Meets. Encuentros con el feminismo de las otras
Las violencias de género que sufrimos las mujeres indígenas responden a un patriarcado que no podemos desligar de la opresión colonial
Es casi un lugar común, un lugar que existe apenas sin ser cuestionado, que las mujeres indígenas sufrimos un patriarcado exacerbado por las características propias de nuestras tradiciones, los usos y costumbres que nos aplastan y que impiden que luchemos del modo en el que el feminismo occidental lo ha hecho. Es como si en nuestra genealogía cultural como mujeres mixes o zapotecas el patriarcado fuera un valor tradicional y no un sistema de opresión. Oponernos a este sistema por fuerza implicaría cuestionar nuestros propios valores tradicionales y poco hay, dicen, en nuestra tradición que pueda funcionar como fuente y modelo emancipatorios para las mujeres que pertenecemos a esas tradiciones.
Estas ideas que ligan el patriarcado que sufrimos a una condición esencial y tradicional de nuestras culturas pocas veces lo encuentro en los análisis que hacen del patriarcado occidental. No se considera que el muy común acoso callejero a mujeres en la Ciudad de México sea un uso y una costumbre tan arraigada y propia de la cultura chilanga que habría que superar, no se narra como una tradición intrínseca a la cultura occidental que habría que superar sino a la manifestación de un sistema de opresión. En nuestro caso, las violencias de género que sufrimos responden sí al patriarcado pero a un patriarcado que no podemos desligar de la opresión colonial y de nuestra condición de mujeres indígenas. ¿Podemos abrevar de nuestras culturas y tradiciones y encontrar en ellas horizontes emancipatorios? Muchas mujeres indígenas creemos que es posible, ligar las luchas solo a los horizontes que el feminismo occidental ha validado implicaría obviar la opresión colonial que explica también las violencias que enfrentamos las mujeres indígenas.
Como sucede casi en todos los aspectos de la vida en un mundo atravesado por el colonialismo, las mujeres indígenas, al igual que las mujeres musulmanas o las mujeres afrodescendientes hemos sido constituidas como las “otras” pero ahora quisiera narrar tres encuentros con las que, desde este lado, el feminismo se constituye como “la otra”. Aun con este ejercicio, consciente estoy de que eso que desde esta ventana se ve como feminismo, a pesar de abrevar sobre todo de la tradición occidental, es diverso, complejo e incluso contradictorio, que lo forman corrientes diversas y que debaten álgidamente sobre puntos precisos que desde acá pocas veces alcanzamos a comprender a cabalidad.
Una buena parte de la tradición de la que abreva el feminismo ha pasado por el tamiz de la escritura, de un corpus escrito que desde aquí las mujeres no hemos leído para sustentar nuestras luchas. También, para enmarcar, quisiera enfatizar de que parto de la idea de que la categoría “indígena” es una categoría política que nos une a miles de mujeres en el mundo que apenas compartimos características culturales. Una mujer koori en Oceanía, una mujer yoruba en África, una mujer inuit en Canadá, una mujer mapuche en Chile o una mujer mayo en México comparten el hecho de ser indígenas aunque no compartan rasgos de una misma tradición cultural. Somos mujeres indígenas en tanto que pertenecemos a pueblos que sufrieron colonialismo y que siguen sufriéndolo ahora como naciones que no formaron estado y que son oprimidas por los estados nación en los que quedaron encapsulados.
De este modo, hablar de la lucha de las mujeres indígenas contra el patriarcado necesariamente implica hablar de la condición que nos coloca como indígenas, hablar de la lucha de las mujeres indígenas nos obliga a ver que el patriarcado no puede analizarse ni enfrentarse sin hablar del colonialismo. Para hablar de la situación de las mujeres indígenas y las violencias que vivimos se necesita dejar de reducir la explicación a simples rasgos de cultura, tradición o “usos y costumbres” porque “indígena” no es un rasgo cultural. Además, es necesario señalar que aunque muchas mujeres indígenas que luchan se han adscrito al feminismo, ya sea al occidental o al comunitario, otras muchas luchan desde otros múltiples lugares que mantienen distancia del término “feminismo”, no por anti-feministas, sino por mantener evidente que las luchas occidentales son solo una entre muchas que las mujeres han emprendido en el mundo.
Desde esas consideraciones, he podido pensar ahora en dos encuentros que en diversos momentos he tenido con el feminismo de las otras. En los círculos universitarios, escuchaba sobre el tema siempre complejo de la dote en diferentes pueblos indígenas de Oaxaca, alguien entre indignada y bromeando me preguntó: “cuando te cases ¿por cuántas botellas de mezcal van a venderte?”. En ese momento no podía expresar claramente la fuente de mi indignación sobre esa pregunta pero respondí con otra pregunta: “cuando te cases ¿cuánto costará el anillo con diamante por el que van a venderte?”. Respondieron que no era lo mismo, que el anillo era un presente, “entonces es lo mismo” respondí. No podemos negar, y menos podemos hacerlo las mujeres indígenas, las violencias de género que suceden en nuestras comunidades y en contra de las cuáles también hemos articulado nuestras luchas; sin embargo, la condescendencia colonial nos mira automáticamente como víctimas de un patriarcado exacerbado por nuestra cultura y no por el colonialismo. ¿Sería posible analizar las marcas patriarcales en nuestras tradiciones analizándolos como huellas en todas las culturas incluyendo la occidental?
Hace unos años, en una charla del Instituto Nacional de las Mujeres dirigido a mujeres indígenas comunicadoras, una funcionaria nos insistía de la necesidad de trascender el pequeño mundo de las políticas comunitarias para comenzar a participar en la “política de verdad” haciendo referencia a la política que se hace desde los partidos políticos y desde las estructuras del estado. La política comunitaria de muchos pueblos indígenas de este país plantean una forma distinta de hacer política en la que las asambleas son el órgano máximo de decisión, participar de ellas ha implicado retos muy distintos para muchas mujeres indígenas que desafían las ideas de participación política individual que el sistema político del estado mexicano plantea.
La mirada del Estado ha elegido casi siempre a los varones de nuestras comunidades como sujetos de interlocución ya sea por el propio machismo característico de las estructuras de poder estatal, porque han estado más expuestos a aprender español o a la alfabetización pero es verdad que, cuando los megaproyectos extractivos atentan contra nuestro territorio, son también las mujeres las que han encausado la lucha de los pueblos para resistir. El Estado lee a los varones indígenas como individuos, ciudadanos, desligados de sus comunidades, por lo que alerta cuando el feminismo nos lee a las mujeres indígenas dentro de la lógica de la ciudadanía individual desligadas de nuestras estructuras comunales. La política comunitaria es fundamental para aquellas mujeres indígenas que se narran comunales y que no dirigen su lucha a establecer pactos individuales con el estado. La lucha sufragista occidental implicaba el reconocimiento de un pacto individual como ciudadanas pero la lucha de muchas mujeres indígenas atraviesa por demandas y resistencias en las que nos reconocemos como partes de entidades comunales complejas.
En estos encuentros reconozco una brecha que necesita recorrerse para entendernos mejor y desde el feminismo poder conversar sobre las luchas de las mujeres indígenas que son tan múltiples como culturas hay detrás de esta categoría que hoy llamamos “indígena”. Comencemos por escucharnos mejor.
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