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Columna
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Apedrear al árbitro

Los diputados del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador quieren apedrear al Instituto Nacional Electoral, el sistema construido por los mexicanos en tres décadas

presidente del INE, Lorenzo Córdova, durante una comparecencia en la Cámara de Diputados en noviembre de 2021, en la que fue increpado por legisladores morenistas.
Lorenzo Córdova, consejero presidente del INE, durante su comparecencia en el pleno de la Cámara de Diputados.Graciela López (Cuartoscuro)
Salvador Camarena

El INE tiene muchos padres, pero no será la primera vez que un progenitor reniegue de su criatura.

Los diputados del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador quieren apedrear al Instituto Nacional Electoral. También a algunos de sus consejeros —en particular a Lorenzo Córdova, consejero presidente—, pero la lapidación es contra todo el sistema electoral construido por los mexicanos en tres décadas, edificación que se benefició, no pocas veces, de las demandas de quienes hoy buscan su demolición.

La comparecencia de Lorenzo Córdova el viernes en la Cámara de Diputados fue el debut de un concierto que hará temporada y cuya partitura tiene solo dos movimientos.

El primer movimiento es ruidoso, repetitivo, mas pegajoso a pesar de su falta de elaboración. Córdova es la cabeza, dice esa tonada, de un órgano del pasado que defiende sus privilegios, sus estratosféricos sueldos, el derroche en el presupuesto, en contra de la austeridad pretendida por el régimen. “INE rico con pueblo pobre”, resumía perfectamente una pancarta exhibida en la comparecencia de San Lázaro.

El segundo movimiento es más descarado. Es con adjetivos, amenazas veladas, descortesías. Es personal. No nos gusta el INE porque no nos gustas tú porque no nos gusta que le lleven la contraria al compañero presidente de la República. No nos gusta ni tu autonomía ni que te creas y uses tu atribución fiscalizadora. En el país del nuevamente brioso “sí señor”, por qué este igualado y algunos de sus secuaces se atreven a pronunciar la simple palabra “no”. No pasa una candidatura sin cumplir la ley, no vamos a hacer como que Morena cumplió su promesa de regresar presupuesto para usarlo en la pandemia, si al final se lo agandalló.

La partitura fue ejecutada con disciplina por los legisladores del presidente en el concierto inaugural de este viernes. La interpretaron con una enjundia propia de mejores causas. Subieron a la tribuna no para que los viera México, sino para que el palco presidencial los aplaudiera. Porque no son los representantes del pueblo, son los representantes de quien dice representar al pueblo, que no a todos los mexicanos.

Fue una comparecencia histórica. Por primera vez el titular del INE (antes IFE) era reclamado por la soberanía a rendir cuentas de su presupuesto, o al menos eso decía el programa de lo que serían casi seis horas de debate (es un decir).

Que venga el desgraciado a decirnos por qué gasta tanto, reclaman los que hacen el presupuesto. Si el INE gastará mucho en 2022, si gasta mucho en general, es para empezar porque estos y otros diputados así lo deciden en lo coyuntural, año con año, y en lo estructural: porque la democracia mexicana es cara.

Cara e incluso muy cara en dos sentidos. Con todos sus defectos, es lo más querido de los mexicanos. Es una de las cosas en que la desigual y enfrentada sociedad mexicana aún está de acuerdo: las elecciones que tenemos gozan de cabal salud y buena imagen. Pero cuestan mucho dinero. ¿Demasiado? Según qué se tome en cuenta.

Sin entrar en detalles, el INE cuesta mucho, pero en su panza hay cientos de millones de pesos que no son suyos: pertenecen a los partidos políticos, sus principales críticos, o son para las iniciativas —buenas o malas— de los partidos políticos.

Si el INE solo arbitrara elecciones —con credencialización de votantes incluida— nomás requeriría de 20 centavos de cada peso que ha solicitado para el 2022, explicó ayer Córdova. Los otros 80 centavos se gastarán el año que entra en la revocación de mandato propuesta por el presidente de la República, y en presupuesto que ha de entregar a los partidos, para la operación de estos y para las seis gubernaturas que se disputarán.

El argumento del despilfarro presupuestal del INE pasa por alto, acomodaticiamente, que incluso si se diera por bueno que ese instituto cuesta mucho, este aparato fue construido desde la desconfianza en las elecciones heredada de los tiempos del partidazo. Pagamos mucho porque los partidos y los gobiernos siempre hacen trampa. Siempre. Todos.

Discutir el costo de la democracia mexicana tendrá los peores aliados en los partidos. Son juez y parte. Culpan al árbitro de sus desdichas, pero si algo hay que temer de la iniciativa de reforma electoral que el régimen ha anunciado, es que en este tema la oposición y el oficialismo tienen los mismos incentivos: quitarse controles, aumentar sus beneficios. Es el pacto de caballeros de los señores de pantalón largo (al fin que ya vimos que a la oposición le gusta retratarse en cónclaves donde solo hay hombres).

Y al igual que el viernes, en fechas próximas nos repetirán que el problema es que el INE resistió la ordenanza presidencial de bajar los sueldos a la alta burocracia. Los consejeros electorales decidieron que defender su autonomía pasaba por no permitir que el Ejecutivo decidiera cosas internas del órgano electoral, y el choque fue inmediato. El viernes acusaron a Córdova de ganar más del triple que el presidente. Es falso, pero no inocuo.

De cualquier manera, los sueldos de los consejeros sí son superiores a los del jefe del Estado. Con ese caballo de Troya Morena, PVEM y el PT querrán destripar la autoridad de los encargados del INE. ¿No habría convenido bajarse el sueldo para no dar esa coartada a los destripadores?

Porque en ese sofisma se funden los dos movimientos de la partitura: el INE es caro porque estos consejeros abusan, pongamos a unos que sí acompañen nuestro austero canto. El juego sería mejor si el árbitro no cobrara tanto. Bájese el sueldo, o renuncie. La porra te saluda, Lorenzo.

La comparecencia es accidentalmente reveladora. Los que tienen mayoría de gubernaturas y viento en popa rumbo a las que estarán en disputa en 2022, mayorías legislativas locales y federales y, por supuesto, la silla presidencial, se comportan en el Congreso como si no fueran gobierno. Se privan y enervan de impotencia.

Las expresiones destempladas que profieren contra Córdova, y el INE, muestran cuánto temen a alguien no sometido a pesar de meses de embates. Si el funcionario los toca, hacen corto circuito, literalmente.

Además, el belicoso proceder de los legisladores oficialistas servirá en el futuro próximo para medirlos por contraste. Si tanto les duele que alguien gane más que el presidente, ¿llamarán al Secretario de la Defensa a que explique por qué hay medio millar de generales que no acatan el decreto del comandante supremo y cobrarán en 2022 más que éste?

La democracia mexicana es cara pero también produce sesiones como las del viernes, donde los poderosos no se gobiernan frente a alguien que no les muestra humillante sometimiento.

No fue una mala tarde en San Lázaro. Si democracia es que todo se ventile, gracias a la ruidosa sesión legislativa la gente podrá ver los argumentos de las partes y sacar sus conclusiones.

El veto presidencial a Córdova y al consejero Ciro Murayama es sabido desde hace meses. Mas ellos no son el INE. Ni siquiera lo crearon o cosa por el estilo. El INE son las mexicanas y los mexicanos. Pero Morena no está listo para esa conversación.

Los padres del INE son las generaciones de mexicanas y mexicanos que luego de luchas de demasiados años pudieron arrebatar al gobierno la organización de las elecciones. Costó muertos, heridos, desvelos, marchas, huelgas de hambre, plantones, caravanas y mucha, mucha política y harta negociación.

México debe a la izquierda histórica mucho de lo que se avanzó para que las elecciones fueran confiables, para que dejaran de ser el dolor de cabeza de nuestra democracia. Para que nunca más un Bartlett tumbara el sistema.

Hoy algunos de los protagonistas de ese cambio, y sobre todo sus herederos, reniegan de su obra. Y para dinamitarla usarán el fuego de que es demasiado cara, invitaran a que todos arrojemos piedras contra el árbitro. ¿Qué puede salir mal al respecto en el país en que a pesar de las sanciones la tribuna no cesa el grito homofóbico?

Antes de que los oficialistas azucen más a las porras con la diatriba de lo injustamente cara que resulta la democracia y sus árbitros, cabría recordar que las quejas de lo que cuesta un buen médico no se comparan con los costos que se pagan por una mala práctica.

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