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Columna
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Al diablo las instituciones

A nuestro presidente le interesan las formas y no el fondo, los padres de la patria, pero no las madres de la patria. Ha descalificado toda crítica que él mismo hizo frente a Gobiernos tan impunes como el suyo

Una activista posa junto a un cuadro durante la toma de las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en Ciudad de México.
Una activista posa junto a un cuadro durante la toma de las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en Ciudad de México.Sashenka Guitiérrez (EFE)

Para Marcela y Roberto.

El 30 de julio del 2006, el entonces candidato a la presidencia de México, Andrés Manuel López Obrador, indignado ante el fraude electoral en que perdía por un supuesto 0,56% de votos, llamó al pueblo de México a bloquear Avenida Reforma como protesta contra el Estado. Cuando los gobernantes le mienten al pueblo, dijo, toda protesta es legítima. Cada vez que la gente se quejaba del caos creado por el plantón, Andrés Manuel y sus seguidores repetían que las calles eran del pueblo y que el Gobierno estaba traicionándoles. El 6 de septiembre siguiente, durante un mitin que muchas reporteras cubrimos, el hoy presidente de México gritó a toda voz: “¡Al diablo con sus instituciones!”.

Sus argumentos eran claros: cuando una institución no hace su trabajo, cuando quienes representan al pueblo desde el poder y utilizan su puesto político para manipular voluntades, engañar, disimular las cifras de la violencia y el descontento civil, la obligación moral de ese pueblo afectado, y de todas sus víctimas, es rebelarse, tomar las calles, evidenciar a los mentirosos, desenmascarar el engaño estructural de las instituciones creadas para perpetrar la política de la traición, la corrupción y la manipulación que perpetúan a las mafias en el poder.

Este mes de septiembre, 14 años después de esas declaraciones del hoy presidente, una pareja llegó a las oficinas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Marcela J. Alemán y Roberto C. Cuello entraron a las instalaciones por enésima vez. La titular de la defensa de los derechos de las víctimas, Rosario Piedra, les había hecho un sinfín de promesas que jamás cumplió. Llevaban a su niña que, a los cuatro años fue violada en el colegio; el propietario de la escuela es un hombre de poder, y su hija, al igual que los otros niños víctimas de violación, ha sido ignorada durante estos años. Como millones de víctimas en México, Marcela J. y Roberto, pusieron en pausa su vida; han llegado a la quiebra económica por los viajes a la capital del país a suplicar ayuda de las autoridades. Esta vez, en un arranque de angustia y rabia, Marcela se amarró a una de las sillas de la Comisión; acompañada de refuerzos de organizaciones feministas de protección a víctimas, a quienes el gobierno arrebató los recursos para los refugios para víctimas de violencia sexual, de trata de personas y de violencia de género. Entre todas tomaron el edifico. Les siguieron mujeres de otros estados.

Las activistas escribieron en las paredes: “Estado feminicida”, “Ni perdón ni olvido”, “Al diablo las instituciones”. Tomaron el cuadro de uno de los héroes favoritos del presidente: Francisco I. Madero, le maquillaron como mujer y, en un acto de absoluta sorpresa, la pequeña víctima, hija de Marcela, pintó círculos rosas alrededor del “héroe” mexicano; les siguieron otros dos “padres de la patria” a quienes López Obrador cita constantemente. Las activistas y familiares de mujeres y niñas asesinadas, desaparecidas, torturadas y violadas tomaron la institución y quemaron algunos muebles. Nada que los defensores y seguidores del hoy presidente no hayan hecho en momentos de rabia frente a los abusos de poder e inoperancia del Estado. Ahora le tocó a él estar al mando de un Gobierno que funciona igual que los anteriores: la impunidad no ha decrecido, los feminicidios aumentan, la trata de mujeres, niñas y niños aumentan a diario y ¿qué hace el presidente? Lo mismo que sus antecesores: decir que “respeta las manifestaciones, pero no está de acuerdo en que dañen la imagen de luchadores sociales a quienes les debemos respeto”.

Sus palabras explican a la perfección su visión del país. La valía no está en las miles de defensoras de derechos humanos actuales que, en su mayoría, votaron por él, tampoco se enfoca en los feminicidios que aumentaron durante la pandemia, ni en la incompetencia de la CNDH o la FGR. No le importa que una niña que fue sexualmente abusada se vea revictimizada con 14 interrogatorios, ni que una madre se haya arrodillado frente a él para suplicar un apoyo que prometió y jamás cumplió. A nuestro presidente le interesan las formas y no el fondo, los padres de la patria, pero no las madres de la patria. Ha desmentido sin cesar los datos oficiales de violencia contra mujeres y niñez, ha descalificado toda crítica que, casi con las mismas palabras, él mismo hizo frente a Gobiernos tan impunes como el suyo. Le interesa la historia de la Revolución y la Independencia, pero ha elegido ignorar la de los feminicidios de los últimos 10 años, incluidos sus casi dos de gobierno. Elige erigir estatuas de mujeres en toda Avenida Reforma durante la austeridad, mientras esos recursos podrían ir a la atención a víctimas, a las fiscalías cuyos recortes presupuestales han arrebatado hasta al 70% del personal calificado.

El presidente vive en el pretérito, ha elegido el lado incorrecto de la Historia: el pasado lejano de los héroes que todo lo lograron con guerra, armas y violencia, que le negaron el voto a las mujeres; héroes que permitieron que sus hermanas o esposas participaran en política, pero a las otras las dejaron fuera. Ese pasado que aun arrastramos las mexicanas es el ideal del presidente que llegó sobre los hombros de intelectuales de izquierda y feministas. Tal vez, algún día, una niña pinte lágrimas rosas en un retrato de López Obrador, como otras han pintado sangre en los de Calderón, Fox, Peña Nieto, Zedillo y todos los que nos tienen aquí, amarradas simbólicamente en una silla de espera en la antesala de la impunidad de Estado. Citando al presidente las jóvenes nos gritan “al diablo con las instituciones que han traicionado al pueblo”. Porque sin verdad y justicia no habrá transformación, y si algo tienen las mexicanas, es todo menos cobardía frente al poder.

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