El día que López Obrador conquistó España
Señoras y señores de la derecha española: han caído en la trampa que les tendió el presidente. Él controla la conversación, pronto lo descubrirán, mas ustedes se lo ganaron. Serán sus súbditos
Casi al cuarto para la hora final del año de históricas conmemoraciones decretado por Andrés Manuel López Obrador, le ha llegado al presidente mexicano la coronación que tanto buscó. Ha sido la derecha española, esa que nunca se queda corta en el momento de decepcionar, la que ha entregado al presidente el premio que más disfruta. El mandatario americano se ha convertido en tema de moda y bestia negra de políticos ibéricos que creen que son el centro de un mundo que ni existe ni tiene futuro: el de la superioridad española.
Andrés Manuel I de México es hoy el aguijón en salva sea la parte del rancio orgullo de un político expulsado del poder por sus mentiras, y de quien a base de polarizar pretende algún día reconquistar, desde la autonomía de Madrid, un trono civil que no guarda grandes páginas de cuando el PP lo ha ocupado.
En una carabela sencilla pero efectiva, López Obrador ha vuelto en plan grande a la patria de sus ancestros. Llevaba un año tratando de que su mensaje cruzara el Atlántico: pidan perdón por el pasado, decía el telegrama. La corona volteó a otro lado, el socialismo se hizo rosca. Nadie picaba el anzuelo, nadie salvo los que ya habían demostrado supina incapacidad para entender que un embrollo diplomático puede tener varias soluciones, que ir a la guerra -así sea discursiva- a la primera es el recurso de los limitados.
El expresidente español José María Aznar ha debutado esta semana de comediante. Ese mismo político que llevó a su país, y al mundo (a pesar suyo hay que decir que con su foto en las Azores por una vez tuvo talla internacional, para mal, es cierto, pero logró que su nombre viajara más allá de los Pirineos), bueno, ese que en su momento metió a España en una guerra ilegal, en una invasión condenada por la razón, la justicia, las masas y el destino, ahora quiere hacer chistes.
Le aplaudieron en Madrid a Aznar, es cierto, su chiste sobre lo castizos que resultan los nombres y apellidos que lleva López Obrador. Pero las risas y las palmas eran la natural respuesta de quienes llevaban meses de contener los nervios. Cómo que el mejicano ese quiere que revisemos el pasado. En dónde se ha visto que España tenga que reflexionar sobre los siglos en que ellos nos debían hasta lo que no nos debían.
Aznar no tiene argumentos, tiene descalificaciones. Justo lo que necesitaba López Obrador. Se sube en el banquito de la autoridad que dice tener por lo que ha estado leyendo en el verano, según su propia declaración, y le regala a López Obrador la guinda que le hacía falta para cerrar por todo lo alto los 12 meses con que el presidente de México ha querido exaltar la unicidad de su país. El latigazo que pretendía el pepeísta –agradezcan la evangelización, es decir la cultura, es decir la civilización, es decir a nosotros ha demandado Aznar— es música para los oídos del mexicano. Andrés Manuel cierra el mes patrio que quiso convertir en referente mundial cosechando la notoriedad que le da quien con todas sus letras buscó ningunearlo en un acto político. Qué suerte tiene López Obrador de que exista la derecha española. Jolines.
España en el corazón
López Obrador es un maestro de la retórica maniquea. España nos robó, ha dicho decenas de veces en la mañanera. Lo declara porque sabe que generaciones enteras de mexicanos que fueron educados en el resentimiento de una historia parcial (¿hay de otras?) donde los infortunios de América Latina tenían un pecado original imposible de purgar. Seríamos potencia sin el expolio de tres siglos, es la cantaleta de muchas infancias aquende el Atlántico. España como una penitencia sin fin.
El presidente mexicano ni siquiera califica al saqueo de minerales preciosos en tiempos de la colonia como la peor de las tragedias. Si acicatea esa herida cultural es para decir que quienes por unas décadas le precedieron en el poder fueron incluso más voraces que la corona española. Una pedrada para matar dos pájaros útiles para la retórica adanista de López Obrador.
Porque el revisionismo que propone López Obrador no busca fomentar el conocimiento, enriquecer la mirada histórica, y menos aún reconocer las múltiples avenidas de la identidad mexicana. Su motivación es tan elemental como transparente. Las ceremonias del perdón que su gobierno ha promovido, algunas sin duda interesantes como las que se han dado a las comunidades chinas masacradas al amparo de la revolución mexicana o la que se formuló al pueblo Yaqui esta semana, son también caballos de Troya de quien pretende arrogarse la autoridad para reescribir la historia para él resultar el heredero inevitable de la misma.
La conmemoración en 2021 de los 500 años de la derrota de los mexicas (el 13 de agosto) o los 200 de la consumación de la Independencia (27 de septiembre) fue utilizada por López Obrador para ahondar en la polarización.
La división de la sociedad mexicana es previa a la llegada de este presidente, pero a partir de 2018 desde Palacio Nacional se ha lanzado una propaganda que ahonda esa brecha, y que ensalza virtudes de los pueblos originarios sin que se trabaje para corregir de verdad las condiciones de marginación de las poblaciones indígenas.
Este presidente domina el arte del uso político de la historia, pero también de esa propaganda de lo políticamente correcto.
Luego de defenestrar de grosera forma a la anterior directora del Conapred, el organismo que debe visibilizar la discriminación, sancionar actos discriminatorios en lo público y lo privado e impulsar políticas de prevención en la materia, López Obrador propuso que la titularidad de ese instituto recayera en una persona indígena. Luego de protestas de sus seguidores porque en la agregaduría cultural de la embajada de México fue designada una escritora crítica al oficialismo, López Obrador resolvió que la solución del entuerto sería enviar una mujer indígena. Sin embargo, en ambos casos no ha ocurrido nada, los nombramientos entraron al limbo de las buenas intenciones sin aterrizar. En otras palabras, Andrés Manuel en estado puro: ingenio y oportunismo. Utiliza la causa de poblaciones que han sido en efecto discriminadas y a las que nunca se les ha llevado a espacios de alta diplomacia, pero su dicho no se concreta ni supone una genuina revuelta incluyente en la política.
La cultura y los vestigios prehispánicos son una de las escenografías favoritas de López Obrador. No es el primer político mexicano que lo intenta, pero sí es el que mejor lo explota en la era de las redes sociales y el tiempo real: manda montar una pirámide de cartón piedra en el zócalo capitalino, organiza rituales llenos de humo de copal y ceremonias del maíz llenas de disfraces tan vistosos como trillados. Y al mismo tiempo, autoriza la remoción del histórico Paseo de la Reforma de la estatua de fray Bartolomé de las Casas, defensor de los indios donde los haya. Es cierto que esa imagen era parte del conjunto que en realidad honraba a Cristóbal Colón, pero al quitar a este no se ha reparado en que también se expulsaba a De las Casas. Eso sin mencionar que en ese lugar se había pensado poner una escultura para honrar a la mujer indígena, decisión que no incluyó –ni para el concepto o la autoría de la misma— una consulta a las mujeres indígenas al respecto. Excluidas hasta de su homenaje.
Porque lo que la derecha española pasa por alto en su miope soberbia al descalificar a López Obrador es que todo presidente de una nación americana tiene el derecho a proponer a España un debate, sin cortapisas, sobre ese somos en que están incluidos los tres siglos o más de hegemonía ibérica en nuestros países.
Hablar no solo de la conquista, sino de la colonia. De los excesos, y de los abusos. De las aportaciones de cada parte, incluida esa de los esclavos traídos de África. Del sistema de castas, de los privilegios decretados por la sangre, el color de la piel, el apellido. Del racismo y el clasismo que lastran a la sociedad mexicana, y a otras. Comenzar procesos de reflexión, de reescritura y eventualmente de justicia. Abrir puertas que pueden incluir el perdón, una mejor convivencia.
Si López Obrador comenzó por la exigencia de una disculpa había forma de entrar al tema sin incurrir en zafiedades como la de Isabel Díaz Ayuso, que se pone a dar lecciones a Bergoglio.
Señoras y señores de la derecha española: han caído en la trampa que les tendió López Obrador. De ahora en adelante les pondrá a discutir, les dejará hablando solos –como ha ocurrido la mañana de este viernes en que al decirles groseros sin decirles groseros señala que no responderá a sus insultos y que él solo promueve el perdón que redime a quien lo da y lo recibe–, les hará tenerlo en mente cada día de los próximos. Tan cansados quedarán de mañaneras dedicadas a ustedes que un día tendrán la tentación de emular a quien dijo aquello de por qué no te callas… Pero será demasiado tarde. Él controla la conversación. Pronto lo descubrirán. Mas ustedes se lo ganaron. Los conquistó.
Serán sus súbditos.
Es cierto que ustedes los del PP también declaran lo que declaran en esta coyuntura porque quieren llevar a una esquina incómoda a los del PSOE, que en tanto Gobierno deberán calcular sus movimientos en este lance trasatlántico y en tanto izquierda deberán cuidarse de no caer en contradicciones ideológicas. Oportunismo y politiquería. A ver quién se sorprende de que ustedes crean que buscar La Moncloa bien vale meter al lodazal a las complejas y vivas relaciones entre México y España.
En México hace falta justicia a los pueblos indígenas y son los mexicanos quienes cargan con la responsabilidad de corregir pronto los graves pendientes, añejos y actuales, con esas poblaciones. Pero para ello no estorban ni el debate ni la revisión histórica. Al contrario.
Sí resulta un obstáculo, en cambio, la manipulación. La local y la foránea. O las posturas de políticos con acceso a medios que creen que ellos, en primera persona del plural, le hicieron un favor al mundo indígena. Se sienten autores de hazañas marítimas que no vivieron ni sus abuelos, vaya. ¿Se pretenden herederos de qué? Quizá por eso no quieren entrar al trapo de la discusión de lo que hicieron o no sus parientes: se vería que ellos ni fueron vencedores, ni los mexicanos de hoy somos vencidos.
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