La tornaboda: esa cruda
Lo que hizo imposible la viabilidad de Santiago Nieto en el gabinete no fue la boda. La clave está en que es sustancialmente lo que López Obrador no necesita ahora: un clasemediero, aspiracionista, de la UNAM, hijo del esfuerzo hasta llegar a investigador
Mal comienza la semana quien es despedido en lunes. Pero el descalabro personal de Santiago Nieto, defenestrado el 8 de noviembre, encierra amonestaciones sobre mucho más que una boda.
Ser y parecer en el México de AMLO es la dialéctica que Nieto y su esposa Carla Humphrey no supieron resolver al organizar su banquete matrimonial en Antigua, Guatemala. Son adultos contemporáneos con derecho a hacer la fiesta que se puedan pagar, dicen defensores del espacio privado como elemento indispensable para no perder la razón. No, son figuras públicas ― dicen los detractores― cuyo sueldo encima paga el erario, en un contexto en el que se demanda de los funcionarios una vida “en la honrada medianía”.
Santiago era un sólido activo de las jugadas de Palacio Nacional, reclaman dolidos de un lado. Parecía ya traer su propia agenda en varias bandas, reprochan del otro. Si cometió un error, no es para tanto, se atreven a defender otros. Poco es mucho si lo dice AMLO, contestan los sometidos. Desnudó la falsedad del discurso presidencial de austeridad, lanzan fariseos de fuera y dentro de Morena.
En este ser y parecer impulsado por el lopezobradorismo, dónde termina la vida privada, o ¿todo es público? ¿Que todo lo privado sea público?, parafraseando, al extremo, el exhorto amlista de que la vida pública debe ser cada vez más pública. ¿El pasado de quién sobrevivirá al escrutinio moralizante si se entronizan guardianes de bodas y bautizos? Córrele Stalin, borremos de la foto de la fiesta al tío León. En el caso de Nieto y Humphrey habría que comenzar por acordar los ejes de la discusión.
México padece una desigualdad atroz, escasez de oportunidades para los más y miseria normalizada. Este país es, también, un lugar donde las clases populares y medias se hacen cargo de sí mismas, muchas veces con frustración, pero otras tantas sin perder las ganas de reír y, menos, de celebrar. Viva mi desgracia.
Desde ahí no es difícil saltar a una dinámica donde incluso la fiesta es aceptada o estigmatizada dependiendo del código postal: si los Hernández beben, son borrachos, pero si a los que se les pasaron las copas son de La Loma, solo es que andan contentitos. Dicho de otra manera, si para festejar a su quinceañera el pobre mata al único becerro es un inconsciente que por eso nunca progresará, pero si los ricos destripan Ensenada en una despedida de solteros “qué cool, unos patriotas que apoyan el consumo nacional, uei”.
Entonces, en un eje está la enorme disparidad social, en donde los pobres van a las mejores fiestas como garroteros, mariachis o valet parkings. Sudorosos testigos de banquetes que la masa, si acaso, devorará días más tarde, en la llamada prensa rosa. Después de una docena de bebidas por persona servidas, tome joven su propina: doscientos pesos por evitarme que ni por cinco minutos padeciera sed de la buena.
¿Cuánto de esa realidad conoce realmente López Obrador? Mucho y nada. Afecto a la fiesta no es el presidente, diría Yoda. Pero ni falta que le hace si de hablar del despilfarro y la desigualdad se trata. Los goles de la añeja ostentación de nuestras élites las hemos contado todos.
En un país tan estridente como México, definir el exceso es tan difícil, como fácil resulta reconocerlo cuando se ve. La boda organizada por el abogado Juan Collado, preso desde julio de 2019, es un claro ejemplo de lo que los mexicanos se acostumbraron a creer que es normal que el lujo sea para solo unos cuantos, e imposible para todos los demás.
Esa realidad desquicia el discurso público de AMLO, que dio un manotazo tras esa boda mexiquense –varios de sus asistentes, comenzando por el padre de la novia, cayeron en desgracia luego del enlace—. De alguna torcida manera Santiago es también víctima de eso.
Ese es el segundo eje. La indolencia de las élites políticas y empresariales: los aviones privados, las mansiones, las colecciones de arte, los viajes a los destinos más exclusivos… las incesantes historias sexenales en las que a pesar de las crisis económicas florecían tantos y tantos orgullos del nepotismo del sistema: un destino manifiesto donde el político mexicano evitará a toda costa ser un político pobre, la moral da moras para ponerle a los martinis, e Hidalgo es el héroe al que hay que honrar ― o chingo mi madre ― sin dejar en las arcas algo.
Esos son los ejes de la discusión. Una realidad donde muchos celebran (es un decir) cuando pueden comer, ya no digamos festejar, mientras otros se acostumbraron a que lo normal es permitirse una generosidad de sobremesa, no a pagar impuestos o sueldos dignos.
La boda de Guatemala quedó atrapada en problemas que no le eran intrínsecos. Por lo que se sabe, fue similar a fiestas de segundas nupcias de otros exitosos cuarentones. Que si fue en el extranjero entonces es más cara para organizadores e invitados. Puede ser. Que si el novio tenía motivos familiares para eso (ahí murió su madre). También. Que si uno invita a su boda a quien quiere… hmmm, no. Todo acto de políticos es político, y Santiago y Carla lo son de tiempo atrás.
Ese quizá es su descuido. No haber pensado en los términos de alguien que no solo declinó ir a la boda, sino que ha manifestado repulsión por la clase media, las élites, los dueños de medios ― salvo los que él consiente y los que lo consienten a él —, la UNAM, el INE, los doctorados, los aviones privados…
Santiago Nieto era desde hace años todo lo que se vio en la boda. Es decir, él básicamente no cambió. Hubo un tiempo en que aun con su resumé le sirvió a AMLO –sumarlo en su campaña de 2018 luego de que el queretano fue corrido del peñismo por choques con el pevemista Arturo Escobar y con Emilio Lozoya fue para el tabasqueño un golpe de efecto más.
Mas ahora ya no le servía. La boda solo precipitó su caída, es cierto, pero cayó como cayó porque cometió el pecado de romper el espejismo de que este gobierno es austero o, mejor dicho, recatado. Eres quien eres, pero no te jactes de ello. La imagen prima, la imagen se construye, la imagen se cuida, la imagen es la verdadera investidura de este mandatario. Ahí está su cruzada. Le fallamos al pueblo como todos, pero no nos parecemos a todos. Seremos un mal gobierno, pero somos el gobierno que quiere parecerse a ellos: a la boda de ninguno de ellos llega alguien en un avión privado.
Que ya tenían meses buscándole sustituto a Santiago, dicen ahora. Que se sorprenda quien no conozca a este gobernante, que no te ha nombrado y ya piensa en qué hará el día que no estés. Nadie alinea el tablero del ajedrez creyendo que sus piezas sobrevivirán la partida, menos que nadie AMLO.
Santiago pudo haber pecado de protagonismo o tener agenda propia rumbo al 2024, pero lo que hizo imposible su viabilidad en el gabinete no fue la boda, eso es el destapador de la nueva realidad, no la causa. La clave está en que Nieto es sustancialmente lo que López Obrador no necesita ahora: un clasemediero, aspiracionista, de la UNAM, hijo del esfuerzo hasta llegar a investigador del SIN — sin palancas ni plagios que se le conozcan, en contraste con otros prominentes del gabinete —, y encima ahora casado con una del ITAM; con doctorados ambos, que han profesado el credo de los órganos autónomos, que aportado al andamiaje electoral que hoy se quiere demoler, que encima se hablan, y trasnochan, virgen santísima, con panistas y dueños de comunicación de medios que ahora no se pliegan.
La boda fue un regalo para Andrés Manuel. La ocasión perfecta de desembarazarse de alguien en quien ya no iba a confiar porque qué presidente como éste quiere un colaborador con vida propia, con trayectoria que contradice el discurso mañanero; y tras la boda, quién sabe dónde estaría de ahora en adelante su lealtad, su agenda.
La primera señal de eso fue que la boda no fue santificada en Palacio Nacional. Los novios no entendieron que la no asistencia del tabasqueño era una descalificación radical, no un disculpen que no pueda acompañarlos, a ¿dónde les envío su regalo? El presidente López Obrador ha emprendido una cruzada que busca esencialmente preservar el discurso de que hay una diferencia entre el pasado, que la nueva tribu — así esta se haya construido con demasiado cascajo prianista— no canta ni baila lo que desvelaba a los de antes. “Que somos diferentes, no lo ves…”
A mitad del sexenio el club presidencial ha endurecido las reglas de admisión. Para seguir siendo parte de este movimiento de supuesta transformación del país hay que mostrarse dispuestos a cortar los lazos con los que no piensan igual, y luego atar tu destino a grandes emblemas de la modernidad democrática como han sido, desde los ochenta Manuel Bartlett y Alejandro Gertz, ejemplos de mesura y contención donde los haya. Qué bonita familia.
Santiago se va, Santiago el que ya se enfrentó a Arturo Escobar, ese que años atrás iba en una comitiva en la que (también) apareció dinero en efectivo en un aeropuerto. Cambio en el equipo presidencial, sale un académico, pero no peligra el lugar de un camaleónico del poder como el pevemista Escobar, morenista aunque no se le vea a menudo.
Si México solo le debiera a Nieto el haber evitado que ese representante del pevemismo llegara a la Segob el sexenio pasado, habría prestado ya un gran servicio al país. ¿Por qué Andrés Manuel prefiere al PVEM que a gente como Santiago Nieto? Porque cada quién sus fiestas, y los destrampes de estos chacales pevemistas, en donde incluso ha muerto una chica extranjera, no son las suyas, o no al menos públicamente. Mientras las seudoverdes voluntades levanten el dedo en el Congreso sin moverle una coma, a AMLO no le desvelarán los reventones, ni los --ahí sí—excesos del llamado partido verde, en minúsculas. Así esta transformación: tolera la borrachera pevemista.
El presidente no pestañea al marginar a uno de los símbolos de su lucha anticorrupción, a un cuadro que dio resultados. No le importa el riesgo de romper los equilibrios con la Fiscalía General de la República, ni –a pesar de que se supone que el presidente tiene prisa de cerrar bien su sexenio-- la curva de aprendizaje que eventualmente tendría que pagar Pablo Gómez, el cuadro partidista sin experiencia alguna en redes internacionales de lavado de dinero.
Porque al presidente lo que le preocupa de esta historia semanal es la moraleja. El que se fue a vivir al Palacio exige austeridad. De todos, familia incluida. No por nada ha repetido que solo responde por su hijo menor de edad, porque uno no elige a la familia, pero sí a los colaboradores (y a los invitados a su boda). En gobiernos convencionales los cambios en el gabinete se resisten, se lidia con las crisis tratando de sofocarlas al más bajo costo posible. Pero Andrés Manuel opera distinto.
Que invitados a la boda llevaran miles de dólares en efectivo, que en la comitiva de ese mismo avión privado estuviera alguien declarado como opositor por el presidente, y una funcionaria del movimiento y un proveedor del mismo, fue la mejor ocasión para que López Obrador marcara las causas de divorcio. El escándalo le vino como anillo al dedo. Manotazo para que todos entiendan que solo él será quien decida si se portan bien o si se portan mal. Quiere ser el padrino de las bodas y de los bautizos, y de todo lo demás. Qué escándalo más oportuno.
Desde ahora Palacio Nacional será el nuevo muro donde habrá que colocar las amonestaciones — y prender una veladora — para tratar de evitar que una alegría se convierta en una tristeza, para no contradecir el humor presidencial. Nuevo servicio de Santiago a la patria morenista: que todos aprendan en cabeza ajena que las fiestas o no se deben hacer, o deben ser ultrasecretas o arriesgarse a pagar las consecuencias.
Se ha entregado a AMLO la máxima autoridad de fiestas y festivales. Frente los excesos del pasado, el presidente asumirá la mayordomía de todo festejo de figuras públicas y privadas. Y lo mismo se constituirá en el único que defina los excesos: él dirá cuándo son demasiado o apenas anecdóticos, sean sus autores gente de su equipo o extraños a su movimiento. Así por los próximos tres años. No, pues gracias Santiago. Y felicidades, por cierto. Aunque la cruda nos dará a todos.
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