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INEGI
Columna
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El llamado de una mujer al Inegi

Las formas en las que el instituto recolecta datos de paternidad reflejan micromachismos propios de décadas de liderazgos masculinos. Toca cuestionar y cambiar

Graciela Márquez Inegi
Graciela Márquez ha sido propuesta para ocupar la presidencia del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (Inegi).Carlos Jasso (Reuters)
Viri Ríos

Graciela Márquez, investigadora del Colegio de México y doctora por la Universidad de Harvard, ocupará la titularidad del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) a partir del próximo año. Como la primera mujer en ocupar el prestigioso cargo desde la creación del Instituto, en 1983, Márquez llega a abrir brecha. Ello se debe a que, si bien el Inegi es una institución efectiva y de vanguardia, en algunos aspectos todavía le falta tener perspectiva de género en cómo captura algunas de sus estadísticas.

Parece increíble, pero en pleno 2021, muchas de las estadísticas sociodemográficas capturadas por el Inegi desconocen la paternidad y reconocen solamente la maternidad. Por ejemplo, no mide de manera directa cuántos hijos e hijas tienen los hombres, solo cuántos tienen las mujeres. Esto se debe a que la institución ha entrenado a todos sus encuestadores a solo preguntar a las mujeres si tienen hijos o hijas y excusar a todos los hombres de comentar al respecto.

Así, el Inegi captura sus estadísticas de forma que la paternidad solo se puede medir de manera indirecta, cuando un hombre es “jefe de familia” (término de por sí anticuado) y vive en el mismo hogar que sus hijos e hijas. Sin estas condiciones la paternidad es estadísticamente invisible. Así, para todo motivo práctico, estudio o análisis, si un hombre abandona a sus hijos pequeños, ese hombre dejará de tener hijos. No así una mujer que, para todo motivo estadístico, será clasificada como madre toda su vida.

El que la maternidad sea medible de manera directa y la paternidad solo de manera indirecta da pie a circunstancias francamente cómicas. Por ejemplo, mientras que la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) del año 2020 reporta la existencia de 36,9 millones de madres en México, solo reporta la existencia de 17,7 millones padres. La proporción de 2,1 madres por cada padre haría pensar a cualquier estudioso de México que los harenes son una norma cultural de nuestro país.

Más allá de lo cómico, esto es muy problemático. Las decisiones del Inegi impiden realizar estudios comparativos sobre el impacto diferenciado de la maternidad y la paternidad en los individuos. Por ejemplo, con datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) podemos saber que durante el periodo en el que las escuelas estuvieron cerradas en México por la pandemia, el porcentaje de mujeres que trabajaban o buscaban trabajo disminuyó en 12,2% si tenían dos o más hijos, y solo en 6,4% si no tenían hijos (comparación de 3T-2019 contra 3T-2020). Sin embargo, no podemos saber qué pasó con los hombres porque no sabemos qué hombres tienen hijos. Es decir, el Inegi nos vuelve ciegos a una de las tragedias de género más importantes de nuestra era que fue la crisis del 2020.

El Instituto justifica su actuar diciendo que así se hacen en todos lados. Según me comentó Edgar Vielma, director general de estadísticas sociodemográficas, en comunicación pública, el Instituto piensa que no medir la paternidad de manera directa es una “mejor práctica” pues según documentos compartidos por él mismo, los hombres son más infieles, forman más parejas a lo largo de su vida y lo hacen con mujeres más jóvenes. Debido a su infidelidad, promiscuidad y gusto por las jovencitas, entre otras razones escritas en el documento compartido por el funcionario, se considera que es mejor ni preguntarles a los hombres si tienen hijos porque los señores no sabrían qué decir.

Lo extraño es que esos mismos hombres que no tienen capacidad ni para saber cuántos hijos tienen, sí la tienen para dominar la toma de decisiones en todas las esferas de lo público, lo privado y dentro de la misma institución. De acuerdo con el directorio público del Inegi, de las 53 personas con puestos de dirección general (titular o adjunta) solo 12 son mujeres. De hecho, hay más directores generales llamados Jorge, José o Alberto que mujeres directoras.

Ahora bien, el argumento de que la paternidad no es medible en efecto se encuentra documentado en oficinas censales mexicanas e internacionales como “mejor práctica”. Sin embargo, ello no me parece evidencia de una “mejor práctica” sino más bien de lo que Simone de Beauvoir consideraría “la socialización de lo femenino”, es decir la imposición de ideologías machistas disfrazadas de conocimiento científico por parte de instituciones, burocracias, leyes y procesos que asumen que ciertas características son propias de “lo femenino”, otras de “lo masculino”, y que con ello científicamente justifican la reproducción de la discriminación por género.

Por supuesto que el embarazo es algo biológico propio de las mujeres, pero no así “tener hijos”. La paternidad es un fenómeno sociocultural que debería ser medido, aun si no es biológico. Y hago un llamado a los liderazgos femeninos dentro del Inegi a que así lo demanden.

No sorprende que la “mejor práctica” de invisibilizar la paternidad exista en múltiples oficinas censales en todo el mundo pues en general estas siempre han estado comandadas por hombres. Por ejemplo, en Estados Unidos, ha habido 25 directores del buró censal desde 1902, de los cuales solo dos han sido mujeres. En México hasta antes de Graciela Márquez no había habido ninguna.

Ignorar la medición directa de la paternidad no solo es grave por su contenido sexista sino porque se basa en conjeturas estadísticamente incorrectas, como que es mejor no medir un fenómeno que medirlo con un margen de error. El Inegi presenta estadísticas de todo tipo y de todas temáticas sabiendo que en ocasiones las personas no sabrán bien la respuesta o responderán mal. Ello no detiene la generación de estadísticas, lo único que hace es crear ciertas acotaciones. En este caso la estadística sería sobre “paternidad conocida o reconocida” no sobre paternidad biológica. Aun con esas acotaciones, medir la paternidad sería un avance importante y fuente de múltiples y necesarios estudios.

Finalmente, hay quien argumenta que no es necesario medir la paternidad en el Censo, la ENIGH o la ENOE porque se tienen instrumentos adicionales para hacerlo como la Encuesta Demográfica Retrospectiva (EDER). Esto no es así. La ENIGH, el Censo y la ENOE tienen datos de altísima importancia que no vienen en la EDER. Además, la EDER se hace con mucha menor regularidad.

Además de lo anterior es también importante que el Instituto revise sus microdatos porque la ENIGH del año 2020 parece reportar paternidades por error. En particular, los microdatos reportan que 928 personas con hijos o hijas son hombres (incluye factor de expansión), aún si explícitamente esa posibilidad no existe en el cuestionario de la encuesta.

Por todo lo anterior hago un llamado a que el Inegi muestre su liderazgo global incluyendo la medición directa de la “paternidad reconocida o conocida” en sus encuestas socioeconómicas. Y al hacerlo, permita que investigadores de todo el país comprendan mejor los efectos de la maternidad y la paternidad en los individuos. El Instituto siempre ha estado abierto a cambios de vanguardia y a debate. Que no sea esta una excepción.

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