estado de México, el hecho delictivo fue de comisión culposa, y, por lo tanto, “no ameritaba prisión preventiva oficiosa”. Para las autoridades había sido un “accidente”. Esto encendió el fuego de las redes sociales, no solo las virtuales, sino las reales: la familia Claudio salió a bloquear la autopista México—Querétaro, acompañada de amigos y personas que apoyaban su reclamo; posteriormente acudieron a la Fiscalía mexiquense a exigir que les mostraran el expediente y que el delito fuera reclasificado.
El caso llegó a la conferencia mañanera del presidente López Obrador, donde el gobernador del Estado de México, Alfredo Del Mazo, se comprometió a revisar el caso. Al día siguiente —el 31 de diciembre— Ken De Omar fue reaprehendido por homicidio con dolo eventual (lo que sí amerita prisión preventiva). El 5 de enero fue vinculado a proceso por homicidio doloso y el juez dio como plazo hasta el 1 de abril para el cierre de la investigación. De ser hallado culpable, De Omar podría recibir una sentencia de 25 años de prisión.
Inmediatamente, la defensa de Ken de Omar apeló la vinculación a proceso, por lo que tuvo lugar una nueva audiencia el 14 de marzo, en la que argumentaron que no hubo intención de arrollar a Jorge Claudio y que, por lo tanto, clasificar el homicidio como doloso era un “agravio” contra Ken, según consta en la resolución de dicha audiencia, en poder del columnista.
Pero su apelación fue rechazada por los magistrados, que consideraron infundados los argumentos y confirmaron el auto de vinculación a proceso, subrayando que estuvieron de acuerdo con la defensa de la familia Claudio.
Después del rechazo a la apelación de Flores, hace ya un mes, el caso sigue estático. El 1 de abril pasado se cumplió el plazo fijado por el juez para el cierre de la investigación, pero la defensa del imputado solicitó otros tres meses para presentar más pruebas, según me confirmaron tanto el abogado como Jorge Raziel Claudio, hijo de la víctima. Después de esta ampliación, no hay “ni habrá” nada nuevo, añadió el abogado de la familia Claudio.
Cien días después, la familia Claudio procesa lentamente la ausencia del jefe de familia. Jorge Raziel Claudio, de 21 años, me dijo que tanto él como su madre y su hermano menor, Joab Yered de 18 años, están tomando terapia psicológica, sin apoyo económico para financiarla. En estos meses se han enfrentado al duelo de perder a su padre, a una grave crisis financiera y a un viacrucis burocrático desgastante.
“Es la primera vez que mi familia y yo llevamos un proceso así, por lo que nos comentaban es un proceso muy largo y sí hemos estado cansados, exhaustos porque hemos estado de aquí para allá, llevando papeles, acudiendo a psicólogos”, me compartió Raziel en una entrevista telefónica.
Agregó que lo más difícil han sido las repercusiones de la ausencia de su papá, ya que ambos jóvenes son estudiantes y ahora deben dividir su tiempo entre el estudio y el trabajo, que además, no les está dejando el mismo ingreso que a Jorge y ya no pueden sostener los mismos gastos. Por ello, Joab dejó la escuela y Raziel iba a hacerlo también, pero la familia en conjunto decidió que, si le falta menos de un año para concluir su carrera de Ingeniería Química, es mejor que la concluya y después apoye con trabajo.
Por ahora, Raziel trabaja en los ratos libres que le deja la escuela: cuando no tiene alguna clase, o los fines de semana, toma uno de los triciclos de su papá y sale a vender los tamales que —ahora— hace su madre. Esto no es nuevo para él, pues antes salía con su papá, pero ahora este es el único sustento familiar y solo puede buscarlo en medio de sus clases.
¿Cómo rehacer una vida? ¿Hasta dónde el Estado debería apoyar a una familia que se ha quedado en la indefensión? La familia Claudio es un retrato doloroso de lo que viene después, de los que se quedan casi sin nada en búsqueda de justicia.
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