Vuelos sincronizados
Pasamos de un sistema presidencial a otro “transformado”, en que un presidente se afana por pisotear cualquier obstáculo para que lo dejen pasear su imagen por todos lados
Abordo un vuelo a la Ciudad de México. Amaneció y vamos con retraso. La llegada, pese a todo, es serena y el taxi resulta fácil de conseguir. Hace unos años, la ciudad estaba tapizada de anuncios espectaculares que desbordaban de las azoteas de edificios y rascacielos. Pero la administración local los fue retirando y sobreviven pocos ya. La mayoría de los que veo lucen el rostro del presidente de la república. Se trata de una propaganda que invita a votar en el proceso de revocación de mandato del próximo 10 de abril. Todos en favor de que el mandatario permanezca en el cargo, claro, aunque la mayoría de los que no pueden ver ni en pintura a Andrés Manuel López Obrador no se pararán a las urnas, porque consideran la revocación una farsa. Así que se trata de puro boxeo de sombra: los partidarios del presidente votarán, sin contendientes, contra los fantasmones que no los dejan dormir.
Colgadas de algunos balcones a lo largo de la ruta, es posible ver mantas con la misma foto, diseño y eslogan de los espectaculares. El taxista, cuando lo comento, explica que todo forma parte de una campaña espontánea de ciudadanos, quienes decidieron pagar de su bolsillo espacios que solo suelen estar al alcance de marcas comerciales millonarias. “¿Usted vio los contratos o conoce a los espontáneos?”, me da por cuestionarlo. Al conductor se le escapa una risita. “No, mi buen, lo de andar investigando ya está muy mal visto”. La charla se pone áspera cuando deslizo que me parece que no hay peor síntoma de la salud democrática de un lugar que encontrarse la carota del líder político en funciones allá donde uno voltee, sea este el presidente municipal, el gobernador o el mismísimo “preciso”. El conductor se muestra escéptico y, para justificarlo, recurre, desconcertantemente, a la historia. “¿Usted no se acuerda de que nos ponían la carota de Salinas por todos lados en los ochenta?”, arguye. “Y hasta regalaban cuadernos en las escuelas con su retrato”. “¿O sea que se trata de hacer las cosas igual que Salinas?”, le digo. “La próxima vez ya va a volar a Santa Lucía cuando venga”, profetiza el hombre, eludiendo las consecuencias de su argumento. “Si le dan chamba allá, le saldrá bueno el viaje, porque está bastante lejecitos, ¿no?”, respondo. Por suerte, el taxista está de buenas y terminamos riéndonos.
Las redes, entretanto, rebosan de pronunciamientos en los que funcionarios públicos del actual Gobierno federal y sus subsidiarias (es el caso de la Administración de la Ciudad de México, que opera como una regencia a las órdenes del presidente) se congratulan de que sus legisladores hayan aprobado un decreto que les permita promover la revocación de mandato, a contrapelo de las leyes electorales que impiden la promoción por parte del poder institucional. Se notan muy espontáneos también: usan las mismas palabras en un orden básicamente igual.
Días después, el sábado, las redes vuelven a colmarse con otra oleada de estos bien coordinados voluntarios: ahora son tanto funcionarios como “ciudadanos”, emocionados todos por la inminente inauguración del aeropuerto Felipe Ángeles. Dicen, en resumen (y en conjunto), que “se logró lo que nadie creía posible”. Algunos reportan tener lágrimas en los ojitos. Todos vibran, cómo no, al ritmo que les marca el discurso oficial.
Vaya cambio: pasamos de un sistema (el llamado “viejo régimen”) con el poder concentrado en un presidente que paseaba su imagen por todos lados, sin cortapisas y entre la adulación de sus subordinados, sincronizados en el aplauso eterno, a un sistema “transformado” en que un presidente se afana por pisotear cualquier obstáculo para que lo dejen pasear su imagen por todos lados entre la adulación de sus nuevos subordinados sincronizados.
Estamos, pues, volando en círculos. Y cuando aterricemos, resultará que el aeropuerto está muy lejos de casa.
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